
La protagonista de Gemma Bovery guarda muchos puntos en común con el personaje de Flaubert, incluso en su psicología y su retrato está casi tan cuidado como el de la heroína literaria. Lo original aquí es que el relato está narrado desde el punto de vista de un vecino del matrimonio Bovery, que ha trasladado su residencia desde Londres a un tranquilo pueblo de la Normandía francesa. Gemma ha convencido a su pareja buscando los encantos de la vida tranquila en el campo. Lo que va a encontrar, al igual que su coétanea literaria, es un inmenso aburrimiento, del que intentará salir viviendo una aventura con un amante bastante más joven que ella. El panadero sigue los pasos de Bovery y narra lo que ve (ayudándose de los diarios de Gemma, que ha robado después de su muerte) como un auténtico voyeur (los lectores también hemos de considerarnos voyeurs) y nos descubre a una mujer absolutamente egoista, pero a la vez dotada de un encanto muy especial del que no puede sustraerse el lector.
Los dibujos de Posy Simmonds, sencillos y muy expresivos son ideales para este relato que se mueve entre el cómic y la literatura y que a veces nos da la impresión de ser una novela con ilustraciones, pero realizada con la mejor técnica del cómic. Gemma Bovery es un juego continuo entre realidad y literatura, un goce y a la vez un suplicio para el panadero que atisba la fatalidad, como si, a sus ojos, Gemma y Charles estuvieran destinados a vivir los mismos hechos que los personajes literarios, aunque él no acabe de creerse que tales coincidencias sean posibles. Como él mismo dice en cierto momento: "la Vida rara vez imita al Arte. El Arte siempre tiene un porqué, mientras que la Vida..."