Revista Cine
Hay libros que merecen el curioso elogio de ser interminables. Bien sea porque, una vez cerrados, la historia sigue dando vueltas en la mente del lector; sea porque la búsqueda que constituye su eje central termina inconclusa; o sea porque se trata de una obra tan extraordinaria que desearíamos no terminara nunca. Pues bien, La casa de nogal lo es por esos tres motivos.
La mejor foto de la portada que he podido encontrar
Allí se recordaba durante siglos quién estaba loco en la familia, se transmitía la memoria de los niños retrasados que habían muerto sin cumplir los siete años, se sabía de quién era hermano el que había violado a una niña de catorce y la había arrojado a un hoyo más arriba de Popovo polje, y qué bisabuela se había fugado con un turco y por las callejuelas de Esmirna se había bajado las bragas, acostándose con comerciantes franceses y aventureros; se recordaba a todos los bastardos nacidos desde los tiempos en que aquello no era ni ciudad, sino un montón de piedras asomadas al mar...
En el verano de 1989 conocí a Daniela, una chica de Zagreb. Un día estábamos hablando de la vida en nuestros respectivos países, cuando me dijo, con una mirada triste, pero también con la mayor tranquilidad y resignación imaginables: " en mi país va a haber una guerra civil".
Todos recordamos el horror que asoló un rincón de Europa y acaparó a ratos nuestras pantallas en los 90. En un principio, si no recuerdo mal, la prensa se refería al conflicto como la Guerra de los Balcanes. Hoy, sin embargo, el término más preciso es Guerras Yugoslavas, para así distinguirlas de los conflictos que tuvieron lugar en la península de los Balcanes en 1912 y 1913. Cuando, ante la repetición de los genocidios en Europa, historiadores y otros expertos intentaban dar una explicación a lo que estaba ocurriendo, con frecuencia se remontaban a aquellas primeras guerras y al modo en que, con la caída de los imperios otomano y austro-húngaro, había surgido el Reino de Yugoslavia, que unía el Estado de los Eslovenos, Croatas y Serbios con el Reino de Serbia, que a su vez previamente se había anexionado el Reino de Montenegro. Y si esto parece complicado, en realidad lo es mucho más.
La historia de los diferentes pueblos que un día formaron el estado de Yugoslavia es apasionante. Este extraordinario libro, que, digámoslo ya, es una novela monumental y no tiene un ápice de tratado de historia, me ha hecho llenar un poquito las volcánicas lagunas de mi ignorancia. Suele suceder, por lo menos conmigo, que uno ve la vida pasar a su lado, oye nombres y términos que no conoce, lee alguna noticia por aquí, enlaza mal una cosa con otra y ya se cree lo bastante bien informado incluso como para emitir juicios. Apenas era un niño cuando murió Tito. Recuerdo los telediarios llenos de información sobre alguien que debía de ser muy importante, pese a tener nombre de payaso, futbolista o salsero. Recuerdo a los zagrebinos que conocí en EEUU, que se indignaban cuando los americanos se referían a Yugoslavia como un país soviético. Recuerdo que de repente Europa pareció llenarse de pueblos recién nacidos: Bosnia, Herzegovina, Eslovenia. Recuerdo que la gente te preguntaba tú que opinas y que probablemente yo, sin titubeo alguno, respondía pues esto.
Los funerales de Tito, recordados en Underground de Emir Kusturica. Faltaron Jimmy Carter y, curiosamente, Fidel Castro.
Aquella república que aunaba a pueblos que llevaban generaciones conviviendo y masacrándose con regularidad, que con mano implacable Tito consiguió mantener unida y fuera de la esfera soviética, empezó a desintegrarse tras la muerte de éste. En La casa de nogal, Jergovic no se propone ofrecernos su teoría sobre las raíces del conflicto. Quizá intuye, acertadamente, que nunca se podrá llegar a la verdadera raíz de ese horror, o quizá se niega a aceptar la descorazonadora conclusión de que la causa original es nuestra condición humana. En todo caso, el autor, sabedor de que no va a llegar a ningún lado, se zambulle en esa búsqueda histórica con el ánimo, quizá, de sacar a la luz tanto crímenes como actos nobles de unos y otros , y acercarse un poquito a algo parecido a una reconciliación.
Josip Broz Tito y su esposa Jovanka, fallecida el 20 de octubre de este año
Por tanto, esta novela decepcionará a quienes busquen en ella una "explicación" de las guerras en la antigua yugoslavia, pero cautivará a los amantes de la buenas historias y la gran literatura. En algún blog que he visitado por ahí, comparan esta novela con Cien años de soledad. Es cierto que ambas comparten la narración de tono épico estructurada alrededor de una saga familiar. En La casa de nogal Jergovic, no obstante, sustituye el componente mágico del realismo por el histórico. A mí, como a tantos otros, la novela icono del boom me deslumbró en su momento, pero la verdad es que, recordado García Márquez y recién leído Jergovic, tengo muy claro quién gana hoy en la comparación. Tanto me ha gustado.
Draza Mihailovic, líder de los chetniks, en el juicio que lo condenó a muerte
Martin Amis tiene una novela titulada La flecha del tiempo, que en mi opinión es bastante fallida, en la que nos narra una historia hacia atrás en el tiempo. No se trata exactamente de flashbacks, sino de que la narración avanza, literalmente hacia atrás. La gente trabaja de la tarde a la mañana, se acuesta con la salida del sol, vomitan la comida en el plato, algunos devuelven la vida a los muertos aspirando las balas con el revólver, y cosas así. Jergovic también nos cuenta su historia hacia atrás, pero, afortunadamente, y a diferencia de Amis, no pretende deslumbrarnos con un ejercicio de estilo. Los quince capítulos de que consta la novela son, sencillamente, quince momentos de la historia de Bosnia, que comprenden desde aquellos trágicos años 90 hasta finales del s. XIX, pasando por la muerte de Tito, de Stalin, la II Guerra Mundial, la caída del Hindenburg, la muerte de Rodolfo Valentino, o la derrota del Imperio Otomano.
El asesinato de Alejandro I de Yugoslavia
La novela se centra en el personaje de Regina Delavale, a quien conocemos en el capítulo inicial, el XV, cuando está al borde la muerte, y cuya vida vamos remontando hasta llegar a los años previos a su gestación y nacimiento. El capítulo final es, pues, el primero, y la historia se detiene aquí porque desaparece Regina y porque, desgraciadamente, todos los libros, incluso éste, deben tener un punto final. Pero esa búsqueda de una respuesta concluyente a la cuestión del origen está condenada al fracaso desde el comienzo, pues, como sucedía en la maravillosa escena final de aquel clásico del cine de los años cincuenta titulado El increíble hombre menguante, cuando llegamos al centro, a la raíz, al núcleo, se abre de nuevo ante nosotros el abismo del infinito.
Si es importante que en todas las guerras haya malos, en una guerra civil lo es más todavía, ¿verdad? Por eso, durante las Guerras de Yugoslavia, se extendió entre occidente la idea, tácitamente aceptada, de que los serbios eran los malos, y cualquiera que se atreviera a sostener que las cosas no eran tan sencillas era inmediatamente criticado, cuando no condenado al ostracismo. (Tengo que reconocer que, para mi vergüenza, yo mismo participé de ese odio a los serbios, y me indigné de que no los expulsaran de por vida de las competiciones internacionales de baloncesto). Son conocidos, por ejemplo, los casos de Peter Handke o de Emir Kusturica. Ambos, Kusturica sobre todo a raíz de su inmensa y polémica película Underground, fueron duramente criticados por ser, lagarto lagarto, pro-serbios. Y aunque en algunos lugares aceptamos que en las guerras civiles todo está muy pero que muy clarito, tenemos que admitir que puede suceder que en otros lugares las cosas sean más complicadas.
Stjepan Filipovic, partisano croata y héroe nacional a títutlo póstumo, momentos antes de ser ahorcado por los nazis
La casa de nogal está poblado por ustachas. El término puede que no nos diga mucho, y sin embargo, estamos hablando de una de las organizaciones más despiadadas y genocidas de todo el siglo XX. Fundada en 1930, funcionó siempre más bien como una organización terrorista de ideología pseudo fascista y ultraconservadora que contó con la bendición de la iglesia católica. Con la anexión de Yugoslavia por las Potencias del Eje, los ustachas, dirigidas por el infame Ante Pavelic, fueron designados por los nazis para gobernar el recién creado Estado Independiente de Croacia, que fue, de hecho, una nación títere del III Reich. Los ustachas aceptaron con entusiasmo la misión de limpiar el país de elementos indeseables, pero, curiosamente, fueron mucho más tolerantes con el Islam que con los ortodoxos, es decir los serbios, a quienes estaban dispuestos a aniquilar. La limpieza étnica viene de muy lejos. Así, en junio de 1941, apenas dos meses después de hacerse con el poder, crearon el campo de concentración de Jasenovac.
Para que os hagáis una idea, ésta es una de las fotos menos crudas del Campo de Jasenovac.
Auschwitz. Sí. Majdanek. Mauthausen. Dachau. Treblinka. Quien más quien menos, todo el mundo conoce esos nombres. En la historia, Jasenovac se quedó entre las últimas filas del horror, cuando, en realidad, estamos hablando de uno de los mayores campos de exterminio de toda Europa, y donde, si es que en esto puede haber grados, la crueldad humana alcanzó límites tan inimaginables que los oficiales nazis de Auschwitz que lo visitaron salieron horrorizados.
Tras la guerra, los oficiales del campo corrieron distinta suerte. Algunos emigraron a Argentina y fueron posteriormente extraditados; hubo quien, como Ante Pavelic, recibió asilo político en la España de Franco; otros fueron ejecutados al final de la guerra por los partisanos, de alguno se perdió el rastro, y uno de ellos, Vjekoslav Luburic, fue asesinado en 1969 en Carcaixent, Valencia. Sigue siendo un misterio quién ordenó el asesinato.
Fascinante. Espeluznante.
Pero los ustachas son tan sólo una de las muchas caras del horror. Los serbios tenían en los chetniks, con Draza Mihailovic a la cabeza, a su organización paramilitar y asesina. Los Partisanos de Tito, por su parte, pese a haberse ganado cierta aura heroica por su lucha contra las Potencias del Eje, no dudaron también, tanto durante la guerra como tras el fin de ésta, en lanzarse a asesinar a diestro y siniestro a quienes consideraban colaboracionistas.
Y si mi curioseo sobre la historia de Yugoslavia se ha centrado sobre todo en la segunda mitad del pasado siglo, la novela, como ya he dicho, va mucho más allá, y llega, si no recuerdo mal, hasta 1873. Capítulo tras capítulo, los personajes centrales van y vienen hasta que, con su nacimiento, desaparecen, mientras sus incontables historias, algunas de las cuales darían para toda una novela, se entrelazan con los acontecimientos históricos con la misma naturalidad con que para nosotros ciertas noticias son inseparables del lugar donde las recibimos.
De Miljenko Jergovic leí hace unos meses Buick Rivera, una historia donde el conflicto de los Balcanes es tan sólo el telón de fondo de una historia situada en los EEUU. Me pareció una muy buena novela, y por ello me lancé con entusiasmo a la que nos ocupa. Un entusiasmo innecesario, por otra parte, ya que la historia nos atrapa desde la primera línea. Tengo ahora esperándome Los Karivan, que parece compartir algunos aspectos con con La casa... Mejor esperar un poco.
Miljenko Jergovic, bosnio de nacimiento, croata de adopción, tiene, además de pinta de buen tío, una gran cualidad: no es nacionalista. Pues sí, señores, parece ser que fuera de nuestras fronteras, incluso en una tierra como los Balcanes, no sólo hay gente que tiene la habilidad o el coraje de declararse no nacionalista, sino que incluso los demás se lo toleran. Es más, pareceque incluso le creen. Quiero emigrar.
La casa de nogal, en suma, es una de las novelas más impresionantes y que más me han hecho disfrutar en mucho tiempo. Espero que haya quedado claro que el interés de la obra no se limita a su aspecto histórico. Jergovic es un narrador extraordinario, capaz de crear unos personajes tan épicos como verosímiles, capaz de hacernos pasar casi sin darnos cuenta de una historia a otra sin perder jamás el hilo, capaz de hacernos recorrer la historia de su país y, lejos de abrumarnos, tenernos completamente absortos, y, siendo difícil elegir, capaz de brindarnos unas úlltimas y orsonwellesianas páginas que son de auténtica antología.