Es curioso que mucha gente ante un problema piensa que lo más fácil es cambiar a los demás. Pero lo único posible de cambiar es a ti mismo. Es así de simple. Por eso distingo entre fluir con las circunstancias externas y hablo de inercias para lo que atañe a nuestros movimientos internos. Sobre aquello que podemos controlar.
No tienes que perderte en una búsqueda de tu interior con terapias interminables. Si quieres saber lo que estás haciendo, mira lo que hay a tu alrededor. Mira qué personas te rodean. Observa que hacen esas personas. Examina tus juicios sobre ellos.
Si no sabes lo que estás dando, mira qué es lo que estás recibiendo. Porque eso que recibes es lo que das. Eso que juzgas en los demás es el reflejo de lo que juzgas en ti mismo.
En el artículo anterior hablaba de generar inercias, y muchos me habéis preguntado sobre cómo generar esas inercias.
Vuelvo a aclarar el término: la inercia se puede referir a un reposo o a un movimiento en un determinado sentido con una determinada velocidad. Muchas veces estamos bloqueados, estancados y no sabemos qué hacer para llevar a conseguir un objetivo determinado.
Para comenzar a cambiar tu vida piensa en si el cambio que tienes que ejecutar es pequeño o grande. Esos cambios muy seguramente pasarán por la adquisición de nuevos hábitos. Requerirá seguro de tiempo para hacer cosas. Y en ocasiones también de espacio.
Lo primero, primerísimo, es saber qué es lo que quieres conseguir. Hacia donde tiene que ir ese movimiento. Lo segundo, importante a tener en cuenta, es que hay que borrar de la mente el cortoplacismo. Los tiempos del universo son diferentes a los tiempos que nos hace creer la sociedad de consumo.
Para ponerte en marcha, traza una línea recta entre eso que eres ahora, y eso que debes ser para conseguir tu objetivo. Piensa qué tienes que empezar a hacer, qué movimiento, te va a llevar hasta ello. A partir de ahí comienzan los pequeños pasos de bebé.
Cómo veo que os interesa este tema, seguiré desarrollando todo esto en próximos artículos.