Aunque a partir del triunfo revolucionario los cambios radicales en el ámbito social generaron una gama de oportunidades para la emancipación femenina, también provocaron tensiones, en especial en las familias campesinas, asentadas sobre bases históricas de desigualdad. En estas se manifiesta una resistencia a la revalorización del papel social de la mujer. Estos prejuicios, cuya persistencia se revela fuertemente enraizada en su génesis histórico-cultural, se evidencian también en el sector cooperativo de la provincia de Camagüey. La participación de las mujeres en los puestos relacionados con la dirección, sea política o administrativa, aún se mantiene muy distante de la presencia potencial que como profesionales pueden aportar en estas esferas de toma de decisiones. Este ensayo sintetiza los resultados de una investigación1 realizada en cooperativas de producción agropecuarias (CPA) y de créditos y servicios (CCS), para determinar los factores que limitan el acceso de la mujer a cargos de dirección en esta provincia.
Un estado del problema
Los estudios sobre mujeres rurales y empleo en nuestra región han sido escasos; y los realizados por organismos internacionales se han centrado sobre todo en su situación respecto al empleo en el sector urbano.2 Entre los años 1990 y 2005, en América Latina ha ocurrido un incremento de la participación de las mujeres rurales en el empleo: de 32,4% a 46,4%. Sin embargo, esta continúa siendo sensiblemente inferior a la de los hombres y a la de las mujeres urbanas.3 También lo es en comparación con la de las mujeres rurales de los países desarrollados. Los factores culturales e ideológicos que refuerzan la asignación de roles de género preestablecidos y diferenciados en las esferas del hogar y del trabajo, a nivel mundial, son los determinantes. A las mujeres se les reconoce más su contribución al desarrollo rural por el papel que desempeñan en la reproducción y el mantenimiento de las unidades domésticas, que por su aporte económico.
En Cuba, los estudios sobre su acceso a la toma de decisiones se han desarrollado en diferentes áreas de la investigación, atendiendo a la presencia femenina en actividades particulares de dirección como las económicas, sociales y políticas.4 Estos estudios refieren el poco reconocimiento social que reciben las dirigentes. Su imagen no siempre se proyecta como edificante, ejemplo que imitar u orgullo del sexo femenino. Por el contrario, se aprecia un mayor peso de aspectos negativos, como el agobio, la desatención familiar, la inestabilidad de la pareja, la soltería, entre otros.5
Otras investigaciones relacionadas con el acceso de la mujer a cargos directivos reflexionan acerca de la gestión empresarial de las mujeres, del liderazgo y las características de los diferentes estilos de dirección. Varias autoras coinciden en que continúa como predominante un modelo de dirección masculino, orientado a las tareas, altamente racional y se sigue difundiendo un modelo de autoridad femenina vinculado a las decisiones relativas a las tareas domésticas, desempeñadas a nivel social por las mujeres y que se extrapolan a la dirección femenina en la esfera laboral.6
En cuanto a las investigaciones sobre el acceso a cargos de la mujer rural en la empresa estatal, las cooperativas agropecuarias, o de créditos y servicios, su presencia es mucho más escasa que en el sector industrial y de los servicios.7 En algunas en particular, se pudo constatar las semejanzas y contrastes en el modo de vida y la cultura general de campesinas individuales, cooperativistas y obreras industriales.8 En estas se confirma que continúan reproduciéndose concepciones machistas por parte de los hombres, pues el motivo de la no asociación de las mujeres a las cooperativas se atribuye a la necesidad de ellas de realizar los quehaceres del hogar y de atender a la familia.9 Algunos estudios sobre la mujer rural analizan las causas y condiciones que han propiciado cambios en su calidad de vida, muy diferente a la existente antes de 1959, a pesar de las brechas de género que aún permanecen.10 Los principales resultados a los que arriban dichas investigaciones se refieren a la desigual distribución de la presencia femenina en los diferentes niveles y responsabilidades dentro de la ANAP, que aumenta solo en los niveles municipales, y en cargos de menor poder de decisión —más de 50% de la membresía—, mientras su presencia es más exigua en cargos principales —como es el de «cuadros-centros» a la cabeza de los territorios o las organizaciones de base. Algunos análisis más globales muestran que las mujeres se han ido adjudicando «paulatina y prudentemente» puestos de trabajo en que tradicionalmente no se habían desempeñado, como el de macheteras, operadoras de combinadas cañeras, choferes de camión; sin embargo, las cifras aún son bajas. Se pudo confirmar, además, que donde esto ocurre controlan recursos importantes, incluso los productivos, pero solo a nivel de base o mandos intermedios; mientras la tecnología avanzada continúa siendo controlada por los hombres. Su representación en niveles superiores de dirección todavía está limitada, básicamente, a las actividades no relacionadas con el proceso productivo.11
En resumen, respecto al sector cooperativo, los estudios realizados muestran que el acceso de las féminas a cargos directivos es bajo. En cuanto a la provincia de Camagüey, con la excepción de esta investigación, hasta ahora se ha carecido de estudios en torno a la participación de la mujer como dirigente cooperativista pecuaria. De ahí precisamente su pertinencia.
La mujer en el campo cubano: el caso de Camagüey
Desde 1959, las nuevas condiciones y concepciones revolucionarias, junto con las normas legales acerca de los derechos de las mujeres, les permitieron el acceso al trabajo, la educación, la salud, la atención y formación integral de los hijos y garantizaron —específicamente a la trabajadora—, salario igual por igual trabajo, descanso retribuido, libre acceso al ejercicio de todas las profesiones, seguridad social y otras protecciones a su condición de madre y trabajadora. La Constitución de la República de Cuba, promulgada en 1976 y reformada en 1992 y 2002, establece que hombres y mujeres gozan de iguales derechos en lo económico, político, cultural, social y familiar, y la tutela que el Estado debe ofrecer a estas últimas para garantizarlos (Artículo 44).
La legislación cubana ha protegido a las mujeres en el otorgamiento de iguales oportunidades y posibilidades para su incorporación social. Sin embargo, para alcanzar tal equidad, se requiere que se cumpla en el ámbito de la dirección, con iguales condiciones, derechos y deberes que los hombres, tales como la distribución del poder, los ingresos, las formas de organizar el trabajo y el uso de su tiempo.
Desde la creación de las primeras cooperativas, la mujer se incorpora junto al hombre de forma gradual a las diferentes actividades económicas, lucha contra los prejuicios y rezagos del pasado, y poco a poco se convierte en sujeto socioeconómico de las transformaciones que se estaban desarrollando en el agro cubano. Es en la base de la pirámide que caracteriza estos procesos donde se concentran las mujeres directivas. En los más altos niveles están menos incorporadas a los cargos decisorios, por lo que la toma de decisiones en las diferentes organizaciones sigue siendo en mayor medida responsabilidad de los hombres, los que se desempeñan como líderes al frente de las instituciones del país en el sector campesino.
Uno puede sorprenderse al encontrar comunidades rurales donde no faltan médicos de familia, clínicas estomatológicas, restaurantes, escuelas modernas, calles pavimentadas, terminales de ómnibus, farmacias, entre otras comodidades que facilitan la vida del campesinado. Sin embargo, paradójicamente, los cambios en las mentes no han avanzado tanto, al menos como quisiera y necesita la mujer. Un ejemplo es que, en medio de todo ese progreso, no solo persisten aún los fogones de leña, sino que son muchas las mujeres a las que «les toca» buscar este combustible en el campo. De acuerdo con los resultados de nuestra investigación, basada en una muestra representativa,12 los factores que inciden con mayor fuerza en el limitado acceso de la mujer cooperativista pecuaria a cargos de dirección son: condiciones de trabajo y de vida, y distribución de funciones en el hogar. Condiciones de trabajo
Las presidentas de cooperativas refieren cómo están obligadas a recorrer largas distancias para poder cumplir con sus deberes laborales, por carecer de transporte y teléfono. La capacitación en tareas específicas de dirección y de trabajo en relación con la actividad que desempeñan resulta insuficiente. Una gran mayoría (90,7%) de las encuestadas señalan que la agenda de reuniones de los consejos de dirección de juntas directivas, asambleas generales de asociados y demás actividades, no se ajustan a los horarios que faciliten la presencia de las mujeres —casi todas se realizan luego de la jornada laboral, en coincidencia con sus obligaciones para con los hijos y el resto de los miembros del hogar. Todo ello, además de la carencia de oficinas donde ejercer su labor de dirección, ausencia de equipos informáticos que faciliten el trabajo, entre otros aspectos, atenta contra las motivaciones para dirigir, y eleva el costo personal y familiar. En el caso de las mujeres dirigentes, se constató que estas se ven obligadas a demostrar sus posibilidades, capacidades y aptitudes con mayor intensidad que los hombres, al enfrentar tareas valoradas por el sexo masculino como propias. Tienen que ejecutarlas, prácticamente, sin margen para el error, de manera que se reconozca la valía de sus actos en la actividad de dirección, lo que acarrea un mayor sacrificio personal y familiar.
Las mujeres cuadros en general, y las presidentas de cooperativas en particular, señalan que no logran desarrollar un estilo de dirección propio, debido a que se han acostumbrado a trabajar en su mayoría con hombres, lo que las ha obligado a dirigir sobre la base de patrones masculinos prevalecientes en el estilo de dirección de la sociedad cubana. Esto obstaculiza que la dirigente despliegue un estilo de dirección en correspondencia con sus responsabilidades laborales y familiares, y gane el reconocimiento colectivo y social por su creatividad y eficiencia en la aplicación de métodos de dirección. Se impide así que se pueda extender a las tareas de dirección el modo peculiar con que las mujeres resuelven los problemas con la pareja y con los hijos, y que aplican a menudo en la relación con sus subordinados, de manera exitosa.
Entre las historias de vida de mujeres dirigentes cooperativistas, impresiona la de Odalys Cervantes Rodríguez, de 45 años de edad, presidenta de la CCS José Martí (Fortalecida), del municipio Céspedes,13 quien refiere textualmente cómo ella alcanza eficiencia:
He logrado simultanear tareas ya que busco mucho apoyo familiar, laboral y comprensión. Delego y chequeo. No niego que realizo un esfuerzo extraordinario, pues el trabajo demanda de mí mucha abnegación y sacrificio, trato de capacitar el personal que me rodea para que sepa realizar bien sus funciones, eso es elemental. Tengo mucha vinculación con todos, empleo la estimulación para lograr mayores resultados, ya que con el reconocimiento merecido las personas asumen mejores posturas. Trato de elevar su autoestima y busco la igualdad. Me preocupo por mejorar las condiciones de la oficina y de las casas de mis trabajadores, me ocupo del autoabastecimiento y priorizo la planificación del trabajo.
En cambio hay otras historias de vida que dejan cierto sabor amargo, como la de María del Carmen Casas Zamora, de 52 años, organizadora en la Junta directiva de la CCS Raúl Gómez García (Fortalecida), del municipio Camagüey: En el curso de los ocho años que ocupé el cargo de organizadora, pude experimentar el rigor del frente que ocupaba, principalmente en el caso de la documentación y los controles, ya que fiscalizaba toda la vida interna del órgano de base. El resto de los integrantes de la junta eran hombres, y por mi condición de mujer y poseer cierto nivel cultural, recaían en mí un sinnúmero de tareas que requerían cierta estética, orden y habilidades femeninas. Siempre recibí apoyo moral y halagos de mis compañeros, tanto de los integrantes de la junta como del resto de los socios de la CCS. Pero nunca se me apoyó con el trabajo directamente en el cargo ni en mis responsabilidades como jefa de finca y de mi núcleo familiar, pues en esos momentos tenía a mi hija divorciada con dos niños pequeños bajo mi custodia, tenía que arreglármelas sola para realizar todas las actividades domésticas y trabajo al mismo tiempo. Realmente fue una etapa muy difícil y de jornadas agotadoras. Pasaba noches completas elaborando la documentación y actualizando los controles.
Son estas las mujeres que despiertan admiración, pero el costo elevado para merecerla se puede apreciar en sus sinceras declaraciones.
Condiciones de vida
En relación con el estado de sus viviendas, se pudo valorar que la situación es muy heterogénea, pues existen diferencias notables entre unas y otras cooperativas. Algunas de ellas disponen de mayor confortabilidad, donde sus socios viven en mejores condiciones respecto a techos, paredes, piso, e incluso baños sanitarios; en otras, las condiciones son todo lo contrario.14
En cuanto a los servicios que utilizan tanto mujeres como hombres en su comunidad, incluyendo los miembros de las juntas directivas, así como las presidentas de cooperativas, casi la totalidad (98%) señala como problema la lejanía, para acceder al servicio de escuela, seminternados y círculos infantiles, lo que conduce a la necesidad de buscar alternativas. Algunas madres han encontrado las suyas, y pagan a particulares el traslado de sus hijos en transportes variados, como por ejemplo carretas con bueyes, para poder llegar temprano a sus puestos de trabajo. Resulta significativo que este aspecto de la distancia de las instituciones educacionales no resulte de interés para los hombres —quienes generalmente controlan los recursos materiales en las cooperativas— lo que pudiera interpretarse como un desconocimiento de su directa responsabilidad cotidiana respecto a la educación de los menores. Mujeres de este entorno siguen sin comprender por qué las reuniones convocadas por la escuela para analizar la situación docente de sus hijos continúan llamándose «reuniones de padres.»
También se aprecia la cantidad insuficiente y la lejanía de otros servicios de apoyo al hogar como peluquerías, barberías, y de índole gastronómica, que resultan imprescindibles para las personas en general. Además, también llevar a reparar los enseres del hogar suele tocarles a las mujeres, así como procurar merienda para los hijos. Distribución de roles en el hogar
Todas las tareas domésticas son ejecutadas por casi la totalidad de las mujeres directivas, tanto por las que forman parte de las juntas como por las presidentas. En ninguna de las actividades hogareñas la participación masculina alcanza 50%, lo que refleja la desigual distribución de tareas dentro del hogar. Se revelan aquí prejuicios sexistas en hombres y mujeres.
Aunque el Código de Familia establece que ambos cónyuges están obligados a la cooperación, a la educación y formación de los hijos/as, a participar en el gobierno del hogar y favorecer su mejor desenvolvimiento, al preguntárseles si están distribuidas las tareas domésticas en el hogar, la mayoría de ambos sexos respondieron que sí. Resulta alarmante que ni las propias mujeres, las más afectadas, reconozcan tamaña inequidad, lo que revela subvaloración por su parte.
Tanto los miembros de las juntas directivas como los socios de las cooperativas de ambos sexos señalan que el cuidado de los hijos y de las personas mayores en el hogar recae sobre las mujeres. El hombre se desentiende de estas actividades, no las concibe como propias, y además la mujer comparte la concepción de que estas solo «las puede» desarrollar ella, lo que revela prejuicios sexistas por ambas partes. Ello limita las condiciones para que la mujer acceda a cargos de dirección, pues no cuenta con los demás miembros de su familia para el cumplimiento de tareas que le absorben una parte considerable de su tiempo.
¿Una estrategia de género?
Aunque la ANAP viene aplicando una «estrategia de género» a todos los niveles, las autoras se atribuyen un aporte propio, con el fin de perfeccionar este proceso.
Urge la realización de un levantamiento del potencial femenino con posibilidades de incorporarse al trabajo en las cooperativas. Sería prudente diagnosticar las causas fundamentales que están limitando esa incorporación. Es necesario sensibilizar, caso a caso, mediante el trabajo político-ideológico, a aquellas mujeres que no están incorporadas, e incluso a sus esposos.
El fomento de dicha estrategia incluye el desarrollo de talleres de género, donde debe resaltarse la posibilidad de desarrollo personal y contribución de la familia a las mujeres incorporadas a las CPA y CCS. También pudieran organizarse talleres demostrativos por parte de activistas que han obtenido buenos resultados.
Es preciso continuar mejorando las condiciones de trabajo y de vida para incrementar la composición femenina en las cooperativas, lo cual no siempre es cuestión de recursos sino a veces de voluntad.15
Organizar charlas para la familia donde prevalezcan temas como igualdad, equidad, autoestima, derechos humanos, entre otros, que no terminen en «teques aburridos y bostezos campesinos».
Es necesario realizar encuentros con aquellas juntas directivas cuya aplicación de la política de cuadros no se corresponda con las actuales exigencias de la ANAP.
Resulta vital diagnosticar las causas de la escasa representación —tanto femenina como masculina— de los jóvenes y de personas de la tercera edad en los cargos de dirección. Es probable que se esté descuidando la experiencia de los últimos y el aprendizaje de los «pinos nuevos». No olvidemos que la formación del capital humano es un larguísimo proceso, y que siempre hay algún conocimiento que transferir o asimilar.
Se carece de la adecuada coordinación con las diferentes organizaciones de masas existentes en la comunidad, para promover actividades culturales, recreativas, deportivas y políticas que estimulen la permanencia de los jóvenes como socios/as en la cooperativa, con el fin de asegurar la cantera de futuros líderes y revertir el proceso migratorio hacia la ciudad.
En ocasiones, los prejuicios en torno a las posibilidades femeninas están presentes hasta en los integrantes de la propia junta directiva, quienes —como regla general— poseen mayor nivel cultural, y a menudo presentan una propuesta masculina para presidente. Sin embargo, la propia Asamblea General de Asociados ha podido a veces reconocer mayoritariamente la idoneidad de una mujer para este cargo. En suma, si triunfan la capacidad, las aptitudes y los valores, habrá entonces más posibilidades de que triunfe la cooperativa.
A modo de conclusiones
Esta investigación ofrece evidencias suficientes para afirmar que en la muestra de cooperativas camagüeyanas estudiadas el acceso de la mujer a cargos de dirección aún encuentra obstáculos, sus potencialidades están en algunos casos subutilizadas; se pierde así su talento, sensibilidad, sabiduría, ternura (que no hay que confundir con «blandenguería»), tan necesarios para el logro de mejores resultados productivos en los campos y abastecimientos agrícolas a la población.
La voluntad política dirigida a promover a las mujeres a cargos de dirección a todos los niveles, sobre la base de sus méritos y preparación profesional, se hará realidad en la medida que sea interiorizada mayoritariamente por todo el pueblo cubano, y en el caso que nos ocupa, por el sector campesino.
En tanto no se produzcan cambios en las condiciones de trabajo, de vida y la distribución de tareas en el hogar, de manera que la sobrecarga de las mujeres que viven en zonas rurales disminuya, resultará difícil que se incremente de manera ostensible el número de mujeres cooperativistas con cargos de dirección en la provincia. Se necesitan incentivos tanto de tipo material y financiero, como morales y espirituales, para elevar su presencia como directivas de las cooperativas camagüeyanas.
En ello, la familia tiene mucho que aportar, y las mujeres que exigir. No obstante, ya existen presidentas que constituyen un orgullo para la ANAP camagüeyana, y también potenciales mujeres dirigentes, que solo esperan la oportunidad de realizarse.
Notas
1. En el desarrollo de esta investigación —desde enero de 2006 hasta diciembre de 2010— se aplicó la metodología de estudio de caso en doce cooperativas pecuarias de la provincia (seis CPA y el resto, CCS). Se combinaron diferentes métodos y técnicas de investigación (cuantitativas y cualitativas) en varios niveles: dirigentes y cuadros de la provincia, presidentes/tas municipales de la ANAP, presidentas de cooperativas; juntas directivas; y otros asociados —mujeres y hombres— no dirigentes, que desempeñan diferentes actividades productivas.
2. A partir del año 2000, la Oficina Regional de la FAO para América Latina y el Caribe ha realizado estudios sobre la situación de la mujer rural en Uruguay (2004), Bolivia (2004), Colombia (2005), Chile (2005), Perú (2005), Venezuela (2006), Nicaragua (2007), Ecuador (2007), Honduras (2008) y Paraguay (2008), basadas en información oficial obtenida de los censos agropecuarios y de población, estadísticas agrícolas, encuestas en hogares y, en algunos casos, en información cualitativa y de estudios de caso. Marcela Ballara y Soledad Parada, «El empleo de las mujeres rurales. Lo que dicen las cifras», FAO, disponible en ftp.fao.org/docrep/fao/012/i0616s/i0616s02.pdf 2006.
3. Organización Internacional del Trabajo (OIT), «La inclusión de las mujeres en el empleo urbano y rural mantiene patrones de desigualdades y discriminaciones de género en el trabajo», Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa, 2005, disponible en www.observatoriorsc.org/cice/intranet/documentos/informe_mujer_y_trabajo_OIT. 2005 (mayo de 2010).
4. Estas investigaciones han sido clasificadas en dos grupos: a) las que indagan sobre el acceso de la mujer a la toma de decisiones en las diferentes esferas de la vida económica, política y social, y los obstáculos para ello, y b) las que tratan en particular sobre la representación femenina en los órganos del Poder Popular. Mayda Álvarez Suárez, «Mujer y poder en Cuba», Temas, n. 14, abril-junio de 1998, La Habana, p. 16.
5 Ídem.
6. Dayma Echevarría, «Estilos para dirigir: los factores personales y la cultura organizacional desde la perspectiva de género. Estudio de casos en empresas cubanas», Tesis para optar por el grado de Doctora en Ciencias Sociológicas, Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, 2008, p. 51.
7. Mariana Ravenet Ramírez, Niurka Pérez Rojas y Marta Toledo Fraga, La mujer rural y urbana. Estudios de casos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989, p. 5.
8. Niurka Pérez Rojas y Miriam García Aguiar, «Mujer de campo: campesina, cooperativista y obrera cooperativista. Algunas consideraciones preliminares», en Cooperativismo rural y participación social, Departamento de Sociología, Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, 1997, p. 210.
9. Ídem.
10. Isabel Castañeda Pérez, «Aproximación al estudio de la equidad de género en la ANAP: premisas para un diagnóstico», Tesis para optar por el Título de Máster en Gestión y Desarrollo de Organizaciones Cooperativas, FLACSO, Universidad de La Habana, 2007.
11. Mayda Álvarez Suárez, «La revolución de las cubanas: 50 años de conquistas y luchas», Temas, n. 56, La Habana, octubre-diciembre de 2008, pp. 67-77.
12. De las 283 cooperativas en la provincia (95 CPA y 188 CCS), solo nueve están presididas por mujeres (3,18%). De 2 756 asociadas, 381 son dirigentes (13,8 %). La cantidad de hombres (20 637) denota la escasa incorporación femenina al trabajo cooperativo, lo que se refleja, como es lógico, en su acceso a los cargos de dirección. Fueron estudiados en total 773 socios: 121 mujeres (15,6%) y 652 hombres (84,3%).
13. Esta CCS muestra resultados destacados y su presidenta fue elegida miembro del Comité Nacional de la ANAP en el X Congreso, celebrado en mayo de 2010.
14. En entrevista a un funcionario de la ANAP provincial, este refiere que en el caso de algunas CPA, existió un convenio entre dichas cooperativas y el gobierno para facilitar la construcción de viviendas. A partir de la entrega de los recursos, algunas CPA fueron más ágiles y emprendedoras y lograron construir viviendas para todos sus asociados. En otras, sus juntas directivas decidieron no priorizar el bienestar de sus asociados, y dirigieron sus principales acciones hacia la producción.
15. Por ejemplo, en 2008 los huracanes hicieron verdaderos estragos sobre los abundantes palmares que adornan las llanuras camagüeyanas. En una cooperativa se fabricó una herramienta sencilla que, con ayuda de bueyes, permitía obtener tablas de palma, de gran uniformidad, y que aliviaba considerablemente el duro trabajo manual que lleva este procedimiento; mientras que, en otros lugares, las palmas pasaron meses «acostadas». En las cooperativas que hicieron suya la innovación, se levantaron viviendas para campesinos sin techos y otras instalaciones igualmente necesarias. Tanto en el amor como en el trabajo, la creatividad es patrimonio absoluto de hombres y mujeres incentivados.
Por Maribel Almaguer Rondón y Ana Lidia Torres Armenteros
Fuente: Revista Temas
Revista En Femenino
Género y poder: un estudio de campo en cooperativas rurales
Publicado el 04 noviembre 2012 por Daniela @lasdiosasSus últimos artículos
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