Genial irreverencia olímpica -incluso para quienes no fumamos- del New Yorker.
Homenaje a los atletas como personas, que pone en evidencia los excesos de reverencia y pseudo-sacralidad: se diría que casi todo el montaje cuenta más que los mismos atletas como personas.
Homenaje también a esos atletas que no han ocultado los signos públicos de sus creencias: son personas completas y no máquinas de ganar o perder medallas, embutidas en marcas y banderas.
Homenaje también para el equipo español de baloncesto, que puede volver tranquilo y fumarse un puro tras el espectáculo realmente deportivo que han ofrecido en la final con USA.