Cada época y cada sociedad tiene sus peculiaridades, pero sobre todo tiene sus personajes.
Yo me crié en el Caribe profundo, en la segunda mitad del siglo pasado, con una serie de personajes que no sé si siguen existiendo, pero que forman parte de mi memoria y son piezas del retablo que hacen de mí lo que soy y quisiera humildemente recordar su esencia.
Hoy quiero rendir un homenaje a uno de los más entrañables que recuerdo:
La vecina
La vecina es esa mujer que combina perfectamente con los muebles de terraza.
Se ha perdido en la noche de los tiempos el primer día que llegó y los más pequeños han acabado por creer firmemente que son familia.
Ella, salvo para entrar a la cocina a tomar un vasito de agua de vez en cuando, se mantiene casi en exclusividad en el porche (terraza), centro neurálgico de cualquier casa en un país tropical. Da igual que éste se encuentre en la parte delantera ó trasera de la casa, el porche es el cruce de caminos por donde fluye la vida de la familia.
Todos los miembros de la casa la critican a sus espaldas y se echan en cara, unos a otros, la poca determinación que existe para ponerle los puntos sobre las íes y hacerle ver que no se puede pasar media vida allí, pero nadie se siente con ánimos de acrecentar esa soledad que se intuye en su mirada.
Es cierto que es un elemento incómodo en la vida familiar, pero cumple una labor social muy importante y con el tiempo, compite en igualdad de condiciones con ese macetero espantoso en forma de copa que nos regalaron y que detestamos, pero que es donde nuestra planta favorita crece y florece encantada y es motivo de admiración de todas nuestras amistades.
Como enemiga principal tiene a la empleada del hogar, que interpreta que si no es “visita”, porque está todo el día allí metida, así que no hay que atenderla ni ofrecerle de comer ó beber, ni es familia, por lo que no hay que aceptarle órdenes, solo puede ser una cosa: una intrusa, que no hace otra cosa que molestar.
El padre la detesta con toda su alma. No entiende por qué tiene que soportar a aquella mujer, que no pertenece a su familia, perennemente sentada en el porche, enterándose de la vida y milagros de los habitantes de la casa. En más de una ocasión, para acrecentar su frustración, la Vecina le ha dicho cosas de las que él no tenía ni remota idea.
Como si no tuviera suficiente con la suegra, las cuñadas, las amigas íntimas y las de la infancia de su mujer, la vecina opina sobre cualquier tema familiar, eso sí con la coletilla de: “oye, yo no es por meterme donde no me llaman, pero…”
Sin embargo, aunque ustedes no lo crean, tiene su utilidad.
Les pongo unos pequeños ejemplos:
Cuando ella está en su casa, es porque los dueños de su casa adoptiva no están. Así que está pendiente de todo lo que ocurre en doscientos metros a la redonda, básicamente para estar al tanto del momento en que regresan, para poder pasar a visitarlos. Como consecuencia, es una mezcla de KGB, CIA, MI5, Mossad y Stasi en lo que ha informes verbales se refiere. Nadie como ella, desde la atalaya de su residencia para poder decir a sus vecinos todo lo que ha ocurrido en su ausencia.
Cuando viene alguien y los dueños no están, ella desde su jardín es la encargada de decirles aquello de:
“No no están, ellos salieron hace rato. Yo no estoy muy pendiente de la vida de ellos, pero creo que fueron al supermercado y luego a correos. Yo no creo que demoren (tarden), porque el chiquito (el pequeño de la casa) mañana tiene examen de matemáticas y todavía no ha terminado de estudiar”. Así los visitantes se marchan debidamente informados de donde se encuentra la familia en todo momento y de los pequeños detalles de su vida.
Esta es la labor social que hace la Vecina desde su propiedad, pero también hace una muy importante sentada en el porche de su casa adoptiva, la de entretenimiento y vigilancia de los amigos y pretendientes de los jóvenes de la casa.
Ella se encarga de ese adolescente de 1,75Cms y 16 años rebosante de feromonas, que llega a las nueve de la mañana del sábado supuestamente para quedar para ir al cine esa noche con la princesa de la casa, pero que no hay manera de que se vaya en todo el día.
No importa si no le ofrecen de comer, ni agua en un país tropical ó si los hermanos de la chica le gastan bromas pesadas; él permanece inasequible al desaliento.
Al poco de llegar, la amiga motivo de su visita, le dice alegremente, eso de:
-Espérame un tantito que ahora regreso- y desaparece del porche.
El “tantito” es el tiempo que tardará en depilarse las piernas, las axilas, las cejas, lavarse el pelo, ponerse la mascarilla para las puntas, secárselo, llamar a su íntima para preguntarle si está segura de que esa noche irá al cine ese desgraciado que no le hace caso y con el que sueña todas las noches, pero al que piensa darle celos con el que está esperando en el porche, en definitiva unas tres ó cuatro horas.
Así que mientras el pretendiente espera un “tantito”, la vecina cumple con su labor social a la perfección y le investiga la afiliación, el árbol genealógico hasta la quinta generación, investiga qué quiere estudiar, el nombre de la universidad, el país y lo pone en antecedentes de las malas pulgas del padre de la hermosura que viene a visitar y de cómo se las gastan los hermanos.
También es la encargada de hacerle ver a la compañerita de colegio del hermano mayor, que presentarse en casa del chico con unos pantalones taaaan cortos y con los tirantes del sujetador por fuera de la camiseta, no es la mejor imagen para una chica que se quiera dar a respetar.
Así van pasando los años y cuando el otoño de los mayores invade la casa, las tardes de lluvia se convierten en sesiones de “echar cuentos” de los felices tiempos de la juventud sentados en el porche con la vecina, a la que no hay que explicar ni recuerdos , ni gestos, ni chistes y que ella complementa con sus propias vivencias en la casa; Incluso se revela algún secreto de los más jóvenes que ella prometió no decir jamás, pero que al cabo del tiempo ha dejado de tener importancia.
La de casa del Consorte se llamaba Genoveba, Beba para los amigos y Doña Beba para los niños y jóvenes. El día que nos enteramos de su muerte, una profunda tristeza se apoderó de toda la familia porque uno de los miembros más entrañables de esa casa había desaparecido.