Revista Comunicación

Gente buena que besa el alma

Publicado el 22 julio 2021 por Nafuente
Gente buena que besa el alma

Manolito "Puruchico", adiós al último maestro

Tito Vázquez

Era "el gallego" en Madrid y "Manolito de Madrid" en Galicia. Don Manuel Vázquez Naveira, Manolo, Manolito. Comunista reconocido, dignificador de la izquierda. Ajeno a la militancia, nadie le representaba. Él era auténtico, un hombre verdadero que predicaba con el ejemplo. Enemigo de la arrogancia, movido solo por la convicción, desnudo de vanidad. Muy joven se hizo maestro en Coruña, doctor en Logopedia en Edimburgo, catedrático... de la vida. Honró a Galicia, a Coruña, que le vio nacer y despidió, caprichoso destino. Vació toda su vida en Madrid, en el Madrid de los poblados y sus gentes . Y siempre enseñando, recuperando a chiquillos y a otros muchos que no lo eran tanto. Siempre al lado de los que sufren, de los que escuece el lacrimal, de los condenados. Siempre con los que la injusticia vistió vulnerables. Callos y años de entrega en Nicaragua, ayudando a sus gentes desvalidas y oprimidas por la dictadura de la familia Somoza, pero la revolución sandinista merecía una oportunidad. Y sus inocentes gentes más. Eran tiempos duros y de conflicto, pero allí estuvo él. Y lo hizo siempre de la mano, con ella agarrada al pálpito de su corazón, de su inseparable alma gemela Isabel Pérez Torrado, su compañera de viaje, y como él, gran luchadora, intelectual y pensadora activa de la democracia, bandera de los derechos de la mujer, y del hombre, de la igualdad, de la alienable libertad.

Nos dejó Manolo. Pero en vano no fue su existencia. De los bolsillos se le caía su estridencia solidaria. Vozarrón de justicia y libertad. Solo han pasado unos meses desde el fatídico 12F, pero no puedo dejar de recordarlo. Ni yo ni nadie que presuma del honor de haberle conocido. Le encantaba Coruña. Siempre la miraba de reojo. Hasta jubilarse y, como él solía decir, poder ser dueño plenamente de su tiempo. Venía todos los veranos a disfrutar de lo que tanto amaba, cómo no, de Bandoxa, Oza dos Ríos. A disfrutar de su aldea en la casita familiar, ya suya para siempre. Bueno, a disfrutar y a dar clases de manera altruista a los niños del lugar que lo necesitaban. Lo recordaré siempre enseñando "na eira" en las tardes estivales. Sus siestas eran pedagógicas, no lo podía evitar. Lo primero era lo primero, estaban en juego las recuperaciones académicas de los chavales. A ver si salen adelante, decía.

Su hobby era tender la mano, regalar su sabiduría. A sus orígenes le dedicó un libro, "Puruchico, cando éramos nenos". Anécdotas y nostalgias de su niñez, prosa amable sobre la escuela donde él y los demás niños (abuelos hoy) de la aldea iniciaron su camino hacia el conocimiento. El maestro de la unitaria era Don Manuel, su primer profesor, conocido como "el maestro", en tiempos donde un docente instruía a todos juntos, sin importar la edad, amén de ejercer de médico, practicante... Don Manuel, a quien él admiraba, y sus amigos y compañeros del alma. Los primogénitos en el rango de la amistad, los de la infancia, esos que nunca vuelven porque jamás se van, merecían un homenaje y Manolito se lo brindó. También plantó un árbol, muchos árboles. Mártir de la llaga, hizo el Camino de Santiago desde Roncesvalles. Tampoco faltó el libro, e incluso montó en globo. Viajero infatigable, explorador del dolor del hombre, y de las mujeres, que diría Isabel con añil. Cerró el círculo de propósitos vitales.

También recuerdo, en una de sus inenarrables bondades, que siendo muy joven él e Isabel rescataron a un niño asustado de un internado de Madrid y se lo llevaron a pasar el fin de semana en familia. Eran todavía unos veintañeros y allá se lo llevaban a su primaria casa de Aluche. Pronto nacería María (maravilla de tu creación, angelita de mi debilidad). Iván, paciente, remolón, se hizo esperar (será difícil pero, con perdón, su implicación alcanzará para volar a tu par). Dignos hijos de sus padres, la saga continúa. Con el muchacho del internado se perdían de acampada en la sierra, lo llevaban a la casa de campo, pateaban el Madrid de los 70... Lo embriagaban con infinidad de actividades y, por momentos, ¡el chaval dejaba de ser huérfano! Al muchacho le brillaban los ojos, como a otros muchos niños a los que Manolo e Isa entregaron sus latidos de inmenso amor y, con empeño y bondad, sin pretender, besaban el alma.

En Aluche, en Vallekas (con "k", Manolo, por supuesto), en las Barranquillas, en los barrios deprimidos nicaragüenses, en Cádiz, botas puestas por la mojada Royal Mile de Edimburgo, en Galicia... En tantos y tantos lugares donde dejó su estela, donde se masticaba necesidad. Ahora siento que hace frío. En tu aldea también... El vacío es inmenso. Manolo siempre estaba en primera línea de cualquier causa justa. Era un gustazo hablar con él. Todos los veranos nos veíamos y pasábamos hermosas e ilustradas horas conversando, antes y después de una entrañable comida. Era un disparo de luz, de sabias enseñanzas -yo tampoco pedía tanto- que para siempre descansarán en mi corazón. Él era paradigma de lo justo, icono de la esperanzadora respuesta. Sus actos hablaban más alto que sus palabras .Y eso no era sencillo, escuchando su estruendosa voz...

Espontáneo y limpio como una fresca mañana de abril. Y de pronto se me escapa un desgarrador grito, ruin destino para quien merece la eternidad, sortilegio que rasga en mil pedazos, porque duele tanto el vacío... Lágrimas del corazón, esas que ya no sostienen los ojos. Te recordaré en mi viaje como a un padre, un ejemplo de lucha, amor, respeto y entrega por y para los demás. Un guía, un bastón, callado sostén de los lastimados por la vida. Pero tal vez este mundo para ti era ya demasiado pequeño y tu alma necesitase bailar en otro lugar. Aquí la música desafina demasiado para un ser como tú. Ahora ya nada te detendrá, Manolo. Sigue surcando horizontes, devorando el infinito de la misma manera que mordiste la vida. Ya sabes, muévete a tu bola... Prometo volver a verte, seguro. Sé que nada permanece. No habrá mandamiento ni orden que lo impida. Palabra que te abrazaré en las estrellas. Adiós profesor. Hasta siempre, Manolito Puruchico, el último maestro.


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