En su edición impresa de hoy, El País saca en primera página el escrache que impidió ayer a Felipe González y Juan Luis Cebrián participar en un acto en la Universidad Autónoma de Madrid. No hay para el rotativo madrileño nada más importante en todo el mundo que una protesta estudiantil. He escuchado a Federico Jiménez Losantos decir en su radio que Felipe y Cebrián han probado su propia medicina. Es tan delirante el programa que protagoniza el turolense que lo escucho ya como se escucha una antigua novela radiofónica de ciencia ficción: todo es tan excesivo y dramático que acaba adoptando formas cómicas. Empiezo por Federico cada mañana para llegar al trabajo con una sonrisa surrealista.
La misma culpa tiene Pablo Iglesias del altercado de la Autónoma como la tuvieron los bancos de las hipotecas subprime: nadie nos obligó a firmar el contrato, pero la responsabilidad no puede ser únicamente del que estampa su rúbrica. La estrategia de Pablo Iglesias, que consiste en agitar la calle, puede convertirse en una hidra de mil cabezas, ingobernable y quebradiza. Lo que pretende el líder de Podemos (institucionalizar la confrontación social) es tan peligroso como irremediable toda vez que las urnas no terminan de darle la razón. Podemos sigue sin tener claro si debe ganar en el Parlamento o en la calle. En la calle siempre gana el que más grita, en el Parlamento no. Hacer política es renunciar al grito y esta lección solo se aprende practicándola. Equiparar la acción política a la acción social (manifestaciones, movilizaciones, escraches, resistencia civil) es hacer caer al electorado en una confusión que puede llevarle a la apatía. En ese finísimo filo se mueve Pablo Iglesias que ya parece buscar signos políticos hasta en una partida de mus. Jugar a ser político es una cosa y jugar a parar un desahucio otra muy distinta. Lo estamos viendo en la alcaldía de Barcelona, donde la misma activista que fundó la plataforma anti desahucios (Ada Colau) ve ahora cómo su gestión es insuficiente para el gusto de los activistas. El intrusismo entre activismo y política es la primera grieta del muro de la resistencia civil. Repito, o haces política o haces la calle, ambas cosas a la vez son incompatibles.
Podemos no debería desgastarse en la acción social porque su supremacía en la calle es incontestable: nadie se atreve a decir que es de derechas, no por miedo a una agresión, sino por miedo a que le acusen de hortera, porque ser de derechas en este país significa estar anticuado.
En el último debate de investidura Pablo Iglesias se apropió de la “gente”; no hay nada más transversal que el apelativo “gente”, todos somos gente. Ahora Podemos trata de apropiarse de la “calle”, otro sustantivo que atraviesa géneros y categorías sociales. La “gente de la calle” sería la fórmula secreta, el apelativo definitivo a ese indeciso que no sabe a quién votará y que solo tiene una cosa clara: que todos los políticos son iguales. Quizá en esta última frase está explicada la verdadera naturaleza de la estrategia de la formación morada, que no es otra que luchar contra ese viejo tópico, hacer creer a “la gente de la calle” que algunos políticos son distintos.
Archivado en: opinión, politica Tagged: Cebrián, El Pais, escrache, Felipe González, Pablo Iglesias, Podemos