Descubrí esta expresión en el transcurso de la gala de Diario Palentino con motivo de la celebración de sus 135 años. Gente peleona. La pronunció su editor, Miguel Méndez Pozo, y era referida a los palentinos, como definición. Desde entonces no he dejado de darle vueltas a la idea, pues en realidad, nadie pelea si no le provocan. Creo que además el matiz que la enunciación del editor lanzaba era el de gente que da guerra, que no se conforma, que no se rinde.
Es un acierto leernos así. Enfrascado en estas semanas en hablar con gentes palentinas con las que me voy a embarcar en una aventura romántica, me he percatado aún más de las ganas de pelea que tienen algunos, del brío, de la rabia interior que manifiestan, del orgullo que sienten cuando cuentan por video sus títulos, sus logros, sus insignias, y lo que dejan entrever que han tenido que pelear, y duro, para abrirse camino como palentinos. Pareciera que por el hecho de ser de una pequeña ciudad, de un pequeño pueblo de una pequeña e insignificante provincia hubieran de empezar pidiendo perdón. El palentino, como dice en un video el arquitecto Álvaro Gutiérrez Baños, ha de aclarar de partida que vive en un sitio que empieza por ‘p’, para que no crean que vive en un sitio que empieza por ‘v’.
No somos perfectos. Somos peleones. Afortunadamente, porque ya decía Flaubert que «la pasión por lo perfecto nos hace aborrecer incluso aquello que se le aproxima».
El peleón palentino de todos los siglos ha sido un tipo muy correoso, como esos carrileros del futbol, como esos escritores fracasados que lo vuelven a intentar con la siguiente novela, y que tras un reiterado no de un editor, se levantan de nuevo y lo intentan. Los románticos amamos el fracaso porque nos permite crecernos en la pelea, y porque sabemos la cara que se les queda a los que triunfan, las ganas que dan de vomitar cuando alardean de sus éxitos.
Los que hemos nacido en una ciudad pequeña castellana, en un pueblo pequeño de Castilla, sabemos de sobra que estamos condenados al fracaso más absoluto, porque luchamos contra una despoblación lenta y cruel que asola nuestro paisaje, y que no tiene medicina ni cura. Es nuestro incurable colectivo. Pero ni aún sabiéndolo, ni aún viéndolo, ni aún padeciéndolo en nuestras carnes, dejamos de pelear. No pasarán.
De la sección del autor en "Curiosón": "Vecinos ilustrados" @Aduriz2016