Revista Educación

Gente sola

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Hay gente que camina con determinación, como hundiendo a cada paso el pie en el asfalto, gente con la agenda a tope, sin tiempo para nada. También hay gente que camina sin ninguna prisa, a un ritmo que desespera a los conductores cuando cruzan un paso de peatones. Hay gente que camina en grupo o en pareja, con amigos, con sus padres, compañeros de trabajo, adolescentes ruidosos, familias con niños, señores/as de traje con el ipad en la mano.

Luego está la gente sola, la que ves un domingo, un día festivo por la mañana o después de comer, cuando vuelves a casa en el coche, con tus chicos en el asiento trasero, tu pareja, tus padres, tu suegra, tu hermana, tus amigos…feliz de estar tan bien acompañado.

Si te fijas bien, verás pasar a un montón de solos y solas. Se detectan enseguida porque su soledad es bien visible. Paseos solitarios, con las manos a la espalda, dando pataditas a una piedra, mirando a los niños jugar en el parque, escuchando los partidos en una radio pequeñita, ocupando un banco en cualquier parte.

Gente sola

Debajo de mi casa se sentaba por las mañanas un señor vestido de blanco de los pies a la cabeza. Muy mayor, con gafas de culo de botella, siempre escudriñando lo que pasaba por delante. Una vez le oí contarle a alguien que estaba solo, que su mujer se murió, que los hijos vivían lejos y que no podían ir mucho a verlo..

Vivía en una casa terrera cerca de la mía y con quien único le vi cruzar palabras regularmente fue con un perro guardián que vivía, bueno, lo tenían allí, detrás de una verja, en un garaje para coches del barrio.

Muchos días vi al señor acercarse a la valla y dejar allí los restos de su propia comida para el perro, al que nunca en todos estos años tuve oportunidad de verle el hocico porque, como el señor, vivía solo pero también encerrado.

Muchos días quise sentarme a hablar con él de cualquier cosa pero nunca me atreví a ofrecerle algo más que un saludo. Creo que me daba miedo o vergüenza. Me habría gustado tener la confianza para dedicarle media hora, irle a la farmacia si lo necesitaba, quitarle un poco de ese peso enorme que es la soledad que uno no ha buscado pero nunca reuní el valor para hacer nada de eso.

El señor y el perro están muertos, supongo. A él hace mucho que dejé de verlo y al perro ya no lo escucho ladrar detrás de la verja. Tampoco hay restos de comida en el suelo.


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