Recomiendo la lectura de un extraordinario análisis de Manuel Jesús Florencio titulado “La serpiente del verano” en la edición impresa del diario El Mundo en su sección dedicada a Sevilla.
El extenso artículo hace una excelente disección en el tiempo y en el desarrollo de los acontecimientos sobre las obras de las polémicas setas de La Encarnación que no tiene desperdicio alguno.
Sólo destacaré aquí dos aspectos que me han llamado extraordinariamente la atención. El primero, que si el alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, hubiese optado por aplicar las penalizaciones previstas por retrasos en la finalización de la obra, la cantidad adeudada por la empresa constructora ascendería a la nada desdeñable cifra de 3.285.000 euros (a razón de 3.000 euros por cada uno de los 1.095 días de demora). Algo inexplicable dado que el Ayuntamiento está en la más absoluta de las ruinas. No sé qué le deberá el alcalde a Sacyr, a la que no sólo consiente que ponga a parir a los andaluces, sino que además le perdonan cantidades astronómicas de dinero.
El otro es que los puestos de los placeros, según reza en el pliego de condiciones, se quedarán vacantes a medida que estos se vayan jubilando y pasarán a formar parte de la galería comercial anexa gestionada por Sacyr. O lo que es lo mismo, que el tradicional Mercado de la Encarnación tiene sus días contados y sólo es cuestión de tiempo el que pase a ser un “centro comercial privado” más de la ciudad, gestionado en este caso por la empresa constructora del proyecto.
Esto no hace más que ratificar algo que hemos estado investigando hasta hace muy poco mi compañero Jesús Rodríguez y el que esto escribe. Las grandes inversiones en infraestructuras nuevas y a veces tan rimbombantes como ésta no son sino la base necesaria para que se inicie lo que se conoce como un “proceso de gentrificación”, cuyas consecuencias finales no son otras que un cambio significativo, cuando no radical, tanto en el paisaje urbanístico del barrio en cuestión, como en la geografía social tradicional de mismo. Es decir, el desplazamiento o expulsión de la población tradicional y originaria del barrio por otra nueva con unas características totalmente diferentes y más acordes a lo que se pretende que sea la nueva realidad social de la zona.
Tal vez ahí resida la razón oculta de la obsesión del alcalde por acabar las setas al precio que sea.