Ahora mismo se está celebrando el Festival de Cannes de publicidad, una buena oportunidad para mantenerse al día de lo que se hace en todo el mundo con un nivel muy superior al que vimos hace unas semanas. Puedo decir que estar con un trabajo propio en la shortlist de una de las categorías siempre es bonito, y que unos amigos de Ogilvy se lleven dos leones por una preciosa historia para ING es mejor todavía.
Todo esto me ha recordado a un spot que vi hace algún tiempo. Me pareció maravilloso y he querido rescatarlo.
Es de esas películas sencillas que me gustan donde las localizaciones parecen no tener importancia pero están ahí. Combina planos interiores de una casa inglesa con exteriores grises. No son lo importante pero juega con varios niveles de profundidad y con la estructura de la estancia. Está rodada con cámara al hombro, con un ligero movimiento que siempre nos acerca al personaje, hace la imagen menos perfecta y parece que son nuestros ojos los que están allí, viendo esa situación, conectando con esa persona.
Una fotografía de cielos nublados y colores marrones, grises y verdes dominan la narrativa. El tempo del montaje es calmado, es una versión de más de minuto y medio, con una música de piano que acompaña melancólica la condena diaria de un lunático. Una voz en off que nunca veríamos en la televisión española reflexiona sobre lo que estamos viendo con un ligero tono poético en el copy.
Y todo se resume en un personaje, en un protagonista gordo, de pelo desgreñado, vestido con un simple chandal marrón y que parece necesitar ayuda constante. Un comportamiento fuera de lugar que se tolera porque nos recuerda a un retardo, a alguien que necesita ayuda y al que perdonaremos todo lo que haga porque estamos en deuda con esa persona. En deuda moral, en deuda vital, en deuda histórica. En el tipo de deuda en la que sabes que por mucho que hagas nunca será suficiente para estar en paz.
Alguien que cae en sus propios errores, que persiste en comer algo que le sienta mal, que necesita la libertad como el agorafóbico un parque, un ciclotímico de 100 kilos que no puede vivir sin ti.
A todos los que vivan con alguien así, enhorabuena, porque sólo ellos saben el tesoro que tienen.