El viaje, más allá del desplazamiento físico o de la visita a un lugar determinado, puede dar cuenta de un itinerario íntimo, nutrido de referencias y evocaciones que acaso sólo otro viajero comparte. La lectura de un estimulante artículo sobre el historiador romántico Barthold Georg Niebuhr (27 de agosto de 1776 – 2 de enero de 1831) escrito por Oswald Murray en la Revista de Historiografía despertó nuestra imaginación evocadora al situar a Niebuhr en dos lugares tan lejanos como míticos: Roma y Edimburgo. POR MARÍA JOSÉ BARRIOS CASTRO Y FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Murray escribió un precioso ensayo sobre una curiosa paradoja: Niebuhr, historiador danés cuya actividad académica más importante transcurrió en las universidades de Berlín y de Bonn, ha tenido mucho más eco y presencia en el mundo anglosajón que en el germánico. Durante los míticos años del segundo decenio del siglo XIX, en la flamante Universidad de Berlín, se delinearon las líneas maestras de lo que iba a ser la universidad moderna. En ella, Niebuhr puso los cimientos de la historia antigua concebida más allá de la reverencia a los testimonios de historiadores como Tito Livio o Tácito. El artículo de Murray, sin embargo, no comenzaba en Berlín, sino en Roma. El autor había tenido el privilegio de habitar las mismas habitaciones donde había residido Niebuhr, precisamente en la rehabilitación moderna del teatro Marcelo. En septiembre de 2011 visitamos Roma durante un fin de semana. Poco antes de cruzar el Tíber, pasamos junto a la sinagoga y el teatro Marcelo, y allí no tuvimos más remedio que evocar aquella estancia del historiador en Roma, mientras descubría palimpsestos, o textos ocultos bajo otros textos, en la Biblioteca Vaticana. Niebuhr pudo vivir de primera mano la Roma antigua y soñar con antiguas baladas que contaban las viejas hazañas de los héroes, aquellas que después Tito Livio recogió en sus primeros libros del Ab Urbe Condita. En septiembre hacía mucho calor en Roma, y esto nos llevó a pensar, como contraste, en las brumas y el frío de Edimburgo, a donde Niebuhr también viajó en otra circunstancia vital bien distinta. Edimburgo fue una ciudad donde las ideas ilustradas encontraron gran estímulo, como puede entreverse sólo con admirar las severas fachadas neoclásicas que jalonan la llamada New Town, verdadero prodigio del urbanismo del siglo XVIII. Estos días hemos logrado llegar al frío Edimburgo para completar este viaje sentimental desde el caluroso sur romano. Si Niebuhr logró romper con los mitos de la historia de roma, intentando encontrar las bases de una historia científica, este mismo empeño dio lugar a los nuevos mitos románticos tanto de la historia antigua como de la medieval. Walter Scott noveló la historia, y él mismo se ve ahora envuelto en un edificio neogótico que no deja de ser el fiel reflejo de cómo la propia historia se reinventa para ser evocada. Thomas Macauly, menos conocido que Scott, se basó en los ensueños historiográficos de Niebuhr para recrear en verso las antiguas leyendas romanas. En cierto sentido, Niebuhr acabó con viejos mitos para dar lugar a otros nuevos. Sobre estas cosas fuimos charlando mientras recorríamos cementerios, monumentos de inspiración griega y la propia Royal Mile de Edimburgo. Resulta realmente grato cuando podemos hacer de la historiografía todo un viaje sentimental. POR MARÍA JOSÉ BARRIOS CASTRO Y FRANCISCO GARCÍA JURADO