La presencia de la cultura visigoda en Los Montes de Toledo está suficientemente acreditada y algunos de sus mas destacados focos estudiados' con amplitud.
No obstante existen otras huellas de este pasado que se extienden por la comarca en forma de nuevos yacimientos, indicios y testimonios populares que abundan sobre el particular y a ellos nos referiremos buscando también las huellas cristianas que se manifiestan en este territorio en su periodo inicial.
La aparición del cristianismo en los Montes de Toledo es difícil de precisar pues tan solo conservamos algunos recuerdos legendarios para perfilarlo que debemos utilizar con prudencia por lo tardío.
El culto a los mártires puede encontrarse tras la primitiva devoción muy extendida en los Montes de Toledo de santa Quiteria una vez descartado' que fuera introducida en la comarca durante su repoblación avanzado el siglo XII por los francos quienes veneraron otra santa de igual nombre pero de origen distinto' cuya capilla se encontraba en el convento de las Concepcionistas en Toledo'.
Estos indicios los recoge el Conde de Mora en su Historia de Toledo' exagerando y fabulando las crónicas. Se encuentran también en la contestación al cuestionario de las Relaciones de cardenal Lorenzana' que hizo el cura de Marjaliza? y los numerosos hallazgos romanos y algunos visigodos vinculados a las tradiciones antiguas sobre el martirio de la santa en esta población donde parece que se encuentran los primeros indicios cristianos de los Montes de Toledo, auque solo podamos hablar de puras hipótesis y algunas coincidencias arqueológicas.
En el resto de la comarca la presencia cristiana en los cinco primeros siglos de nuestra era, no se conoce, haciendo la salvedad del hallazgo en Ventas con Peña Aguilera de una iglesita que pudiera ser paleocristiana8 y los sarcófagos de Layas' en la Meseta de los Montes.
Toda la colección epigráfica monteña que se encuentra fechada entre los siglos 1 al IV en Los Y ébenes, Marjaliza, Arisgotas, Orgaz, Ajofrin, Ventas con Peña Aguilera, San Pablo de los Montes, Retuerta del Eullaque, Navas de Estena, Malamoneda, Gálvez, Polán y Totanés, correspondientes a estelas funerarias o votivas, son paganas y hasta la fecha no se han encontrado materiales que nos indiquen creencias cristianas bien en enterramientos u otras manifestaciones materiales.
Si existieron cristianos debieron ser comunidades muy pequeñas que apenas dejaron constancia. Una moneda de Constantino encontrada en Malamoneda con el lábaro puede representar el primer siguo de cristianismo oficial en la extensa comarca que nos ocupa, sin que ello pueda significar otra cosa mas allá del dato numismático.
En un siglo V convulso, la antigua provincia romana de Hispania, es ocupada (tu) por diferentes pueblos centroeuropeos fronterizos que irrumpen en las tierras del viejo Imperio. Con ellos vienen cristianos de confesión arriana. Son los vándalos silingos, alanos, visigodos y los suevos que se disputan los territorios peninsulares con población hispanorromana de origen católico.
Los suevos abrazan la fe católica en 561 y poco tiempo mas tarde Leovigildo unifica la Península y funda el reino visigodo de Toledo (572). En el 580 convoca un concilio de obispos arrianos para unir toda Hispania bajo este credo fracasando en su propósito. En el III Concilio de Toledo ( 589) la unidad entre católicos y arrianos la consigue su hijo Recaredo quien se convierte junto a la administración visigoda al catolicismo.
Del periodo arriano que se prolongó durante mas de un siglo no disponemos de noticias en la comarca. Las últimas manifestaciones paganas son del siglo IV. Del periodo visigodo católico, podemos recorrer la geografía monteña tras las huellas de esta cultura de origen religioso o civil, abarcando un periodo que comprende los siglos VI al VIII. Es indudable la presencia de la cultura visigoda en los Montes de Toledo y sus inmediaciones.
Hallazgos y yacimientos como los de Santa Bárbara y los Hitos en las cercanías de Arisgotas, la iglesia de San Pedro de la Mata en Sonseca, el yacimiento inédito del Convento en San Pablo de los Montes, el complejo de Melque en San Martín de Montalbán, los hallazgos de Malamoneda y Navas de Estena, el foco de Guarrazar en Guadamur y Almonacid, abren una panorámica inicial que no acaba en este recorrido, sino que nos deja el camino abierto a nuevas posibilidades de estudio, tanto en las zonas altas de la comarca como en la meseta, con las aportaciones materiales que nos facilitan los posibles asentamientos en Argés, Totanés, Ajofrín, Polán o Marjaliza.
La corta distancia entre Toledo y los Montes, sumado la facilidad de acceso a las primeras estribaciones a través de las antiguas vías romanas que cruzan la cordillera por los puertos de Los Y ébenes, Albarda, Milagro o Marches, además de otros caminos secundarios que atravesando el Tajo se dirigían a Mérida quizá por Malamoneda, salvando las sierras por los cauces de los ríos hacia Piedraescrita, hace mas fácil el establecimiento de pequeños monasterios o poblaciones que nacen por lo general en las cercanías de los trazados de estos caminos que parten de Toledo o sobre antiguos asentamientos romanos.
Ruinas de la iglesia monacal de San Pedro de la Mata (Sonseca) Las zonas mas pobladas por asentamientos visigodos que conocemos en la actualidad los podemos situar entre Sonseca y Marjaliza con tres asentamientos estudiados. Otra segunda comprendida entre San Pablo, N avas de Estena y Malamoneda. La tercera en el entorno de Melque y la cuarta zona en Alpuébrega sin estudiar y Guarrazar. Los Montes de Toledo en la época visigoda debieron estar casi despoblados, salvo en su vertiente norte.
Las pocas y pequenas aldeas en su interior no debieron tener relevancia y la extensa comarca debi6 mantenerse yerma y sin cultivar, reservada para la caza de la «urbs regia». Estas soledades y desiertos no pasaron desapercibidos para aquellos hombres y mu jeres que buscaron a Dios atraídos por la vida contemplativa y queriendo romper los lazos con el mundo se apartaron a lugares solitarios siguiendo la tradici6n ascética que conoció un extraordinario auge entre los siglos III Y V, extendiéndose por Asia, Europa y norte de África, hasta la aparici6n del Islam, guiados por una serie de maestros espirituales.
En la Península ya en el siglo IV se encuentra un monaquismo balbuciente y tenemos que esperar a que San Isidoro de Sevilla (t 636) estructurase esa corriente y la tratara de encauzar bajo unas reglas según sus palabras: "Son muchas las normas.!! reglas de los antepasados que se encuentran acá.!! allá expuestas por los santos padres.!! que algunos escritores trasmitieron a la posteridad en forma excesivamente difusa .!! oscura.
Por nuestra parte a ejemplo de estos, nos hemos lanzado a seleccionar unas cuantas normas en estilo popular .!I rustico con el fin que podáis comprender con toda facilidad como debéis conservar la consagración de vuestro estado». Era necesario «explotar ese riquísimo cuerpo de tradiciones monásticas dentro de la peculiar estructura institucional, litúrgica, disciplinar y contemplativa de la iglesia española, deseo que incitó a obispos y abades a componer nuevas reglas, específicamente adaptadas a las necesidades de la Península».
Desde la iglesia toledana sin duda nacieron grupos de cristianos clé- rigos o legos, que apartados en monasterios tanto en la cercana periferia urbana de la ciudad, como en los desiertos monteños, crearon una rica actividad monacal que influyó notablemente en la vida pública, en la eclesial, y cultural de Toledo, penetrando en las grandes corrientes monacales españolas extendidas por toda la Península, singularmente bajo la guía de maestros hispanos como San Isidoro o San Fructuoso. Este desde Braga y aquel desde Sevilla.
Del primero se dice que fue un «exquisito hispanorromano» y e! segundo «un godo recio y duro». Personalidades que se manifiestan en las reglas que ambos dieron a sus monjes o a quienes las tomaron para sus fundaciones". Toledo no se quedó al margen de las iglesias españolas que dieron personajes ilustres de alta estima intelectual que contribuyeron al desarrollo del monacato y cultura visigoda en los siglos VI Y VII alcanzando una gran altura en sabiduría y santidad, como dicen las crónicas, junto a otros no menos ilustres del resto de España. Así Elpidio, Justo, Martín, Severo que vivieron en e! siglo VI y los que les sucedieron en e! VII como Quirico, Agapito, Eladio, los Eugenios e Ildefonso en Toledo, destacando como monjes, prelados, santos o escritores'
En Toledo se ha especulado con la situación de los monasterios visigodos desde hace siglos". No conocemos a ciencia cierta donde estuvieron y por tanto de los lugares donde salieron y se formaron estos monjes sabios y fecundos que con su pluma y erudición sirvieron a la iglesia toledana. Monasterios con sus bibliotecas y escuelas llenas de ciencia sagrada y profana destruidos por el Islam como el resto de la floreciente cultura hispana durante el siglo VIII y posteriores. No sabemos tampoco cual fue el destino de sus edificios, ni cuantos hubo. El abandono, la ruina, la ocupación para otros menesteres fueron causa de su deterioro hasta su desaparición.
Ventura Leblic GarciaNumerario http://www.realacademiatoledo.es/files/toletum/0054/07.pdf
Revista Cultura y Ocio
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