En los comienzos del siglo XX y hasta su primera mitad la danza tuvo en EEUU un momento de gran creatividad. En buena parte se debió a la figura de Georges Balanchine, que consiguió revitalizar la danza clásica, siendo un defensor a ultranza del clasicismo iniciado por Petipa.
Su carrera comenzó en la compañía de Diaghilev después de unos años en la Unión Soviética. De la época de Diaghilev, su ballet Apollo es el que permite vislumbrar el camino que este joven coreógrafo tomaría en el futuro. Tras la muerte de Diaghilev, quiso establecerse en Europa, pero la falta de trabajo le empujó hacia América; una figura como Serge Lifar se hizo cargo de la Ópera de París, lo que le quitó toda esperanza de acceder a esta dirección; incluso intentó crear su propia compañía, pero pronto se vio acosado de problemas económicos. Cuando tomó la decisión de emigrar a EEUU, tuvo la suerte de conocer a Lincoln Kirstein, que le propuso la creación de una compañía de ballet en América; la condición de Balanchine fue que esta compañía fuera acompañada de una escuela, de modo que en 1934 surgió la Scool of American Ballet, donde Balanchine tendría su cantera para sus creaciones. El primer ballet creado por él fue Serenade, con música de Tchaikovsky, coreografía realizada con intención pedagógica para sus bailarines; se trata de un homenaje a los maestros que le habían servido de inspiración: Petipa, Ivanov y Fokine. El aspecto más llamativo de esta obra es su estructura, pues en ella aparecen diecisiete bailarinas en líneas diagonales, con la presencia de un bailarín al final. Es un ballet plagado de anécdotas, como por ejemplo la entrada de una bailarina que llega tarde, hecho que ocurrió realmente, y que Balanchine incorporó como parte de la coreografía. Lo que más destaca en esta obra es el uso de las formas geométricas, la creación de una atmósfera, la falta de argumento concreto, y algunas de las características esenciales atribuidas al coreógrafo, como la energía y el dinamismo continuo, el uso del espacio y la incorporación de elementos de la danza-jazz.
Aparte la dirección de la escuela, que era un proyecto a largo plazo, Balanchine intentó en varias ocasiones la creación de una compañía propia, como Ballet Caravan, en 1941, para la que crearía el ballet Concerto Barocco, con música de Bach; en ese mismo año y con esta compañía, realizará la coreografía homenaje al teatro Maryinski, Ballet imperial, con música de Thaikovsky. Invitado unos años después por el Ballet Ruso de Montecarlo, crea una de sus obras más misteriosas, La Sonámbula, para la bailarina Alexandra Danilova, un ballet de ambiente gótico que mezcla lo real con lo onírico.
Balanchine trabajaba al mismo tiempo para Hollywood, creando coreografías para películas, y en Broadway, en espectáculos musicales, de donde obtenía dinero suficiente para sus creaciones escénicas. De ese modo consiguió crear Ballet Society, germen de lo que luego sería New York City Ballet. Balanchine no reconocía las barreras que muchos críticos y artistas no sobrepasaban entre el gran ballet y la danza para películas y musicales; para él, y así lo proclamó siempre, el ballet era un entretenimiento. De hecho, sus trabajos para el cine y para el musical le permitieron aprender e introducir en su técnica variaciones muy interesantes, como el trabajo de piernas y caderas, así como la rapidez y energía de los movimientos. Balanchine no tenía prejuicios, y lo demostró creando incluso un ballet para elefantes para el circo de los Hermanos Ringling, Circus Polka, para el cual compuso la música Stravinsky.
En 1946 comenzó también su colaboración con el músico Paul Hindemith, el cual compuso para su compañía la obra Four Temperaments, cuyos diseños, en principio, realizó el pintor surrealista Seligmann. Esta fue una de las obras más importantes de la carrera del coreógrafo. Se trata de un ballet sin argumento que se llama del mismo modo que la composición de Hindemith, basada en la creencia antigua de que existían cuatro temperamentos humanos. Consta de una Introducción (Tema y Variaciones iniciales) y cuatro piezas, Melancólico (un solista y cuatro bailarinas), Sanguíneo (una pareja y cuatro bailarinas), Flemático (un bailarín y cuatro bailarinas) y Colérico (una bailarina y toda la compañía). Culmina con una celebrada apoteosis. Una innovación de esta obra está en la ausencia de vestuario y decorados; aunque en principio, Seligmann los diseñó, no fueron del gusto de Balanchine y en el desencuentro entre el artista plástico y el coreógrafo, Balanchine decidió que prescindiría de su trabajo de diseño. Los bailarines y bailarinas aparecieron vestidos con mallas blancas y negras, como en un ensayo, y el decorado era un simple fondo azul. Con esto, la danza parecía liberarse de todas las demás artes; sólo hubo un elemento del que Balanchine no prescindió, la música, aunque, más adelante, con los trabajos de Merce Cunningham se llegaría también a prescindir de ella.
En 1947 crea un ballet en la línea romántica, Theme and Variations, para la bailarina cubana Alicia Alonso, con música de Tchaikovsky; un año después, inaugura el New York City Ballet con un ballet, Orpheus, que supone una nueva colaboración con Stravinsky. Los diseños serían de Noguchi, colaborador habitual de Martha Graham. Por esta misma época se levanta una agria polémica por el ideal de bailarina creado por Balanchine, tendente a la anorexia. Bien conocida era la misoginia del coreógrafo, fuertemente contestada por los emergentes movimientos feministas americanos. Balanchine, no sin razón, era acusado de manipular a sus bailarinas y de someterlas a fuertes presiones; estudios más recientes equilibran la polémica, pues fue el creador de coreografías y técnicas complejas y variadas, nunca superadas.
Ya con su propia compañía, prosiguió su carrera en gran variedad de estilos, creando un repertorio muy amplio. Aunque sus ballets sin argumento son los más numerosos, creó versiones de Cascanueces, El sueño de una noche de verano, Don Quixote y Coppelia. Coreografió así mismo obras de estilo romántico, como Sinfonía Escocesa, o de estilo clásico imperial, como El lago de los cisne; incluso trató el folclore americano, en obras como Western Symphony (1954), Square Dance (1957) o Stars and Stripes (1958). Pero la obra que iba a determinar un importante cambio de rumbo en la danza será Agon (1957), una nueva colaboración con Stravinsky. Es el ballet que llevará la técnica clásica a sus últimas consecuencias técnicas y estéticas. Es, musicalmente, el primer experimento de Stravinsky con la música dodecafónica y está inspirada en las danzas del siglo XVIII, reinterpretadas desde una estética vanguardista y atrevida. Se trata de una obra que no ha perdido con el tiempo su modernidad, debido a la energía, el ritmo y la confrontación continua que supone; transmite ansiedad y nerviosismo, transcripción de la tensión de la música, perfectamente transcrita a la danza. El estilo creado con esta obra estará asociado a la carrera de Balanchine y tiene como características la ausencia de expresión en las caras de los bailarines, la desnudez decorativa y el estar centrado exclusivamente en la coreografía y sus evoluciones.
Con motivo de la muerte de Stravinsky, con el que tantas veces había colaborado y con el que mantenía una gran amistad, le rindió homenaje con un ballet, Violin concerto, (1973) una de sus últimas obras maestras. Otro de sus grandes triunfos fue la creación de Jewels (1967), un ballet inspirado en una exposición de joyas, sin argumento y dividido en tres actos, cada uno dedicado a una piedra preciosa.
En 1983 murió el coreógrafo, lo que sumió al mundo de la danza en estado de perplejidad; se creó la sensación de que toda innovación a partir de ese momento era imposible. Balanchine fue un creador genial y muy controvertido por sus ideas y declaraciones. Rompió barreras, buscó nuevas formas de expresión y revisó los estilos anteriores a él. Como el gran bailarín Nureyev declaró, a pesar de que había sido rechazado por el coreógrafo, no se puede escribir una historia de la danza omitiendo el nombre de Balanchine.