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Georges Charpak, Nóbel de Física

Publicado el 08 octubre 2010 por Lilik
Georges Charpak, Nóbel de Física
“Sólo la educación logra la integración cultural”
El pasado miércoles 29 de septiembre de 2010 murió uno de los grandes genios de la Física de nuestro tiempo, Georges Charpak. Rescatamos la entrevista que le hizo José Ángel Martos en el año 2001, cuando este físico nuclear polaco tenía 77 años y le quedaba mucho por enseñarnos. Por aquella época, con el premio Nobel de Física bajo el brazo por sus trabajos sobre detectores de partículas, buscaba que los más pequeños se interesasen por la ciencia experimentando con sus propias manos, pues pensaba que la educación era el mejor vehículo para lograr la integración social.
He aquí un físico que quiere hablar de algo más que de partículas elementales, detectores o big bangs. Entra al trapo en la discusión política o social, y se interna con pasión en el terreno educativo, al que dedica hoy casi todos sus esfuerzos. Es muy alto –más de 1,80– y tiene el Premio Nobel de Física de 1992. Debió ser esa consagración la que le hizo salir de su cascarón investigador, o quizás fue, mucho antes, el paso por el campo de concentración nazi de Dachau. Se llama Georges Charpak, es francés de adopción y tiene una historia que contar.
–Usted lucha por implantar un nuevo método pedagógico experimental que “eduque a los niños como ciudadanos”. ¿Su encarcelamiento durante la Segunda Guerra Mundial tiene algo que ver con esta ansia de formar ciudadanos?
–El primer efecto que me dejó haber sufrido el nazismo es el horror hacia los regímenes totalitarios. Entre mis guardianes y entre el pueblo alemán encontré hombres y mujeres totalitarios y me quedó el deseo de democracia. La única ventaja de Dachau fue que no tenía el problema dietético que tengo ahora.

–¿Cómo dice?
–Sí. No tenía la preocupación por engordar (ríe).
–Veo que lo recuerda con sentido del humor.
–Sí, pero, hablando ahora en serio, desde entonces se asentó en mí la idea de que si no tenemos una sociedad en la que la solidaridad esté desarrollada, pueden ocurrir cosas terribles. Si hay hombres desesperados cuya principal motivación para actuar es el odio, pueden generar en el resto de la sociedad una especie de “egoísmo armado”, una ideología a favor de eliminar el peligro de manera rápida y radical. Para evitarlo, la educación es una herramienta esencial en la ayuda a los países en desarrollo; no basta con enviar barcos llenos de arroz, hay que enviar barcos llenos de material pedagógico.
–Usted fue un inmigrante, en una época muy distinta a la actual, proveniente de los países del Este. ¿Cómo ve la inmigración del siglo XXI?
–La educación es la única manera de integrar a la inmigración. Es también la mejor forma de luchar contra el comunitarismo, contra los guetos. En el continente americano, la gente vive inmersa en su comunidad y no sale de ella. En Francia, en cambio, se ha ido muy lejos para conseguir la integración cultural de los emigrantes. La enseñanza es obligatoria y eso permite que los niños escapen de las carcundas tradiciones paternas. La situación de las niñas turcas es dramática. Son tratadas como esclavas por su familia, que las quieren casar a la edad de once o doce años. Pero en el momento en que estas niñas van a la escuela, rechazan las tradiciones, porque ven que a sus compañeras no las obligan y, por tanto, ellas se niegan.
–Pero la educación tampoco es la panacea. En nuestro sistema, dos estudiantes pueden ir a la misma clase y, al cabo de los años, uno puede ser premio Nobel y el otro estar en la cola del paro.
–Es una pregunta interesante porque el Nobel es sólo un accidente; sin embargo, el paro no es accidental. En el caso de las ciencias, hay miles de estudiantes en paro y es porque la sociedad ha decidido que no los necesita. Creo que puede deberse a que los estudios científicos no están adaptados a las necesidades del mercado en especialistas. Hay ciertas maneras de enseñar que están envejecidas, desfasadas, y que provocan que el diplomado universitario no esté adaptado al mundo que le espera.
–El modelo pedagógico que propone lleva el eslogan Con las manos en la ciencia. ¿En qué consiste?
–En la premisa que afirma que la actitud de experimentar, de tocar con las manos, es fundamental. He visto científicos muy preparados en el laboratorio del CERN incapaces de reparar un aparato a la una de la mañana cuando se estropeaba. A los alumnos les damos el material necesario, mediante lo que llamamos maletas pedagógicas, con instrumentos de experimentación, para que investiguen el mundo exterior y aprendan la realidad. Por ejemplo, un niño observa cómo el agua en ebullición hace subir la temperatura de un termómetro; mira cómo aumenta y registra el ascenso. Cuando ve que no sube más allá de los cien grados, le dice a la profesora: “Señorita, el termómetro se ha roto” (porque no sube más alto). La profesora le da otro, sin explicarle nada todavía. Vuelve a ocurrir lo mismo y se lo dice de nuevo. Entonces, ella le explica que el termómetro no se ha roto, sino que ha ocurrido un cambio de estado en el agua y le explica sus leyes. Podemos hacer progresos considerables en la comprensión de los conceptos con esta técnica, y hay decenas de experimentos como éste.
–¿A partir de qué edad puede implantarse su modelo?
–Queremos comenzar a los cinco años, porque los niños de esta edad ya son, a su manera, investigadores científicos. Son curiosos y tienen gran interés por conocer el mundo. Cuando un niño no comprende, toca y rompe hasta que entiende. Queremos explotar esta curiosidad para potenciar la capacidad de experimentar.
–¿Una educación más cercana a las necesidades profesionales?
–Una educación que tiene en cuenta los progresos hechos en el arte de enseñar y en la ciencia. No interesa el modelo que consiste en pedirle a un profesor que diga la verdad sobre un tema, el cual no conoce bien, y después que los alumnos recuerden lo que ha dicho. En las clases actuales se acaba seleccionando a los estudiantes por la cantidad de conocimientos que han metido en su cráneo. Al final, no saben nada. Muchos estudios realizados por educadores demuestran que organizar a los alumnos por grupos para realizar experiencias y que las discutan les enseña a practicar “el diálogo democrático”, como me dijo un ministro de la República Popular China. Es extraordinario cómo se ayudan, discuten y, cuando no están de acuerdo, preguntan a la maestra. Su espíritu florece.
–Hablaba al principio del Premio Nobel. Pensemos en Irene Curie, la hija de Marie Curie. Ambas lo ganaron. Irene no heredó genéticamente los conocimientos, pero trabajó con su madre en el laboratorio desde pequeña y aprendió a hacer los experimentos hasta que fue adolescente. ¿Y usted? ¿También entró en contacto con la ciencia desde la infancia?
–Mi educación científica fue cero. Aprendí a hacer ciencia leyendo a Julio Verne.
–Como todos los grandes investigadores...
–Yo era un inmigrante polaco de siete años y aprendí a leer en francés a través de las novelas de Verne y Dumas. Pero con Verne, además, desarrollé mi imaginación.
–¿Era bueno en Física?
–No. Sólo era bueno en geometría. Más que un interés por la Física, tenía una inclinación por conocer el mundo. En mi familia, que era muy pobre, el héroe era el sabio, como en otras lo es el jugador de fútbol. Cuando salí del campo de concentración de Dachau, fui a la École de Mines y allí comencé a practicar la Física. Entré en un laboratorio cuyo director era un tipo excepcional, el Nobel Jean-Fredéric Joliot. El laboratorio estaba vacío en cuanto a utillaje y hacía falta que nos fabricáramos nuestros propios aparatos. Mi cultura se desarrolló haciendo el instrumental que necesitaba para mis experimentos. Cuando iba a la tienda, como tenía muy poco crédito, compraba las materias primas para hacer mis instrumentos. Después, vino la suerte. Hice muchos detectores de partículas que no sirvieron para nada pero hice uno que sirvió. Y ése me valió el Premio Nobel a pesar de que, ciertamente, no fue el más inteligente de todos. Me gustaba trabajar con los detectores, porque cuando llegué al mundo de la Física nuclear, la parte experimental consistía en hacer un detector.
–¿La educación es la mejor manera de cambiar la sociedad?
–En esta experiencia he encontrado que para que la sociedad mejore, no hay necesidad de batirse en la calle con bombas lacrimógenas. Basta con hacer que los alumnos disfruten durante cinco o seis años de aquello que hacen. Cuando la escuela pasa por delante de sus ojos sin que puedan participar, son infelices porque se saben privados de algo fundamental. Entonces, se encierran en sí mismos, en sus clanes.
–¿Por qué un físico con suficientes retos se interesa por la pedagogía?
–Por razones políticas.
–Explíquese, por favor.
–Cuando yo era joven, quería hacer la revolución. Y me encontré con que era muy difícil, porque no sabíamos con exactitud qué revolución hacer ni para quién. Podíamos llegar a resultados opuestos a los que buscábamos. En consecuencia, he aprendido a apreciar a aquellos que hacen cosas concretas, sobre el terreno, que cambian la vida de sus conciudadanos
Jose Ángel Martos
Esta entrevista fue publicada en agosto de 2001, en el número 243 de MUY Interesante.

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