El mismo Gerardo Vera en el programa de mano que se entrega dice sobre la historia que se cuenta lo siguiente:
El príncipe Myshkin de Dostoievski es el último miembro de una familia noble y arruinada. Padece, como el propio autor y como el Smerdiakov de los Karamázov, ataques epilépticos. Sus pasiones son extremas, tiene una personalidad angustiada y una ardiente necesidad de amor, posee un orgullo sin límites y se deleita la mayoría de las veces en ser humillado. Infinitamente soberbio, se complace en su propia superioridad y en la manifiesta indignidad de los demás. Los que no le conocen se burlan de él; los que sí lo hacen, no pueden evitar temerle. Podría convertirse en un monstruo de rencor y de deseos de venganza, pero el amor le salva, le llena de la más profunda compasión y le enseña a perdonar los errores de los demás, desarrollando así a lo largo de la narración un elevado sentimiento de moralidad.Todos los personajes que le rodean no pueden evitar dejarse fascinar por él, pero al mismo tiempo sienten un profundo terror ante esa mezcla de orgullo, pasión e inocencia que a todos les desborda. Este es el personaje, este “idiota” que no lo es tanto y que ya forma parte de los grandes personajes de la literatura de todos los tiempos.Se ve claramente que estamos ante unos personajes en cuya relación la psicología tiene un importante papel. Son unos seres que actúan pero en su actuación su pensamiento interior cumple una función esencial. Al tiempo esos pensamientos interiores están mediatizados por el entorno, una sociedad de alta burguesía en crisis, en cuya actuación la hipocresía es central. Este modo de comportamiento se quiebra cuando aparece un inocente, la bondad personificada, un idiota al decir de todos, en cuyo comportamiento el amor es esencial. La historia tiene a veces claras resonancias -a mí me lo pareció, al menos- de las amables historias de enredo de nuestro teatro clásico. La disputa por el amor del Príncipe Myshkin (Fernando Gil) entre las dos jóvenes, Aglaya (Vicky Luengo) y Nastasia (Marta Poveda) puede en algunos momentos parecerse a las de las comedias de nuestro Siglo de Oro, si bien hay en "El idiota" una mucho mayor profundidad psicológica y dramática.
Rodeando a este conjunto está el matrimonio formado por el General Epantchin (Ricardo Joven) y su esposa Lizaveta Prokofievna (Yolanda Ulloa), el único familiar que tiene el Príncipe una vez que abandona la clínica suiza donde ha estado tratándose de su epilepsia. Precisamente encontrarse en San Petersburgo se debe a que ha ido a contactar con ella. Es allí en la casa del General donde conocerá a Aglaya y a Gavrila (Alejandro Chaparro) en cuya pensión se alojará Myshkin; en esta pensión también conocerá a Kolia (Fernando Sainz de la Maza), hermano de Gavrila, que cumple en la la obra un poco la función de narrador de la misma.
Si importante e interesante es la historia que cuenta Dostoievski, ésta ve acrecentados tales adjetivos con la magnífica puesta en escena ideada por Gerardo Vera. Un escenario desnudo que en ocasiones se llena de color y movimiento a través de proyecciones cinematográficas que muestran acciones de exteriores (trenes que circulan, noches de ventisca y nieve, etc.) y evoluciones de los rostros de los personajes. Con estas imágenes cinéticas 'entran' en el teatro parte de las numerosas descripciones características de la novela decimonónica. Al tiempo el sonido acompaña estas proyecciones envolviendo en él al espectador. Además en momentos puntuales del espectáculo suenan temas musicales bellísimos que -confieso- puedo decir cuáles son tras haber leído la estupenda crónica que de la obra hace en El País (suplemento 'Babelia') el crítico y novelista Marcos Ordóñez: "un interludio de 'Lady Macbeth en el Estado de Minsk', de Shostakóvich (durante el baile en la velada central), y la versión rusa de 'Gloomy Sunday' a cargo de la cantante Severija, procedente de la serie alemana 'Berlin Babylon'" (Babelia, 2/3/2019).
Por lo demás quiero destacar la perfecta actuación de todo el elenco. En especial me gustaron dos actores: Fernando Gil (el Príncipe Myshkin) por su magnífica ejecución del papel de inocente, de idiota, de persona fuera de este mundo; y Yolanda Ulloa (la Generala) por la dignidad que da al personaje madre de Aglaya que busca por todos los medios la felicidad de su hija. Todos los personajes se ven arropados, ¡nunca mejor dicho!, por un vestuario de época acorde con sus personalidades. Con estos ropajes los actores se mueven por un escenario abierto, casi desnudo, ocupado puntualmente sólo por elementos como las imágenes ya señaladas, o por escuetos elementos de mobiliario: una mesa y dos sillas, una hermosa e historiada lámpara, y poco más. Pese a esta desnudez ornamental el espacio escénico se agranda al incorporar al mismo en algunos momentos el proscenio y pasillo del patio de butacas. De esta manera la obra gana en dinamismo y evita el posible hieratismo en que la representación podría caer en momentos puntualmente muy narrativos.
La obra estará en cartel en el Teatro María Guerrero hasta el próximo día 7 de abril. Una obra de todo punto recomendable.
