Esta tarde, buceando por los archivos del ordenador, me he encontrado con estas fotos por sorpresa. Hace un par de años LittleAna y yo hicimos un experimento clásico... lo que viene siendo el equivalente al collar de macarrones en el mundo de las manualidades.
Me ha hecho mucha ilusión reencontrarme con las manos regordetas de mi niña y las gafitas que llevaba por entonces, no me he podido resistir. Os narro como fue esto de germinar garbanzos y lentejas porque, viendo las fotos, me acuerdo perfectamente del proceso.
Con toda mi ilusión compré unos yogures de tarro de cristal, los mismos que compró mi madre cuando me tocó hacer esta misma actividad cuando yo era pequeña. Con el ansia viva de empezar nos zampamos los yogures según llegamos a casa.
Como habéis visto en la primera foto se necesita poca cosa: un tarrito de cristal (para dejar pasar la claridad), agua, algodón y legumbres, en nuestro casos probamos con garbanzos en un tarro y lentejas en otro.
El tema de la jeringuilla fue una buena opción para gestionar la cantidad de agua que debía caer sobre el algodón. Los niños se emocionan mucho con esto del agua y se suelen pasar así que de esta manera ella era autosuficiente y yo no sufría por el ahogamiento de las futuras plantitas.
El secreto del éxito (que no es gran cosa) es que el algodón esté mullidito, que no cubra del todo la legumbre y que esté situado en un lugar de la casa donde haya claridad (que no de el sol directo).
Otro detalle importante es que, desde el principio, los niños puedan ver la legumbre a través del cristal. Si os fijáis al tercer día ya se podían apreciar los primeros brotes tanto en los garbanzos (más discretos) como en las lentejas.Al quinto día las lentejas llevaban claramente la delantera. El tallito era muy fino y rebasaba ya el filo del tarro. Mientras tanto los garbanzos seguían algo tímidos, supongo que al ser un tallo más gordito lleva su trabajo sacarlo adelante.
LittleAna alucinaba, le gustaba mucho llegar del cole e ir al carrito donde estaban colocadas para observar la evolución. A mi me pasaba igual, casi me compro un sombrero de paja de lo hortelana que me sentía.
Al décimo día los garbanzos ya habían espabilado y ambos brotes superaban con creces la altura de los tarros. Ana estaba muy orgullosa, recuerdo que le gustaba acariciar las hojitas.
Lamento deciros que los brotes no tuvieron un final muy digno, por eso acabé por no comprarme el sombrero de paja ¡una lástima, me favorecen mucho!. Nos fuimos de puente y me olvidé por completo de los brotes. Cuando volvimos estaban igual de tiesos pero de un color marrón poco prometedor.
Bueno, espero que os haya gustado el post remember. Probad a hacer esta actividad con los niños, ya veréis que regresión a la infancia.
Este post me ha recordado al experimento de la cebolla, a lo mejor me animo con Ana y os lo cuento en un par de años. See you later alligator!