1. Leyendo en una terraza veraniega Susanna, novela de Gertrud Kolmar. De pronto, escucho en la mesa de al lado, dicha con cierta violencia, una frase que creo haber oído mil veces: “No estoy aquí para que me insulten”.
“¿Y para qué crees que estás?”, pienso.
No tardo en darme cuenta de que, por muy remota que a primera vista parezca, es posible que exista una relación entre la frase del vecino de mesa y Susanna; más concretamente, entre la frase y el estado de ánimo de Kolmar cuando escribió su novela: un estado que conocen bien cuantos consideran que la vida sólo empieza a tener sentido cuando se comprende que para una monstruosa vejación es para lo que hemos viajado hasta este mundo.
Me atrae la fuerza interior que en el Berlín nazi demostró tener Kolmar cuando percibió que estaba cayendo su alma por debajo de la dignidad que se merecía. Fue percibirlo y ante semejante adversidad reaccionar de forma peculiar, de un modo marcadamente kafkiano. ¿Llegó a conocer la obra de Kafka? Ella murió en 1943 y era judía y prima hermana de Walter Benjamin y pudo perfectamente haber llegado a conocerla. De hecho, su obra respira kafkianamente.
2. A Mr. Philip Roth una forma muy plausible de definirlo sería decir que conoce como la palma de su mano esa línea de nuestro destino que dibuja un agravio tan grande como una casa para siempre. No en vano, a Roth, que siempre fue un buen experto en comentar toda la ancha gama de humillaciones que configuran la esencia de la condición humana, le recuerdo diciendo en una entrevista que en obras como El proceso o La metamorfosis traza Kafka “la crónica de cómo alguien es educado para aceptar que todo aquello que parece fuera de lugar y ridículo e increíble, muy por debajo de la dignidad y de los intereses de una persona, es de hecho lo que está sucediéndole a uno: esto que se sitúa por debajo de mi dignidad resulta ser mi destino”.
En efecto, uno es un buen hijo y un esforzado oficinista de cuyo trabajo vive toda su encantadora familia y de pronto descubre que es una asquerosa alimaña. Tras semejante descubrimiento, puede que la única gran opción sea saber ser libre en medio de la más absoluta falta de albedrío.
3. Recuerdo siempre un artículo de hace años de Berta Vias Mahou hablando de Gertrud Kolmar y de la fortaleza interior que la convirtió en un ejemplo moral en una era de abismo. Nacida en Berlín en 1894, en el seno de una familia de la burguesía judía de origen polaco, Gertrud Kolmar, a diferencia de la mayoría de sus familiares y conocidos, no huyó de la Alemania nazi, sino que, a pesar de las oportunidades que tuvo para escapar, eligió permanecer en su ciudad natal cuidando a su anciano padre. Para Kolmar (a la que, dicho sea nada de paso, Walter Benjamin admiraba por su notable talento poético), la estabilidad sólo podía llegarle a través de una fuerza interna muy espiritual, como si todo -hasta lo peor- pudiera sobrellevarse y como si en el fondo el secreto de esa fuerza consistiera en recordar unas palabras de Hamlet (que Kolmar conocía bien): “Todo consiste en estar preparado”.
Novela de extrema energía, que refleja días de angustia y límite, Susanna inaugura en la editorial Errata Naturae Los Papeles de Sefarad, que dirige Mercedes Monmany. Es un libro de final algo abrupto, casi normal, dado que la historia fue escrita en condiciones abruptas durante el invierno de 1939. Habla del inquietante encuentro entre dos mujeres: una institutriz judía que está esperando huir de la amenaza del nazismo (es decir, alguien en la misma situación en la que se hallaba la propia Kolmar) y su alumna, una bellísima joven mentalmente perturbada. En la geografía mental de la joven loca están todas las cumbres de las cumbres borrascosas que ha habido y habrá, las cimas de la poesía del amor eterno y del abismo. Por unos momentos, esa mente me recordó a Emily Dickinson cuando veía personificada a la Muerte en un hombre, en un Caballero: “Puesto que no podía esperar a mi Morir/ Él esperó por mí con gentileza”.
4. Historia de pasión y locura, historia de un amor acompañado por un deseo sexual arrollador que nada quiere saber de una sociedad represiva que excluye a la poesía, pero que Kolmar sabe hallar en los lugares más insólitos. La autora pasó sus últimos meses en Berlín dedicada a trabajos forzados y, habiendo comprendido que su destino se había situado en el callejón de la indignidad, esperaba todos los días la hora del amanecer en la que le tocaría a ir a trabajar a la sala de máquinas, cuyo ruido le atraía más que los seres humanos con los que convivía. En carta conmovedora a su hermana Hilde, habló de las fundamentales enseñanzas de Spinoza acerca de la libertad de la voluntad humana en medio de su falta de libertad: “Desde el momento en que lo acepté en mi corazón (el trabajo forzado diario), desapareció la presión que pesaba sobre mí. Estaba decidida a considerarlo como una enseñanza y a aprender tanto como fuera posible. De ese modo soy libre en medio de mi falta de libertad. Así quiero presentarme también ante mi destino, aunque sea alto como una torre, aunque sea negro como una nube amenazadora”.En 1943 fue deportada a Auschwitz, donde murió, aunque no se sabe la fecha exacta ni bajo qué circunstancias. Dejó una obra intensa (entre nosotros, Acantilado en 2005 publicó Mundos, gran libro de poesía) y el recuerdo de una memorable grandeza de espíritu y de libertad interior en medio del horror. Acapara actualmente Kolmar a lectores en el sentido más literal de la palabra, lectores con verdadero fuste de tales, quizás porque, en turbadora gran paradoja de hoy y de siempre, se acerca a unas verdades -la monstruosidad de la vida y de nuestro natural estado de escarnio en convivencia con lo más antagónico, la delirante belleza del mundo- que preferiríamos no haber leído nunca, pero que leemos.
Texto: Enrique Vila-Matas. El Pais.com. 27.06.2010.
Ficha del Libro: Errata Naturae.
En Algún Día │Enrique Vila-Matas.