Ella creía que el amor era para toda la vida. Pensaba que cuando un cuento terminaba con el “fueron felices y comieron perdices” es que la felicidad siempre estaría presente en sus vidas.
Pero un día la realidad le golpeó tan duramente que desde entonces, precisa ansiolíticos para seguir viviendo.
Nos suele visitar a urgencias rodeada de familiares, la llevan en volandas como si fuera una procesión de semana santa, alimentando su “pobre de mi” y obedeciendo tristemente sus caprichos. Gestos que al final terminarán por pasarle factura.
No acepta su ruptura, y cada vez que viene a nuestro servicio me pide que llame a su ex-pareja, para decirle lo mal que se encuentra, un chantaje del que nunca soy partícipe.
Él le hizo ghosting (fantasmeo), como Charlize Theron a Sean Penn, y nunca contestó sus llamadas, ni respondió sus mensajes, nunca tuvo cobertura para ella.
Ella no aceptó su indiferencia y persistió patológicamente enamorada.
Esta vez no le pondremos una sonda nasogástrica, ni tampoco una pizca de carbón activado, sólo tomó un par de pastillas sin ideas suicidas, y entiendo que en esta ocasión, su única intención fue llamar la atención.
Le explico la situación a su familia, hablo con ella y le doy mis recomendaciones.
Su caso me deja un sabor agridulce. Pero la vida me enseñó que aunque amar es una profesión de riesgo, siempre merece la pena intentarlo. Que los auténticos “te quieros” se dicen al oído, piel con piel, y sin necesidad de promulgarlos por las redes sociales.
Como de costumbre termino estas letras con un consejo, no le hagamos “ghosting” al amor, no le hagamos “ghosting” a la vida. Merece la pena equivocarse, porque el que todavía no ha tropezado, es que todavía no ha vivido.
Toca otra noche de insomnio, otro post Con Tinta de Médico.
J.M. Salas – Diario de un Médico de Urgencias adicto a la noche.