Es bastante divertido observar cuán disparmente el Señor Gibbon representa el estado del mundo pagano con respecto a la Cristiandad, cuando insinúa una disculpa de la persecución de los cristianos. "Podía esperarse", dice, "que se unirían indignados contra cualquier secta o pueblo que se separara de la comunión con la Humanidad y, reclamando el privilegio exclusivo del conocimiento de las cosas divinas, rechazara toda forma de adoración, excepto la suya, como impía e idólatra".
El Señor Gibbon, supongo, jamás se ha preguntado si fue natural para el mismo tipo de gente recibir una influencia tan absolutamente disímil de idéntica cosa. Pero, por desgracia, su propósito requería que, para dar cuenta de la favorable recepción del cristianismo en base a un número insuficiente de pruebas, algunos de aquellos paganos estuvieran embargados de "una apremiante necesidad de creer" toda nueva religión que se les propusiera, especialmente una que prometiese cosas tan grandes y gloriosas como hizo la cristiana; mientras que, por el contrario, para dar cuenta de la recepción hostil en extremo con la que los predicadores del cristianismo se encontraron (que no puede negar), el resto de aquellos paganos debía estar embargado de una propensión a odiar y detestar a quienes tanto mentían.
Joseph Priestley