Inducidos por su patetismo siempre hemos visto en Don Quijote a un héroe que desfacía entuertos por su afán de justicia, tributo caballeresco a su amada imaginada, Dulcinea del Toboso.
Rara vez advertimos que en realidad era un loco peligroso que le daba lanzadas a quien le disgustara, como hacen Artur Mas y los románticos nacionalistas catalanes buscando su propia Dulcinea, la independencia.
Gracias a su ridícula torpeza Don Quijote no logró matar a nadie en la novela en la que el supuesto héroe va tras esa campesina llamada Aldonza Lorenzo, “a su vista emperatriz de La Mancha, de sin par y sin igual belleza”.
Hay una constante quijotesca en la locura del independentismo catalán: le ha traído muchas desgracias a España, la última, y como parte de su origen, la guerra civil 1936-1939 y la dictadura hasta 1975.
Esta semana medio centenar de intelectuales españoles de primer nivel, uno el Nobel de origen peruano Vargas Llosa, presentó un manifiesto pidiéndole al Gobierno que no negocie con los independentistas, que sea pétreo defendiendo la Constitución como los molinos que descalabraron al loco.
Al día siguiente, intelectuales afines al PSOE, y posiblemente para no dejar mal al vidrioso socialnacionalismo del PSC, firmaron otro manifiesto pidiendo un cambio federal de la Constitución para encajar Cataluña en España.
Pero el encaje existe desde 1479, cuando Fernando de Aragón heredó su corona y la unió a la lograda por Isabel de Castilla en 1474.
Aquí hay una Constitución y debe cumplirse. Cualquier reforma, federal o no, deberá pactarse y consultarse con el pueblo español, y lo demás son provocaciones quijotescas.
Y ya es hora de que los gigantes hagan que este loco de Mas se estrelle contra ellos y que así se descalabre, pero para siempre.
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SALAS