La fotografía merece la pena. Separando el tercio superior de los dos inferiores, se ve la cuerda que utilizaban los bañistas en aquellos años, se supone que en la primera década del siglo pasado. Más de cien años cuenta la imagen, de modo que es difícil encontrar en vida a cualquiera de los cuatro personajes centrales, niños entonces, desconocidos para mi, y a quien les deseo, desde el futuro, una larga y feliz estancia en este valle, que no es de lágrimas. Al fondo, la capilla de San Lorenzo y el Campo Valdés asisten, impasibles, al lento devenir de los años, viendo pasar por delante generaciones de gijoneses que terminan por irse, dejando tras de sí más pena que gloria. Ojalá nos esperen muchos años en el recuerdo vago de los tiempos pasados, antes de que todos seamos fantasmas silenciosos esperando ver como rompen los cachones en la Cantábrica, lo mismo que hace cien años, igual que dentro de otros tantos, mientras quienes van cambiando son los muchachos que corretean por el arenal de San Lorenzo.