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Gil

Publicado el 06 mayo 2010 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

Ceno con un personaje literario dos veces al mes. El menú cuesta 16 euros, sin IVA. Mientras comemos, la gente baila y bebe bajo nuestros pies. Debajo del restaurante, entre un clamor constante de música, voces y aplausos, el fantasma de un cantante devora un bol de palomitas. Doy estos datos para los ateos que no creen que los personajes literarios puedan conquistar la carne.
No siempre, Gil pide de postre una tarta de Santiago. Sí siempre, Gil nos recita un soneto con su voz tridimensional. Los que compartimos cena con él somos todavía vulgares tipos de carne y hueso. Pero dos veces al mes cenamos con un personaje de palabras que come, bebe y recita, luego existe.
Luis Landero , el padre literario de Ernesto Gil, tuvo la maldad de bautizarle con tres letras al cubo. Gil Gil Gil soportó con tristeza su nombre hasta casi los cuarenta. Sólo entonces descubrió a Augusto Faroni, un sueño atrapado en el cuerpo de un oficinista, un hombre con más nombres que trajes.
Es injusto que tengamos un solo nombre y sin embargo tengamos dos trajes o cuatro pares de zapatos. Gil siguió con el mismo traje, pero aceptó el bautizo de Faroni y desde entonces caminó por el mundo  con el nombre de  Dacio Gil Monroy.
Todas estas cosas no me las ha contado Gil, a quien siempre he llamado Ernesto y nunca Dacio. Sé que es del Atleti, que es más bajo que el alto, que tiene barba y es socio del Ateneo, o casi, y que cree en la República como solución universal. Pero la historia de sus nombres la he descubierto leyendo la novela de su vida, que es en realidad la novela de dos sueños.
"Juegos de la edad tardía" es una novela magistral, donde Gil es un actor secundario tras la sombra de Gregorio Olías, alías Agusto Faroni, o viceversa. La búsqueda de la felicidad de Faroni, su lucha contra el afán, ¡el afán!, es una de las historias más divertidas de nuestra literatura. Y está repleta de frases de belleza inolvidable. Aquí van tres.
Yo en la oficina y tú cosiendo, ésa es nuestra historia. Dos sillas y cuatro manos
En la penumbra del pasillo clareaba un espejo, y había como un orden pánico en la profundidad de las alcobas
Un par de mentiras más y seré un hombre nuevo
La semana que viene volveré a cenar con Gil. Con un poco de suerte, atraparé algunas de sus palabras en una servilleta y, quizá, una respuesta entre las migas de pan. Pero no creo que encuentre la salida del laberinto. Soñaremos a ver.
13/04/10

 


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