Revista Libros
Juan Gil-Albert.Breviarium vitae.Pre-Textos. Instituto de Cultura Juan Gil-Albert.Valencia, 1999.
Hablaba desde una tradición marginal y a la vez esencial en la cultura de Occidente: la tradición del talento, escribió Fernando Ortiz a propósito de Juan Gil-Albert en la introducción -Genio y figura- de Breviarium vitae, el volumen que reúne las anotaciones en prosa que Gil-Albert empezó a escribir durante su exilio y que continuó a lo largo de tres décadas de silencio y exilio interior.
Suma de dietario y libro de aforismos, estos textos fragmentarios titulados de manera provisional y sucesiva Juicios de un indolente y luego Cantos rodados, se publicaron con su título definitivo en 1979 y, como señaló César Simón, constituyen un conjunto imprescindible para conocer el fondo literario y vital de Gil-Albert, que los planteó como un ejercicio de reflexión y conocimiento, como una manera de calarse a sí mismo, como señalaba él mismo.
En su escritura de esbozos y fragmentos en libertad se cruzan ejemplarmente la vida y la literatura, el arte y la naturaleza, el mito y el paisaje, la historia y la cultura a través de la mirada panorámica y comprensiva Que Gil-Albert proyecta en una realidad compleja y plural:
En primer lugar: tengamos en cuenta que yo soy un intuitivo. Y que lo que voy a decir es de mi cosecha propia. No es, por tanto, que yo sepa sobre lo que os digo todo lo que se sabe y que se escribió. No soy un sabio ni un profesor, mucho menos un erudito; soy un poeta. Existen, claro, profesores poetas, y hasta poetas profesores. Son respetables. Un poeta nunca es respetable, es vital. Su don no ha conseguido ser atrapado en la red de las conveniencias. Ya Platón, que era un gran poeta metido a redentor, expulsó a los poetas de la República porque sabía bien que eran los únicos ciudadanos que, como excepciones que son, podían desarticularle sus inflexibles esquemas. Excepciones a toda regla, ya que ellos llevan en sí, constitutivamente, una regla propia, esotérica y fatal; seres sin utilidad ni provecho, dentro del fariseísmo que caracteriza las sociedades humanas, van pregonando, desde su intimidad, los proyectos eternos: la libertad y la belleza y, con ellas, como encarnaciones, su conspicuo cortejo terrenal, el Amor, la Felicidad, el Arrebato, la Rebeldía y la Muerte.
Desiguales en extensión y diversos en temas, en tonos y en alcance, en su condición reflexiva y fragmentaria se reconocía Gil-Albert cuando escribía: en ese encabalgamiento de temas y posturas estoy yo; como el escritor que soy.
Ética y estética se equilibran en estos textos que constituyen un sostenido esfuerzo de meditación sobre sí mismo y sobre los demás, sobre el mundo y el tiempo con una prosa en la que conviven la densidad y los matices para construir una literatura que -como dijo Gil-Albert de otro autor- no es de las que deslumbran, es de las que dan luz.
El mundo se me aparece como una noria ruinosa de la cual el hombre, dando vueltas de eternidad con los ojos vendados, va extrayendo el agua viva de la existencia.
O como este otro:
De no existir la muerte la vida no sería vida, sería otra cosa; lo que hace que la vida sea lo que es, tal como la vivimos, la gozamos y la sufrimos es, precisamente, la muerte, su presencia efectiva. La muerte no es una negación; es, por así decirlo, una propiedad de la vida que si no le da el ser, en cambio sí el sentido, el drama del ser. Suprimid la muerte de nuestro horizonte y la sensación de un vacío insoportable nos sobrecoge; reponedla en su lugar y cada segundo se nos llena, de nuevo, de angustia; de angustia, de placer, de deseo. En una palabra, de vida.
Textos como esos, tan frecuentes en Breviarium vitae, explican por qué Jaime Gil de Biedma lo definía como un español que razona en un breve artículo que incluyó en El pie de la letra.
Escribía allí estas palabras que resumen la actitud vital y la obra entera de Gil-Albert: "Es la comprensión ética y estética de la propia vida lo que su razonamiento nos propone."
Santos Domínguez