Revista Cultura y Ocio

"Giley" de Julián Ibáñez

Publicado el 11 octubre 2022 por Juancarlos53

"Mi hocico recorre su cuello, sus hombros; mis labios saborean la aspereza de la camiseta sobre sus pezones. Muerdo el tejido que envuelve la carne. No dice nada, tampoco sus manos dicen nada, sus brazos cuelgan inertes. Tiro de la camiseta hacia arriba, se la saco y la dejo caer. Le bajo los pantalones y con el pie la desprendo de ellos [...]"

Del santanderino Julián Ibáñez leí con gusto, hará cosa de un año, La miel y el cuchillo que en la edición que manejé se titulaba Sindy, la colegiala. En la reseña que hice de ella en este mismo blog declaré mi reconciliación con el hard boiled. Ahora con Giley he regresado a Ibáñez; quería volver a degustar la acidez metálica, herrumbrosa y alcohólica, de los bajos fondos por donde se mueven sus personajes. En este caso el protagonista es un policía atípico, Cobos, quien combina sus obligaciones como funcionario del cuerpo con el garito ilegal de juego que tiene abierto desde hace tres meses con un colega. Es precisamente en el entorno de lo que él llama su 'oficina' donde recibe una agresión que él no logra entender. A aclarar el suceso se dedica en este relato.

Sinopsis (proporcionada por la propia editorial)

El giley es un juego antiguo. Los monarcas se jugaban a las cartas los doblones de oro y a veces el reino... algunos, como el policía Cobos, se juegan la vida. Cobos, descendido de Madrid al paisaje ocre de Puertollano, es un policía que regenta un garito ilegal donde juegan quinquis, chulos y borrachos y, en teoría, se encarga de Lesiones y Menores en la comisaría. Fardón y farolero, a Cobos le agrede en el portal de su propio garito una rubia ceñida a un vestido rosa calabaza y que no tiene el gusto de conocer, pero a quien comenzará a buscar como una novia despechada. Tres días después, la Guardia Civil la saca de un riachuelo cerca de Puertollano y Cobos se dará cuenta de que, por presumir, ha repartido cartas de sospechoso en una partida que acabará entre rejas o aún peor

Cobos vive de pensión en un hostal de Puertollano. Ha sido degradado a esta población desde Madrid por esa manera suya de conducirse siempre en esa delgada línea que separa lo legal de lo ilegal, aunque él no es un policía que se deje corromper ("Mi raya se encuentra antes del chantaje y tú necesitas gafas"). Ya en Madrid tenía un garito de juego, garito que ha reabierto en la localidad ciudadrealeña junto a Fidel, socio en esta actividad. Les gusta el juego y por esta 'oficina' pasan hampones, delincuentes, policías corruptos y demás. La diferencia entre estos jugadores y los dueños del garito es que ellos dos jamás se juegan las nóminas, jamás se ahorcan con deudas. De los juegos que en el local se practican el que más agrada a Cobos es el del giley. Este juego y sus normas esconden la clave para la resolución del embrollo en que el policía se encuentra inmerso

"-Es un juego de envite. Se dan cuatro cartas, cada carta del mismo palo vale diez puntos, menos el siete que vale siete y el as que vale once puntos. Hay descartes. Cuarenta y un puntos es la baza ganadora. El as es la clave, quien tenga el as con las otras tres cartas del mismo palo es quien se lleva el dinero."

La doble vida, profesional y personal, del inspector confluyen cuando la chica que al inicio del relato le agredió aparece muerta en el río. Interviene la Guardia Civil y el CNP al que pertenece Cobos también toma cartas en el asunto. La competencia entre ambos cuerpos policiales será también componente importante en la narración. Cobos desde su llegada a Puertollano es visto con recelo por alguno de sus compañeros a pesar de que es un buen profesional que nunca falta a sus compromisos laborales. Junto a él en la comisaría donde trabaja "completan la plantilla ocho maderos. Uno de ellos es una chica, Raquel. Está bien, unos veinticinco, delgada, limpia, [...] Los otros son Enrique y su primo Cecilio, Cruzado, Pineda, Bedia, Vidal e Iglesias. Este último y Raquel son primos, pero primos segundos. No conozco bien a ninguno de ellos. Los únicos policías fijos de plantilla somos San Vicente, los dos primos hermanos y yo. Leandro también está de paso.".

La personalidad de Cobos se vislumbra en la cita anterior, en la manera como se ha fijado en su compañera Raquel. Se percibe un cierto machismo en esas pocas palabras (" está bien, delgada, limpia"). A Cobos las mujeres le atraen mucho; se diría que, aparte del juego, lo que más le gusta en este mundo es relacionarse íntimamente con ellas. Y no se para en barras, como se observa en el acercamiento que realiza hacia Daniela previo a acostarse con ella pese a encontrarse borracha y atacada de vómitos ("Mis labios acaparan los suyos. Su boca me sabe a vómito. También a sangre. Me separo de ella.").

Debido quizás a la doble vida que lleva, el policía protagonista de esta narración es un gran solitario. Es un hombre que mata su soledad haciendo bien su trabajo de policía, aunque para ello deba esconder ciertos deslices como haberse llevado por delante a alguien, eso sí siempre de los malos; además del trabajo, como ya se ha dicho, es el juego del giley la actividad que le socializa, si bien con lo 'mejorcito' de cada casa.

Como en otras novelas del género, el alcohol y los establecimientos donde se expende, esto es, los bares, ocupan lugar preeminente en Giley. En pocas páginas vemos a Cobos aparcando en batería delante del Verona, tomando un bocado en Casa Ricardo, entrando a por una birra en La Estrella, el Aurelio, El Charro, o El Duque, buscando a Daniela en el Club Sombras, etc. Es en estos tugurios donde contacta con sus confidentes, como Caballo, y donde toma el pulso a la delincuencia que investiga. Es en estos espacios del submundo citadino donde descubre las implicaciones de alguno que otro policía y/o guardia civil con los malos. No viene a cuento decir más en este momento para no romper el encanto del suspense que toda novela negra debe tener hasta su resolución final. Sólo añadiré que leyendo algo se aprende de la organización en "líneas" de la Guardia Civil. Así cuando el sargento Reyes de la línea de Puertollano requiere a Cobos y éste observa que por medio está el capitán Crespo, perteneciente a la línea de Albacete, nuestro protagonista percibe que algo chungo se cuece en este interés policial por una joven prostituta aparecida muerta pocos días después de haberle golpeado a él. Seguramente, intuye, le quieren cargar el muerto, nunca mejor dicho.

Desde lo formal, sin lugar a dudas son las descripciones una de las características que hacen que la novela se lea con gusto. Son descripciones escuetas, económicas en elementos, pero muy efectistas, muy adecuadas al propósito perseguido con ellas. Al erotismo, uno de los elementos distintivos de la novela negra de Julián Ibáñez, le van como anillo al dedo este tipo de descripciones. Sirva de ejemplo la que se realiza de la ebria Daniela, a base de períodos oracionales constituidos por proposiciones coordinadas adversativas, cuando Cobos topa con ella por primera vez. Erotismo y machismo van de la mano en esta ocasión

"no es guapa, no lo es, aunque tampoco la pondría en el estante de las feas. Sus labios son demasiado alargados y finos; sin embargo, hacen dulce la boca; sus ojos son oscuros y pequeños, con un sombreado de ojeras violáceo; su frente es demasiado ancha. [...] Sus pechos no son abultados, pero son redondos y se adivinan compactos, como dos mitades de pomelo; tampoco sus caderas son lo que se puede decir llamativas, pero sí atractivas por la pureza de su trazo. La tez es muy blanca; sin embargo, su cabello es azabache, corto y liso."

Para finalizar sólo querría resaltar la ubicación de la historia. Acostumbrados casi siempre a ver corretear a policías, detectives y delincuentes por las calles de ciudades populosas, Julián Ibáñez en Giley ha optado por hacerlos deambular por una localidad de tamaño medio, ni demasiado pequeña como para calificarla de pueblo, ni tan grande que cupiese confundirla con una metrópoli cosmopolita. Estamos en Puertollano, municipio de Ciudad Real, provincia de la España profunda e interior. Me ha sorprendido gratamente ver correr a personas y coches por calles y carreteras que apuntan a otros pueblos menores: "se aleja deprisa llevando al Manco por el codo, hacia Serrejón.". Y no sólo Serrejón, muchas otras localidades de la zona les sirven de destino. Concretamente estos lugares aparecen citados todos juntos en el relato cuando se nos dice cuál es la zona de influencia de la línea de la Guardia Civil de Puertollano: "La línea de Puertollano la completan Argamasilla, Almodóvar, Aldea del Rey y Calzada, y creo que dos o tres pueblos más, no estoy seguro."

Alguna que otra característica cabría destacar en esta narración que Julián Ibáñez dio a la luz en 2010. No quiero acabar sin destacar el punto de humor que en diversos momentos deja el escritor esparcido en su novela. Por ejemplo, el interrogatorio al que lo somete la Guardia Civil es por demás humorístico:

"-Dije que era rubia y que me golpeó con la pistola porque quedaba mejor.

-¿Queda mejor una rubia? ¿Por qué?

-Porque en las películas son rubias."

Además de tener este breve diálogo su puntito de humor, creo que aquí Julián Ibáñez lo que hace es homenajear elsus características principales hard-boiled, [AQUÍ ] género que como se sabe incide en ese tipo físico de mujer y otras particularidades más como el machismo, la xenofobia ("Tú sólo eres el criado. Un gitano. Eres mierda porque eres gitano. ¿No lo sabías?"), el erotismo, la marginalidad, el alcohol y otras adicciones como la ludopatía, etc., etc.


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