Revista Viajes
Una vez dejada atrás la Isla de Lombok nuestra siguiente parada durante los próximos dos días y medio iba a ser las paradisíacas Islas Gili. A la hora de plantearnos el esquema de cómo sería el viaje a Indonesia, desde el primer momento estas tres pequeñas islas siempre estuvieron presentes en todas las alternativas que barajamos. Antaño estas islas fueron además uno de los paraísos secretos y remotos de los mochileros de finales de los años 80, cuando nosotros andábamos metidos en plena época adolescente de discoteca en discoteca. Mucho han cambiado desde entonces, pero creo que aún conservan un poco de aquel ambiente bohemio que debieron tener, con música "chill-out" y "reggae" y alguno que otro con rastas. Como he dicho son tres pequeñas islas situadas en la costa noroeste de la gran Isla de Lombok y se llega a ellas en poco más de media hora desde la propia Lombok, aunque bien es cierto que la mayoría de los turistas que reciben las islas llegan directamente desde Bali. Para desembarcar hay que hacerlo por la proa de la embarcación ya que las islas no disponen de muelle y se efectúa directamente en la playa, vamos, como "robinsones".
La imagen de postal de las playas de arena blanca y esas maravillosas y limpias aguas de un profundo color turquesa no podía ser más halagüeña. Nosotros decidimos reservar y dormir en la mayor de las tres islas, en Gili Trawangan, que a pesar de ser la mayor de ellas no tiene más tres kilómetros de diámetro. Ivan, el dueño de nuestro alojamiento "Resota Twins", nos envió a la playa a uno de sus amables empleados para que nos ayudara con las maletas y nos llevara hasta las cabañas. La primera impresión fue muy buena y mejoró aún más al acceder al interior de la cabaña y ver la cocada de habitación decorada cálidamente con muebles indonesios de madera maciza y con todo lo necesario. Amplia, con aire acondicionado, caja fuerte, pareos, equipos de snorkel -aunque nosotros llevábamos los nuestros- y con dos bicis a nuestro servicio, además de un baño enorme con una ducha en piedra muy típica. No podíamos pedir más.
Tras instalarnos cogimos las bicicletas y nos fuimos a explora una parte de la isla y a sumergirnos por primera vez en las aguas turquesas de Gili Trawangan. Al no estar pavimentadas las calles a veces puede ser un poco incómodo por los baches pero desde luego que la bicicleta es un medio ideal para moverse por la isla. A parte de Gili Trawangan, la de mayor tamaño, otras dos islas completan el archipiélago de las Gili: Gili Meno, que es la menos poblada y con unos pocos alojamientos solamente y Gili Air, la intermedia en cuanto a tamaño y la más próxima a Lombok pero con oferta más que suficiente en alojamientos y algunos restaurantes. Esta dos últimas islas son para los que buscan un ambiente más relajado y tranquilo, quizás más familiar porque Gili Trawangan es la más marchosa y con un gran ambiente en temporada alta.
Y justo delante de la pequeña población, donde se concentran la mayor parte de los locales de ocio y también algunas viviendas de la gente local, a veces se pueden dar pequeños atascos en un momento puntual, sobre todo cuando se juntan taxis a caballo aparcados con otros carros que acarrean mercancías. Ni en los lugares más recónditos te libras de un atasco, aunque sea anecdótico.
Pasamos parte de la tarde en la zona nordeste de Gili Trawangan, en el punto donde se avistan en ocasiones a las tortugas carey. La verdad que se hizo complicado ver algún ejemplar, aunque perseverando conseguí no sólo ver una tortuga de lejos, si no que que la tuve al alcance de la mano. No quise importunarla -no me gusta hacerlo con los animales salvajes- y por supuesto no toqué en ningún momento ni su cabeza ni ninguna de sus aletas, pero fui incapaz de controlar mi mano y acabar acariciando en una única ocasión su caparazón. Un experiencia única. Pero el punto de las tortugas también nos sorprendió con una buena variedad de peces de arrecife.
Más tarde nos desplazamos hasta la zona del sureste de la isla donde existen grandes brazos de arenas blancas y piscinas naturales formadas entre los rompientes del arrecife de coral y la orilla. Allí es donde los amantes del surf y la diversión tienen una cita con las buenas olas que forma la rompiente del arrecife. También es un buen lugar para tumbarse al sol ya que en esta parte las playas suelen estar muy poco concurridas.
Y tras disfrutar de las playas y de las turquesas y transparentes aguas de la Isla de Gili Trawangan había llegado el momento de volver a coger las bicis e irnos a ver el famoso atardecer de las Gili. Al llegar nos encontramos un "bareto" levantado con cuatro maderas pero con lo más importante en su haber: unas privilegiadas vistas del atardecer sobre la Isla de Bali y unas heladas cervezas Bintang.
Intentar transmitir con palabras el atardecer que vivimos en Gili Trawangan ya os adelanto que es una misión imposible. Ni el mismísimo Tom Cruise podría llevarlo a cabo en sus famosas películas. Perdonar la licencia por el juego de palabras, pero es que probablemente sea el mejor que hayamos vivido, y creerme, los hemos vivido por centenares y en cientos de lugares diferentes de todo el planeta. A la paleta de colores común a la mayoría de ocasos se unía los juegos de luces provocados por la silueta recortada del Volcán Agung, el punto más alto de la Isla de Bali con más de tres mil metros de altura. Y todo acompañado del profundo azul del Mar de Bali en primer término con lo que no es de extrañar que tenga un poder hipnotizador sobre quien lo contempla. Desde luego al atardecer de Gili Trawangan motivos no le falta para ser tan afamado entre los viajeros de todo el mundo.
Y ya con la noche encima, Gili Trawangan recupera una vitalidad y una animación espectacular. Sus restaurantes se visten de luces tenues, con velas en las mesas, muchas de ellas situadas en la misma playa para disfrutar de las cálidas temperaturas nocturnas a la luz de las velas, y también con ricos platos de pescados y mariscos, los reyes de las mesas de las Islas Gili. Los mostradores de los restaurantes frente al paseo exponen el género a los paseantes y casi se podrían identificar más con un mercado local de productos que con un restaurante. Sea como fuere la verdad es que todo es un espectáculo de variedad de productos del mar, colores y aromas, con muchas especies de peces del arrecife que, como aficionado desde siempre a la acuariofilia, conocía pero jamás había visto en un plato. Y finalmente uno de esos peces acabó su existencia en mi plato.
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