Revista Opinión

Gilipollas mainstream

Publicado el 22 septiembre 2016 por Lázaro Caldera Gómez @lassie_caldera
GILIPOLLAS MAINSTREAMYa no son magdalenas, son muffins. Ya no es vintage, es retro. No es un mesón, es un gastrobar.
No son vegetarianos, son veganos. Ya no son "fans de" sino pepiters, los que les mola Pepito el de los palotes. 
No está a la moda, ni es un último grito, es mainstream. Y así hasta el infinito.
La última serie de éxito es una chufla que bien se le podía haber ocurrido a J.R.R Tolkien una mañana de domingo, otra de ellas está llena de guiños a los años ochenta, tres de cada cinco canciones son plagios descaradísimos o remixes de éxitos de hace veinte o treinta años. Uno de los mejores programas que se emiten en la dos de TVE es una gramola de vídeos musicales y Pokemon ha resurgido de sus cenizas.
¿Qué nos pasa?
Vivimos tiempos difíciles en todos los sentidos y la originalidad no iba a librarse de la tormenta. Todos y cada uno de estos ejemplos tienen otros tres o cuatro primos hermanos que nos demuestran que una de dos, estamos tocando techo, no damos para más y la fiesta está acabándose, o bien nos sobra hipocresía por los cuatro costados y lejos de tirar la toalla sacamos petróleo hasta del excremento de las hormigas.
El salvaje impulso de nuestra manera de vivir nos obliga a tragarnos cuatro o cinco partes de las aventuras del mismo puto superhéroe con el mismo leit motiv reinando efizcamente en cada una de ellas, ensalada de puños, destrucción por doquier, músculos, metal y la promesa de que el próximo año volverás al cine porque no has tenido bastante. Multipliquémoslo por todos y cada uno de los superhéroes, héroes y antihéroes de moda, personajes, sagas, libros con ganas de convertirse en película, en serie, en serie corta, en película para televisión, me da igual. 
Esta manera tan rockefelleriana de exprimir a las gallinas y sus huevos de oro parece no darle arcadas a nadie pero empieza a oler demasiado mal. 
Se nos vende la misma idea, el mismo concepto una y otra vez y accedemos, movemos ficha, nos rendimos, somos cómplices todos de ese juego de la absoluta renovación del concepto, del continente, de un paquete que ya nos han vendido pero que seguimos comprando una y otra vez.
Somos y vivimos, como decía el gran Galeano, en la cultura del envase, que desprecia el contenido. No existen análisis, ni conjeturas, todo es mercantilismo, futilidad, todo adquiere la textura del Cleenex que es carne de papelera, todo es más fácil de ser vendido y comprado porque bah, quien se va a parar a ver si es malo, bueno o simplemente necesario. Lo importante es que el concepto redunde, se comparta y cree capacidad socializadora, como un cigarro que mata, el cabrón, pero junta a cinco o seis en la puerta de cualquier bar.
No recordamos la última vez que compramos una prenda que no hubiésemos visto en una temporada anterior, camuflada de otro color, de esta o de aquella forma, poco importa si está en una de cada cuatro fotos del Instagram del icon de turno - icon ya se acepta en español para referirse a icono, o sea que nos ahorramos una letra - o es la ganga del mes y además te convierte en un ermitaño si no la llevas. No te hace falta, pero la quieres y sobre todo, la necesitas para seguir pareciendo - no sabemos si siendo - la misma interesante y lúcida persona de siempre.
Podemos hablar de una falda y de la última trilogía de las sombras de alguna persona que dé sombra. Podemos hablar y pronto dejaremos de hacerlo para decir chat o spik - voz inglesa - porque es lo que toca. Todo un último grito, toda una última moda que seguro llegará. Y acabaremos todos gilipollas perdidos y sin propia identidad pero con la dignidad y el orgullo intactos por pertenecer a la generación más moderna y mainstream de la historia. Con dos cojones.

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