La figura de Gino Bartali es una de las más conocidas por todos los grandes aficionados. Más allá de por su descomunal palmarés, que incluye dos tour de Francia con nada menos que diez años de distancia entre ellos, y tres Giros de Italia, el magnetismo de Bartali se ha mantenido incólume al paso del tiempo debido a sus peripecias personales. Y es que Bartali no puede ser entendido sin su gran rival, Fausto Coppi, una confrontación que dividió a un país roto, como era la Italia posbélica, en partidarios de uno u otro ciclista. Las masas de izquierdas apoyaban a Coppi, mientras que los seguidores de la pujante Democracia Cristiana iban con Bartali. Además, dicha rivalidad, que acabo con una fraternal amistad entre los dos campeones, dejó para la historia la que seguramente sea la fotografía más reproducida y conocida de la historia del ciclismo, aquella en la que un soberbio Coppi le ofrece un bidón de agua a Gino Bartali en el ascenso del Izoard.
Por todo lo anterior Gino Bartali siempre fue considerado como el ciclista oficial del régimen de Mussolini, el campeón del fascismo que cruzaba los Alpes para imponer su ley ante la Francia del Frente Popular a finales de los años treinta. Una etiqueta de la que Gino, prudente, nunca renegó, pero que el paso del tiempo ha desvelado como incierta.
Coppi y Bartali cruzan los alpes: Italia vibra
Nunca quiso Gino Bartali confesarlo en vida, y fue sólo a su muerte cuando una investigación realizada por dos historiadores canadienses fue cerrando a su alrededor el hilo de una enorme misión filantrópica que el ciclista italiano llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial. Eran los hijos de Giorgio Nissim, un judío italiano que debió de buscar cobijo en Canadá por la persecución que el régimen fascista hacía a los de su religión. Entre los diarios de su padre estos historiadores encontraron anotaciones sobre un misterioso ciclista que aprovechaba sus sesiones de entrenamiento para transportar salvoconductos ilegales sobre italianos de religión judía hasta el convento de San Francisco, que los acogía mientras preparaban un viaje salvador al extranjero. Este ciclista, de gran popularidad según se extraía de la letra de dichos diarios, y que utilizaba su fama para no ser jamás registrado por los carabinieri, aparecía únicamente bajo el nombre de “Gino”.
El hijo de Gino señala a su padre en el Muro de los Justos
No fue difícil unir los pocos cabos sueltos que quedaban, e identificar a ese “Gino” con Gino Bartali, el ciclista preferido del régimen, y que al parecer había usado dicha popularidad para realizar este arriesgado trabajo, llevando documentos en la tija de su sillín cada día. Nada menos que 800 personas se libraron de ser internadas en un campo de concentración gracias a la obra del modesto Bartali, que jamás quiso jactarse en vida de sus hazañas. Seguramente, pensaba, era lo que cualquiera hubiera hecho en caso de haber podido. Por ello él prefería hablar del Vars, del Tourmalet, de cuando se enfrentaba a su gran rival Coppi, de cuando le agredieron en el paso pirenaico del Aspin en pleno tour de Francia. Seguramente prefería recordar eso, pero la Humanidad le ha reconocido su gesto filantrópico ingresándole en el llamado “Jardín de los Justos”, donde aparecen los nombres de aquellos que hicieron todo lo posible para salvar a personas del holocausto.
Como Gino, el prudente, el campeón.