Este cuento es un poco más largo, así mientras lo leen se olvidan un rato del calor...
Girando
La casa tenía unos ladrillos rojos brillantes y largos. Largos, extensos, infinitos. Cada ladrillo tenía la extensión de toda una pared, como si fuera un tronco de un árbol. ¿Dónde crecerían ladrillos como esos?
—¿En qué piensas? —sonó la voz de Susana a su lado.
Raúl le sonrió.
—Los ladrillos, ¿no te parecen extraños? Es como si fueran un solo bloque horizontal.
—Solo están muy bien pegados —ella se encogió de hombros.
—Pero mira que pase los dedos y… aún en las esquinas es como si doblaran…
Susana lo golpeó cariñosamente en el hombro.
—No me vengas con tus peros, eh —suspiró—. Esta casa es perfecta, justo lo que estamos buscando y además tiene un pequeño cuarto precioso, como si hubiera sido preparado para un niño.
Raúl la vio acariciarse la panza, todavía plana mas llena de esperanzas.
—Está bien, si a ti te gusta —la abrazó y buscó sus labios.
—¡Aquí están!
Raúl maldijo por lo bajo al joven vendedor que se les acercaba.
—¿Y? ¿Qué piensan? ¿Acaso no es perfecta para una joven pareja —le guiñó el ojo a Raúl—, para empezar una familia?
La sonrisa de Susana vibraba y Raúl no tuvo que pensar en nada más.
—La tomamos.
Ella le apretó la mano y el calor inundó el pecho de Raúl.
—¡Perfecto! —saltó el vendedor—. Traje los papeles conmigo, tenía un presentimiento con ustedes. ¿Por qué no pasamos a la sala?
Raúl y Susana lo siguieron dentro. Raúl miró las paredes, los mismos ladrillos demasiado largos, ¿qué significarían?
—¿Amor?—lo llamó Susana.
Media hora después estaban en el auto, viajando de regreso.
—Será perfecto —repetía Susana y Raúl trataba de creerle aunque no podía olvidarse de los ladrillos. ¿Qué ladrillos más extraños!
Dos meses después ya estaban allí. Los camiones de la mudanza acababan de irse y Raúl estaba en el jardín mirando la ventana del dormitorio, ni siquiera allí los ladrillos parecían cortarse, era como si siguieran el dibujo de los ladrillos de dentro.
—¿Qué haces ahí fuera? —lo llamó Susana—. Ven, quiero mostrarte algo.
Raúl entró a su nueva casa y fue hacia el dormitorio, se paró en la puerta.
—¿Y? —preguntó Susana nerviosa.
La habitación estaba lista, la cama reinaba sobre pocos muebles; los ladrillos recorrían el cuarto como cintas interminables que se confundía con el techo y el piso.
—¿Y?
—Perfecto —reaccionó Raúl a tiempo y sonrió—. Es perfecto.
Susana se acercó a él y se abrazaron.
Esa noche Raúl no pudo dormir. Le parecía que los ladrillos serpenteaban por las paredes, hasta creía oírlos, un roce que le irritaba. Se levantó y pasó los dedos por las paredes, le quedaron manchados de polvo y la sintió caliente. Sin embargo, estaban quietos. Finalmente, se quedó dormido de puro cansancio.
La mañana siguiente miró ojeroso a los ladrillos.
—¿Todo bien?
—Sí —le sonrió a Susana—, solo un poco cansado.
—Ven, prepararé café.
Raúl la siguió a la cocina y cuando estaba a punto de sentarse vio una mancha al lado de la heladera. Se acercó, era la marca de unos dedos, arrimó la mano con cuidado.
—Habrá sido durante la mudanza.
Raúl pegó un salto y Susana rió.
—Perdón, no quise asustarte.
—No —dijo Raúl—, estoy bien.
Observó la pared y se miró la mano, aún con un deje rojo en las yemas.
—Lo podemos cubrir con la heladera —dijo Susana que ya se alejaba hacia la tostadora.
—No —murmuró Raúl—, no importa.
Durante el resto del día, Raúl siguió vigilando la mancha y la miró por última vez antes de dormir.
El día siguiente era el primer día de vuelta al trabajo. Saltó de la cama junto con el sonido del despertador y corrió al baño. Recién mientras se cepillaba los dientes fue capaz de enfocar la vista y allí estaba: la marca de sus dedos junto al espejo.
La siguió durante toda la semana y luego fue dejando más. Hacía pequeña marca y luego anotaba en un cuaderno la forma de la marca y el día en que la había hecho. Susana se rió de él y trataba de alejarlo del escritorio todas las noches para llevarlo a la cama. Raúl se levantaba después de que ella quedara dormida y retornaba casi cuando debía despertarse.
Al mes ya tenía un mapa y trató de seguir la secuencia y el recorrido de las diferentes marcas. Susana comenzó a quejarse de que cada vez le prestaba menos atención.
Raúl se sumergía cada en más en aquel misterio hasta que Susana lo abandonó. Él no la vio, obsesionado como estaba con el movimiento de esos ladrillos, no veía nada más a su alrededor.
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