Eran las 12 de la noche y me llevé un sanguche de lomo. La mochila olía a la sangre de una vaca muerta hace rato. Todas las miradas que eran semejantes hasta entonces, se transformaron en ajenas, como la silla, la mesa, la ventana, la calle, y ese edificio de enfrente donde viví hace 20 años. La misma ventana de puteada añeja como caramelo rancio.
Porque el tiempo no es un cuento dulce. Caminando sobre las piedras te haces más fuerte y el corazón late. Vos salís a andar en tu bicicleta con los ojos puestos en los jazmines pero a mí me importan mucho más los girasoles. Y acá no sobran los girasoles.
Uno los ve por la ruta de ninguna parte. Desde el parabrisas con mierda de palomas, mientras en la radio FM suena un tipo de 37 que habla como un chico de 13 y se ríe con la misma remera. Yo veo girasoles. Te dije que tengo un amor, un amor por cada persona que conozco. Un destino. Y no me apartaré.
Esos girasoles pueden ser la salvación del universo. Mejor que pegarse a la estela de un cometa, cuando la mañana crece dentro de los huesos del esternón. Y el aire que respiras te nubla los ojos en un punto fijo.
Yo quisiera ver una plaza de girasoles sin rejas.
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