Tal día como hoy, hace un año, el guión de mi vida parecía perfecto.
Algún detalle aquí y allá que le daban ese toque de movimiento, como toda vida bien estructurada.
Me gustaba la persona en la que me había convertido. Pocas cosas lograban tocarme y si lo hacían, desde luego que no me hundían.
Cualquier meta parecía fácil, solo tenía que proponérmelo.
Las cosas estaban en orden, yo estaba en orden. Yo podía con lo que tuviera que venir. Ya no me daba miedo vivir.
Claro, que a la vida los guiones tan simples no le gustan y prepara unos giros de vértigo.
Tres días, tres días de los que no recuerdo absolutamente nada.
Tres días que no significaron nada. Ni añadían ni quitaban al guión pero rellenaban el vacío.
Pero llegó, el maldito giró argumental. Como cuando estás viendo una de esas películas en las que todo es tan perfecto que no puede evitar esperar que todo acabe en catástrofe.
Llegó la catástrofe. La pesadilla.
Llegó para quedarse. Se clavó en mi vida a las 5:00 de la madrugada del maldito tercer día y desde entonces, soy prisionera del miedo.
¿Pude haberlo evitado? ¿Lo hice bien? ¿Cómo lo voy a solucionar? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no siento nada? ¿Os calláis ya? ¿Tú quién eres? ¿Por qué me abrazas? Deja de mirarme, no voy a romperme. Deja de mirarme, no puedo seguir siendo fuerte.
Miedo. Dolor.
Me da miedo vivir. Me da miedo seguir. Me da miedo toda esta incertidumbre. Me da miedo el miedo.
Ya no cabe más dolor.
Tanto miedo.
La vida te propone un guión, te adaptas y después, como si nada, te lanza en el medio del giro y tú tienes que mantener el equilibrio, como si lo hubieras pedido, como si estuvieras preparado para todo el torbellino de cosas que viene. Como si quisieras todo lo que viene, o peor aún, como si tuvieras la fuerza para superarlo.
Hoy, hace un año, mi vida era todo menos esta pesadilla.
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