Revista Cultura y Ocio
Entre ellos, y sigo en la primera categoría de tan particular expurgo, está este libro de relatos titulado El fin del mundo (Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, 2019), de Javier Prieto de Paula. Debió de llegarme, enviado por su autor —está dedicado a mí «con la ilusión de que alguno de estos cuentos pueda gustarle»— a finales de 2019, y desde aquel entonces lo he tenido a la vista entre los libros pendientes de correspondencia. No conozco a su autor (Salamanca, 1980), abogado y profesor de Derecho en Barcelona, según se lee en la primera solapa, y al parecer vinculado a Villena (Alicante), en donde ubico al Prieto de Paula que conozco, el poeta, crítico y catedrático de literatura de la Universidad de Alicante, Ángel Luis. Esto explica que conociese mi dirección para enviarme su libro y es la clave —tras comprobación de amigo— de la dedicatoria impresa: «A mi padre». Sin que sirva de comparación con los títulos que cito y seguiré citando en esta serie, en este caso, al tomar el volumen con la intención de trasladarlo, me senté y le dediqué el tiempo que no hallé en tantos meses. Un tiempo bien aprovechado en un libro de relatos —nueve, en ciento cincuenta páginas— que comunican un mundo que si no se acaba es gracias a que alguien lo ha contado, a pedacitos de vida cotidiana, con más que solvente estilo y con un humor tan necesario como la ironía que lo explica. Gusta que los libros de relatos, a pesar de la autonomía de estos, tengan una lógica en su ordenación, tengan una puerta de entrada («Dos pesetas») y otra de salida («Lady Colinwood y el fin del mundo»), que en este caso se corona con el título general de todo el volumen, y tracen así una especie de itinerario, de recorrido en el que el lector se ve acompañado por personajes, escenarios y tiempos diferentes, de los más remotos hasta los más recientes. Un paseo apacible. Otro libro que ha ocupado su estante en el orden alfabético del apellido de su autor es La metáfora del mirlo (Editores descabezados menoslobos & Eolas, 2020), de Pedro Ojeda, y que mencioné cuando lo recibí en octubre del año pasado. Son muchas las afinidades con Pedro, rotundos los intereses compartidos en lo profesional y en lo literario, y también coincidimos cuando nos sumamos a esa especie de necesidad de contar por escrito un largo y terrible confinamiento, como otras personas que por aquellos días publicaron sus textos. Jordi Doce, Elías Moro, José María Jurado, Asunción Escribano, Isabel Sánchez o Pedro Ojeda, que en este libro reescribe y amplía lo que recogió en su blog durante el encierro, de tal manera que bajo la apariencia de un diario estricto, desde el jueves 12 de marzo de 2020 hasta el lunes 25 de mayo de 2020, es decir, setenta y cinco días, el conjunto queda atomizado en un total de 263 textos de muy variada extensión —dos, tres o cinco páginas el más largo, hasta una línea el más corto— en donde hay poemas propios y ajenos, reflexiones sobre el tiempo, alusiones a la situación de un estado de alarma que leídas ahora siguen siendo inquietantes a pesar de todo («Los datos mejoran día a día, el virus remite», 185. 4 de mayo), confidencias, meditaciones, notas de paisaje —el de la salmantina Sierra de Béjar— o apuntes de lecturas.