Mítica para unos, sobrevalorada para otros, lo que es innegable es que la primera Gladiator, y en un mundo ideal, la única, rezumaba épica por los cuatro costados. En esta innecesaria secuela, pese a tener la suerte de contar el mismo director y recuperar algún que otro secundario, la trascendencia de los hechos narrados, y reciclados en gran parte, no tocan la fibra ni ponen la piel de gallina, empezando por algo tan básico como la banda sonora, que apela a la original e inigualable de Hans Zimmer, pero se queda a medio camino. El nuevo reparto, con talante, talento y muchas tablas, resulta histriónico en demasiadas ocasiones, aunque su protagonista cabe reconocer que es un digno sucesor de Russell "Máximo Décimo Meridio" Crowe. Por supuesto, se han dejado los dólares para que luzca impresionante, y aún así, la acción no es tan abundante ni espectacular como cabría esperar, por lo que podríamos sintetizar las sensaciones en un genérico y simple "está bien".