En una época dominada por las superproducciones que cada año nos llegan desde Disney/Marvel y Warner/DC, M. Night Shyamalan ha venido desarrollando un microuniverso superheroico propio sin hacer ruido. Desde la ya lejana El protegido (2000) hasta la reciente Múltiple (2016), el director de origen hindú no ha dudado en intentar dejar su impronta dentro del género, pero siempre queriendo hacer las cosas de otra manera. Con su ritmo y estilo particular, Shyamalan ha demostrado que se pueden contar historias de superhéroes desde un punto de vista diferente. Con Glass, pone fin a una insólita trilogía que transita por senderos poco explorados por la inmensa mayoría de adaptaciones de cómics al cine. ¿Funciona su propuesta? Sigan leyendo.
En «Glass», Shyamalan retoma a los personajes de «El protegido» y «Múltiple» para contar una historia con bastantes capas (esto no es un chiste, lo prometo). Tras un encontronazo previo, David Dunn (El protegido) y Kevin Wendell Crumb (La bestia), son encerrados en el instituto psiquiátrico donde ya está recluido Elijah Price (Mr. Cristal). Allí, serán sometidos a un tratamiento que les intentará hacer ver que sus superpoderes no son tal, sino fruto de un desorden psíquico.
La manera ideada por el director para juntar a sus personajes en un mismo espacio me parece bastante acertada. El guion también está fino al elegir el modo en que se les hace dudar de sus habilidades, ya que por momentos logra trasladar esas mismas dudas al espectador, convirtiendo ese conflicto en el tema principal de la película.
Sin embargo, tengo varios problemas con «Glass». El primero y más importante es que, para mi gusto, el tono que tanto me gustó en «El protegido» no me funciona igual de bien 18 años después. Tal vez sea por mezclar personajes y tramas que no empastan bien, tal vez porque el misterio que desprendían aquellas obras primigenias de Shyamalan queda aquí muy difuminado (de hecho, no hay un verdadero mcguffin), o tal vez porque las escenas de acción me parecen bastante pobres. Sea como sea, el resultado final está muy lejos de mis expectativas. Reconozco que el juego metarreferencial con el mundo del cómic está muy bien, y que el prisma que intenta aportar Shyamalan no deja de ser novedoso a día de hoy, pero en el conjunto hay una serie de escenas en «Glass» que me parecen ridículas, especialmente durante el desenlace.
Aunque lo negativo en esta ocasión es lo que más pesa, es patente que la dirección de Shyamalan está más pulida que nunca. El director ha alcanzado un nivel nada desdeñable a la hora de colocar la cámara y de moverla, consiguiendo imprimir su toque personal a cada una de sus producciones. En cuanto al reparto, nadie sobresale especialmente, y encontramos a unos Bruce Willis y Samuel L. Jackson bastante sobrios, en contraposición al sobreactuado (por exigencias del guion, eso sí) James McAvoy. Sarah Paulson siempre cumple, y aquí no puede ser menos. Tal vez el personaje que más sobra en la función es el de Anya Taylor-Joy, en mi opinión totalmente prescindible.
En resumen, «Glass» es la demostración de varias cosas. La primera, que M. Night Shyamalan sabe dirigir, habiendo alcanzado un nivel remarcable en cuanto a manejo de cámara y al fuera de campo. La segunda, que el director muestra un estilo irrenunciable a la hora de presentar sus historias, estilo que a estas alturas ya es reconocible por todos. La tercera es que le falta un punto de mala leche —la misma que se intuía en La visita (2015)— que no consigue transmitir. Y la cuarta es que el tiempo pasa, y lo que en el año 2000 funcionaba extraordinariamente bien en «El protegido» hoy puede resultar un tanto ridículo. Para este que escribe, una decepción.