Revista Belleza

Global

Por Itwoman

El título de este artículo iba a ser “Un globo, dos globos, tres globos”, pero me he dado cuenta de que podría dar lugar a confusión y atraer al grupo de los nostálgicos y precisamente esas personas se alejan mucho de lo que intento expresar (sin ánimo de excluir a nadie).

No pretendo hablar de programas infantiles de los años setenta del siglo pasado. No tengo nada que ver con los de «Yo fui a la EGB». Tampoco tengo nada en contra de ellos, faltaría más; pero estar todo el día viendo fotos de gomas de borrar «Milán» o de los juegos reunidos «Geyper» no es algo que me vuelva loca. Prefiero pasar las horas indagando en la app de Zara, la verdad.

No se trata de inflar globos de colores, ni de pedir comida con Glovo (podría convertirse en un tema demasiado reivindicativo y me llevaría un sofocón), tampoco me apetece hablar de preservativos (aunque aprovecho para insistir en la necesidad de usarlos, si llega el caso). 

Quiero hablar de la aldea global. 

Utilizo este término porque creo que es el más descriptivo, pero no tengo claro su significado. He buscado en mi queridísimo Google y he encontrado esta definición en la web de la RAE (fuente fidedigna donde las haya):

Aldea global 

1. f. El planeta Tierra, en tanto que un mundo interconectado y globalizado.

Acepto la definición para centrarme en el tema principal.

Estoy harta de esas personas que, cada cierto tiempo, publican en sus redes sociales una foto en blanco y negro con la imagen de unos niños jugando en una callejuela, a la que añaden el texto: “Antes no teníamos móviles o Internet y éramos más felices” (o algo similar, normalmente incluyendo alguna falta de ortografía). Esto es lo que me gustaría decirles, después de mucho tiempo de contención:

1.- La foto que compartes es de hace, por lo menos, noventa años. ¿No puedes publicar una foto de tu infancia? Vale, como no había móviles apenas tienes fotos de entonces, lo entiendo. 

2.- Estás evocando tiempos pasados, pero publicas tu reivindicación en una red social para la que necesitas conexión a internet y algún tipo de dispositivo. Aclárate, criatura. 

3.- La época de la infancia siempre nos va a parecer mejor, entre otras muchas cosas porque no nos cansábamos, no nos dolía nada y no teníamos preocupaciones. Nuestros padres nos querían, nos cuidaban y nos facilitaban la vida. Y estaban vivos, en mi caso.

4.- ¿Qué daño te hace la informática? Piensa y desarrolla tu respuesta, por favor, y activa el corrector ortográfico, si no te importa.

Vivimos en una época de globalización, de acceso a la información, de conocimiento al instante.

AFORTUNADAMENTE.

Ojalá durante mi infancia hubiera existido el streaming para poder elegir cualquier otro programa y no tener que aguantar, tarde tras tarde, el eterno “Un globo dos globos, tres globos”. Que la luna no es un globo que se me escapó, pero… caray… Lo de “la tierra es el globo donde vivo yo” a lo mejor era una premonición de la aldea de la que hablamos y no lo supimos ver. No creo, ¿no?

Además de It Woman y escritora en ciernes, soy informática. Desde hace muchos años. De casualidad y por dinero, pero lo soy.

Durante mi eterna carrera profesional, he conocido a gente aterrada porque un ordenador les iba a quitar el trabajo, pero también he visto a las mismas personas descubrir que ese temido ordenador les facilitaba la vida y que merecía la pena aprender a usarlo. También he visto a personas muy espabiladas para mantener conversaciones por Whatsapp, negarse sibilinamente a utilizar las “nuevas” tecnologías (que tan nuevas ya no son).

He visto muchas cosas, pero la mayoría son buenas. Porque la evolución es parte de nuestra identidad como seres humanos. 

Es más cómodo rechazar lo nuevo y no esforzarse en aprender y evolucionar. El miedo a lo desconocido es más antiguo que la foto de la que hablaba antes. Esa en blanco y negro con un burro y cuatro niños jugando descalzos en una callejuela.

Reconozco que a lo mejor el problema lo tengo yo: lo de jugar en la calle con un burro nunca me hizo tilín. Siempre he sido más de acurrucarme en un sillón a leer una novela; además en Cádiz no se encontraban burros con tanta facilidad. Aquí somos más de escarbar y encontrar restos arqueológicos trimilenarios, os lo prometo. 

Las novelas de Enid Blyton me hicieron vivir aventuras. Jo March me enseñó a soñar con ser escritora. Quería ser de Cornualles y estudiar en un internado; hacer un pícnic con cerveza de jengibre y emparedados de jamón; achicharrar mi larga falda en la chimenea y lanzar bolas de nieve a la ventana de Laurie. «¡Rodrigo, Rodrigo, sálvame!, y me desmayo».

Gracias a la globalización y a Internet puedo almacenar mil novelas en mi pequeño ebook; puedo acurrucarme (porque si no no quepo) en el asiento de un avión que me lleva a Londres o a cualquier otro sitio; puedo reservar hotel en un pis pas y comprar cualquier objeto que necesite o se me antoje, sin sentirme frustrada por vivir en el culo del mundo. Gracias a Internet. GRACIAS a las personas que nos han enseñado a utilizar todas esas maravillosas herramientas, porque nadie nace sabiendo y las necesitamos. GRACIAS.

Tenemos mucho que agradecerle a la informática, pero no lo hacemos porque es un trabajo desconocido del que solo vemos el resultado final para, si es posible, criticarlo. Subir una foto a Facebook no es “saber de informática”, entrar en la página web de un periódico no es “saber de informática”, no nos confundamos. Si no pones una lavadora cuando tienes la ropa sucia no es porque “no soy ingeniero” es porque eres una persona vaga; no me vengas con pamplinas.

Deberíamos valorar la informática e Internet como algo que nos facilita la vida, que nos acerca a las personas queridas y que nos deja tiempo libre para poner todas las lavadoras que queramos. No olvidéis que el confinamiento de 2020 fue más llevadero gracias a las videoconferencias, a Netflix y a los videos de ejercicios de YouTube y TODO ESO ES INFORMÁTICA. El teletrabajo ha venido para quedarse y ha sido gracias a los informáticos que nos han facilitado las herramientas adecuadas. De nada.

Y después de esta extraña reivindicación, termino con una frase que se me ocurrió hace algunos días intentando definir lo maravilloso que es Google:

“Solo creo en Google y en la música de Paul McCartney”

Sin ánimo de ofender a nadie y respetando todas las creencias, aunque me faltó añadir lo más importante: SOBRE TODO CREO EN MÍ. 

Sin cegarme ni ponerme exclamación, como en el buen humor… Perdón, perdón.  Antes de la pandemia (bastante antes) creía en Miguel Bosé.

Eso es todo por hoy, me despido con un “Hola, mundo” (como os decía, soy informática, pero si no lo entendéis podéis buscarlo en Google).

Lo he buscado en Google, obviamente.

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