Revista Arquitectura
"Por espacio público entendemos un ámbito de nuestra vida social, en el que se puede construir algo así como opinión pública." — Jürgen Habermas.
La plaza, máxima expresión del espacio público, fue concebida en origen como un espacio político, de relación e intercambio sociales. No obstante, si atendemos a su evolución histórica[1] podemos comprobar como a lo largo de los siglos ésta ha ido perdiendo sus atributos originales para ir dando paso a un simple lugar dirigido al tránsito y al consumo. En su raíz clásica, el ágora griega y el foro romano fueron concebidos como un ámbito deliberativo y autónomo, destinado a la construcción democrática de la ciudad (polis) y el Estado a través de la participación activa de la ciudadanía en la toma de decisiones[2].
Con la caída del Imperio Romano arranca un proceso de despolitización radical del espacio público, que muy brevemente podríamos resumir así: Primero, la Edad Media y la era preindustrial, a través de los feudalismos medievales y regímenes monárquicos absolutistas marcan la transición hacia la noción moderna del espacio público. En este periodo histórico se produce un gran vaciamiento de contenidos en aras de una clara jerarquización funcional y simbólica que tiene en las Plazas Mayores su referente más destacado: lugares principalmente vinculados a los poderes políticos y religiosos, así como al comercio y ceremonias oficiales.
Posteriormente, el ciclo de revoluciones europeas de finales del siglo XVIII y los procesos de industrialización marcan un nuevo hito en la reconfiguración de las ciudades y, por ende, de su espacio público. La construcción de los ensanches decimonónicos implica la aparición de calles más amplias, concurridas y céntricas, así como de espacios pública de una sociabilidad más difusa y anónima, en contraste con los sistemas de control y cercamiento que caracterizaron a la etapa histórica anterior. Sin embargo, la política se restringe a edificios específicos construidos a tal finalidad, como los Parlamentos, Cámaras de Representantes, Senados, etc.
A partir de ahí comienza una progresiva instrumentalización y mercantilización del espacio público en el marco de la era posindustrial y la globalización, con las que se le despoja completamente de cualquier carácter político o relacional que éste pudiera conservar. Y así se alcanza la primera década del siglo XXI en la que las plazas se convierten en un mero lugar de tránsito y consumo: su diseño duro e inhóspito (plazas duras), así como las ordenanzas municipales que ha posibilitado la proliferación de terrazas las transforman en un lugar en el que ya no se puede «comer ni un bocadillo»[3].
Sin embargo, esta tendencia ha experimentado un vuelco desde 2011. En los últimos tres años estamos siendo testigos de una oleada incesante de movilizaciones y una eclosión de organizaciones y movimientos sociales en todo el mundo. De Egipto a Nueva York, de Islandia a Brasil, pasando por Grecia, Turquía, México, Túnez, Rumania y, por supuesto, España. Millones de personas han salido a la calle y a las plazas para reivindicar sus derechos y reclamar más democracia y justicia social.
Desde luego, esta eclosión de las protestas ha tenido su impacto en el espacio público impulsando una repolitización del mismo y ampliando su noción más allá de la esfera física. Se ha recuperado, por tanto, el carácter relacional y colectivo de plazas y calles; reivindicando la esencia de las mismas como espacios de encuentro, debate y empoderamiento colectivo. Lugares donde cultivar la «mixofilia»[4], la diversidad, la tolerancia y el respeto. Lugares desde los que promover una construcción realmente democrática y equitativa de la sociedad.
Seguramente el mayor exponente de esta realidad fueron las acampadas que se produjeron en plazas como la de Tahrir en El Cairo, Puerta del Sol en Madrid, Plaza Cataluña en Barcelona, el parque Zuccotti en Nueva York o más recientemente la del parque Gezi en Estambul, Turquía. Precisamente esta última tuvo su origen en la oposición a la construcción de un centro comercial en ese espacio. Un hecho que no hace sino incidir notablemente en el carácter urbanístico de muchas de estas protestas, tal y como también quedó patente en Burgos con la oposición popular del barrio de Gamonal a la transformación de la calle Vitoria.
Todas estas «resistencias urbanas» han transformado la manera en la que entendemos y vivimos el espacio público, apuntando a una redefinición del mismo. En mayor o menor medida, todas ellas aportan grandes aprendizajes que nos permiten hacer evolucionar la práctica urbanística y la transformación de la ciudad: la arquitectura, el urbanismo o el paisajismo no pueden permanecer ajenas a este nuevo terreno de juego definido por la #GlobalRevolution[5].
Se suele equiparar esta recuperación de la plaza como espacio político con una vuelta al ágora griega, pero desde nuestra perspectiva esta comparación resulta un tanto reduccionista, en tanto que entendemos que todas estas experiencias han desbordado la noción clásica de espacio público, ya que se está produciendo una reconfiguración y «resimbolización» del mismo derivadas de la nueva era digital en la que nos encontramos inmersos.
Ya no podemos entender el espacio público como el soporte físico para la construcción colectiva de la política, tal y como lo hacían en la Antigua Grecia. Internet y las herramientas digitales están permitiendo ampliar sus límites a través de nuevos mecanismos de hibridación y participación.
Hablar de espacio público hoy en día es entender que habitamos en un entorno de límites difusos entre lo real y lo virtual, en un viaje de ida y vuelta entre la esfera física y la esfera digital que hace añicos las tradicionales distinciones entre ambas. De esta manera, las dinámicas que se desarrollan en cada una de ellas tienen su repercusión en la otra, alterándolas y transformándolas, estableciendo un bucle de retroalimentación constante entre ambas.
Por otra parte, la distinción entre la escala local y la global ya no está tan clara, ambas están mutando en una lógica glocal que atiende a ambas a la vez[6]. Estamos viendo como muchos procesos se comienzan a desarrollarse en una tensión entre lo hiperlocal y lo hiperglobal, entre el barrio y el mundo, que permite transcender la idea ecologista de «piensa global, actúa local», dando paso a otra nueva y complementaria como puede ser «piensa local y actúa global».
Es por ello que esta nueva realidad híbrida entre esferas y escalas nos insta a reformular las herramientas, metodologías y axiomas con los que pensar e intervenir en el espacio público y en la ciudad desde la arquitectura y el urbanismo. De lo contrario seguiremos perpetuando las formas de pensar que nos han conducido a la actual crisis económica, social y ambiental.
En nuestras manos está decidir si queremos seguir siendo parte del problema o de la solución.
[1] LÓPEZ DE LUCIO, R. (2013): «De Atenas a Xanadú (Arroyomolinos, Madrid). Concepción y funciones del espacio público en la historia de la ciudad europea», en Vivienda colectiva, espacio público y ciudad. Evolución y crisis en el diseño de tejidos residenciales 1860-210, nobuko, Buenos Aires.
[2] Conviene recordar en la Antigua Grecia detentar la cualidad de la ciudadanía de pleno derecho había que cumplir tres requisitos: no se esclavo, ser varón y ser mayor de edad. Por lo tanto mujeres y esclavos quedaban excluidos de la democracia original.
[3] HURST, M. (2014): «¿Te comerías un bocata en esta Plaza?» en http://yorokobu.es/te-comerias-un-bocata-en-esta-plaza/
[4] Zygmunt Bauman en su libro Amor Líquido menciona los términos «mixofilia» y «mixofobia» para desplegar una teoría sobre las relaciones que se desarrollan entre individuos, en función de compartir los espacios públicos en la ciudad. Con «mixofobia» hace referencia al miedo al intercambio social y con «mixofilia» a la propensión o deseo de mezclarse con las diferencias o con los que son distintos a nosotros en busca de nuevas experiencias. BAUMAN, Z. (2005): Amor Líquido, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
[5] Etiqueta que se utiliza para designar a todas las protestas y movimientos que se han producido a lo largo de todo el mundo desde 2011.
[6] Bernardo Gutiérrez y Pablo de Soto han acuñado el término «calle glocal» para referirse a esta nueva conceptualización del espacio público que rompe con la dualidad entre lo digital y lo analógico y reinventa la distinción entre escalas territoriales. En su artículo «De Tahrir a Gamonal: la calle global y el hacer política» reinterpretan el concepto de «calle global» desarrollado por Saskia Sassen para describir este nuevo escenario híbrido en el que se están desarrollando las revueltas mundiales conectadas en red. El texto está disponible aquí: http://www.eldiario.es/opinion/Gamonal-Burgos-15M-efectoGamonal-Gezi_Park-DirenGezi-VemPraRua-PasseLivre-PosMeSalto-derecho_a_la_ciudad-Hamburgo_0_221528212.html
* Este artículo apareció originalmente publicado en el número 031 «la plaza 2» de la revista Paisea.
Créditos de las imágenes:
Imagen 01: Ocuppy Wall Street (fuente: Cryptome)
Imagen 02: Miles de personas en la calle durante la crisis finaciera de Islandia, 2008 (fuente: Wikipedia)
Imagen 03: Las redes sociales, clave en el desarrollo de las protestas Occupy Gezi (fuente: Huffington Post)
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