Revista Cultura y Ocio
Hay veces en que uno entra en un disco o en un libro como el que entra en una catedral y se deja abrumar por la piedra o por la altura incontestable de las bóvedas. Tubular Bells es una catedral del siglo XX. Una a la que se accede con la reverencia de lo sagrado. No hay año en donde yo no peregrine a su interior y me postre al modo en que el feligrés lo hace ante la visión pristina de sus dioses. La liturgia no precisa una disciplina excesiva. Ninguna que provenga del corazón la precisa. A mí, en los treinta que llevo escuchándolo con absoluta devoción, no se me ha presentado jamás esa necesidad. El disco, a diferencia de tantos que se ajan con el tiempo y exhiben sus malas costuras, a pesar de lo buenos que nos parecieron de primeras, se ha mantenido maravillosamente íntegro en estas convulsas décadas. No me vengan en esta reflexión voluntariosa de aniversario con todas las campanas posteriores. No me interesan más allá de la memorabilia a capricho de coleccionismo. Ninguna de las razones con las que se pueden componer el elogio perfecto entran en las que convoco para justificar mi amor por las dos caras de este disco pletórico, inmarcesible, referencial. Gloria al glockenspiel.