En la foto, alguno de los asistentes al Simposio. De izquierda a derecha, Olga R. Cabrera (Universidad Federal de Maranhao, Brasil), María Caballero (Universidad de Sevilla), Brígida Pastor (CSIC, Madrid), Manuel Lorenzo Abdala (Investigador y Coordinador del Blog La divina Tula) Edith Checa (Presidenta Asociación Cultural y Literaria "La Avellaneda"), y Ángeles Ezama Gil (Universidad de Zaragoza)
El blog La divina Tula, recordando tan significativo evento científico y en homenaje al 201 aniversario del natalicio de la escritora, a celebrarse el 23 de marzo próximo, publica hoy la primera parte, de seis, que contendrá la totalidad de la conferencia, hasta ahora inédita, impartida por Manuel Lorenzo Abdala (Investigador de la Avellaneda y coordinador general del blog) durante el Simposio Internacional sobre la poetisa, escritora y dramaturga:
¿Es mucho hombre esa mujer?De niña a mujer: Bicentenario de Gertrudis Gómez de Avellaneda
Conferencia impartida el 30 de junio de 2014 en la sala María Zambrano del CCHS (Centro de Ciencias Humanas y Sociales) del CSIC(Consejo Superior de Investigaciones Científicas) durante el Simposio Internacional sobre la poetisa, escritora y dramaturga:
Gertrudis Gómez de Avellaneda, la incansable peregrina: Gloria y condena de una vida azarosa (1843-1846)
Cuando comparamos lo publicado hasta ahora con el resultado de nuestras investigaciones sobre la Avellaneda quedamos sorprendidos, muchas veces desconcertados. Determinados sucesos que se han presentado a lo largo de la última centuria están colmados de inexactitudes y equívocos. Demasiadas lagunas e imprecisiones necesitan ser esclarecidas. En un principio la culpa podría recaer en la propia Avellaneda porque la poetisa no hablaba de sí misma tan resueltamente, no le gustaba. Lo hizo en contadas y puntuales ocasiones, siendo muy sobria, demasiado escueta podríamos decir. Y esto ha sido motivo más que suficiente para que su azarosa vida se haya mal interpretado y hasta distorsionado a lo largo de todos estos años.
La etapa que, someramente, nos proponemos analizar es la comprendida entre 1843 y 1846, años oscuros y polémicos, posiblemente los más de toda su vida. Período lleno de glorias y alabanzas, pero también colmado de habladurías, dolores, penas, infernales sufrimientos y hasta de falsedades malintencionadas. Durante este cuatrienio se producen importantes y continuos desplazamientos que caracterizan y marcan a la incansable peregrina cuyo germen nace en 1836 cuando zarpa de Cuba hacia la vieja Europa: Burdeos, La Coruña, Lisboa, Cádiz y por fin Sevilla, ciudad de luz y color.
Residiendo en la capital andaluza es donde publica, bajo el seudónimo de “La Peregrina”, todo lo que compone durante los cuatro años que dura esta primera etapa de constantes desplazamientos. Son obras salidas directamente del corazón, colmadas de nostalgia e inconmensurable belleza[1].
El sol en Andalucía brilla con intensidad y la Avellaneda deslumbra con él. Se siente cómoda, está alegre y se hace notar en demasía[2]. Su juvenil coquetería y la intensa relación con Ignacio de Cepeda, centrarán su existencia, y le marcarán de por vida.
En noviembre de 1840 se traslada a Madrid en compañía de su hermano Manuel, su eterna sombra y báculo.
Los hermanos alquilan una vivienda en la calle Clavel a escasos metros de un palacete envuelto en romántico misticismo[3]. Y no por casualidad la joven poetisa escoge aquella casa para detener su peregrinar y hacerse grande. La legendaria y suntuosa mansión había sido propiedad de la condesa de Jaruco, cubana de nacimiento como ella. La Montalvo, viuda del adinerado conde de Jaruco y sobrina de Gonzalo O’Farril, fue la madre de la que sería su amiga años más tarde: Mercedes de Santa Cruz y Montalvo, condesa de Merlín. Tula sabe desde muy niña –por comentarios y habladurías escuchadas en su casa de Puerto Príncipe-, que en aquel famoso palacete se habían realizado elegantes soirees, indescriptibles tertulias. Pero lo que en realidad, pudo llamar la atención de la joven escritora fue el conocer que los restos mortales de la afamada condesa reposaran bajo el viejo olmo que se imponía en el jardín de aquella señorial mansión[4]. Puede ser que Tula, en su elevado romanticismo, necesitase respirar aquellos extravagantes ambientes y sucesos de épocas pasadas que iluminasen, aún más, su inspirado e imparable numen. Alta pasión criolla al más puro estilo romántico, así la recibió aquel Madrid, la ciudad que muy pronto se rendiría a sus pies.
La poetisa no pudo llegar en mejor momento a la capital del reino. Los primeros años de la década del cuarenta fueron claves para la política española porque comenzaría el trienio progresista que le beneficiaría (María Cristina, la regente, fue expulsada viéndose obligada exiliarse en París junto al séquito que la rodeaba). Muchos de sus amigos –los conocidos y los que conocerá inmediatamente después-, estarán comprometidos con la política de entonces. En esta etapa entran a jugar un papel esencial varios personajes de alta relevancia, uno de ellos fue Ramón María de Narváez (el conocido como “espadón de Loja” y futuro duque de Valencia), general que fuera siete veces Presidente del Consejo de Ministros de España.
En menos de un año se edita Poesías, su primera gran obra prologada por Juan Nicasio Gallego. Es presentada en el Liceo madrileño por José Zorrilla. Los endecasílabos leídos “arrebataron al auditorio” e inmediatamente fue admitida y declarada –se ha dicho- como la primera poetisa de España. En tan solo unos meses sale de imprenta Sab, novela que viene escribiendo desde su malograda estancia en La Coruña, y no en Lisboa como ella misma nos hace ver, equivocadamente, en su primera autobiografía (La ilustración, 3/11/1850).
Continuará el 2 de marzo…Notas:
[1]cfr. “A la poesía”, “Imitación a Petrarca”, “A mi jilguero”, “A una violeta”, “La serenata”, “A las estrellas” y “A una mariposa” en Poesías de la Excelentísima Señora Dª Gertrudis Gómez de Avellaneda de Sabater, Madrid, 1950.[2] cfr. Cuadernillos de viaje y La dama de Gran tono, (3er y 4º cuadernillo). Pp. 63-102. Editorial “Los libros de Umsaloua”. Sevilla, 2014.[3] cfr. en Memorias de un sesentón, Madrid, 1889, pp. 76-77, cita 1.[4] La Avellaneda debió conocer la historia por D. Carlos Ortiz de Taranco, quién fuera amigo íntimo de la condesa de Jaruco (Mesonero Romanos lo cita igualmente en su obra Memorias de un sesentón).