¿Alguien ha oído a un político hablar de amor? ¿Alguien les ha visto amar a sus semejantes o promover el amor fraterno? El amor es el máximo valor de la especie humana, el que nos permite convivir, cooperar, ser felices y construir juntos el futuro, pero los políticos lo tienen relegado y algunos hasta prohibido. A ellos, que son la escoria de la especie, les gustan más las ideologías que dividen y separan. Gobernados por personas sin amor, el mundo se pudre, retrocede y se torna peligroso. ---
Si lográramos introducir el amor en la política, el mundo mejoraría sustancialmente. El amor actuaría como una fuerza transformadora que eliminaría la opresión, el egoísmo, la violencia, la mentira, el abuso de poder, la injusticia y la terrible corrupción, enfermedades todas ellas incompatibles con el amor. Acabaría también con los mediocres, los miserables y los ineptos encaramados en la cúspide del poder, incluso con los actuales partidos políticos, que son escuelas donde se aprenden más vicios que virtudes, donde el amor está completamente ausente, donde rige el "te doy y me das" y donde enseñan a anteponer los intereses propios y del partido a todo lo demás.
En lugar de castigar siempre al que se equivoca, aprenderíamos también a premiar al que acierta. La policía no tendría que dedicarse plenamente a reprimir, sino que su principal deber debería ser ayudar, colaborar con el ciudadano y estimular los valores.
Con amor, el mundo avanzaría más deprisa, sería más próspero, justo y decente y se convertiría en el verdadero hogar de la raza humana, sin guerras, sin exterminios, sin opresión y sin tanta desigualdad, dolor y tristeza.
Es evidente que en un principio había dos caminos y la humanidad, víctima del egoísmo y la bajeza, eligió el camino menos bueno, el del enfrentamiento entre hermanos, el de la opresión y el abuso. Ese es el verdadero sentido del "mito" de Caín y Abel, en el que el malo mata al bueno y la humanidad, con él al frente, inicia el camino perverso.
A las clases dirigentes actuales, sobre todo a los políticos, les da miedo el amor porque saben que en un mundo con amor ellos no serían nada ni nadie.
Para muchos, este artículo sonará a utopía, pero a esos les digo que la utopía debería ser el faro de la humanidad, el que indica el camino a seguir. Todos los grandes logros de los humanos parecían al principio utópicos, desde el fin de la esclavitud a la igualdad de la mujer, desde la sanidad pública universal a la protección de los débiles. Las utopías son alcanzables y sólo los mezquinos y los cobardes las desechan, de partida, por imposibles.
Es obvio que el mundo necesita otro tipo de dirigentes, distintos a los actuales, personas de fiar que no mientan, que se sacrifiquen por los demás, que conduzcan con mano diestra y amorosa este barco nuestro que, bajo el poder de los actuales políticos, va a la deriva, causando miedo, inseguridad y dolor a los pasajeros.
El pueblo es mil veces más decente y bueno que sus dirigentes. No es cierto eso que dicen de que "cada pueblo tiene el gobierno que se merece". Nadie se merece la chusma que nos gobierna hoy en España, insensible y pasiva ante el abuso y la injusticia, indiferente ante la ruina de los comercios y la destrucción de las calles, ciega ante la maldad que avanza y ante la ruina que invade España. Estamos gobernados por los peores, por gente que ni siquiera sabe lo que es el amor.
La pandemia ha sido como un destello que nos ha hecho comprender hasta que punto estamos gobernados por los peores. Nos dijeron que nos pusiéramos las mascarillas y lo hicimos, aceptamos encerrarnos, los sanitarios trabajaron salvando vidas sin protección, con bolsas de basura protegiendo sus carnes, las familias no se revolvieron con cuchillos en las manos cuando sus padres y abuelos morían abandonados en las residencias. Hemos cambiado nuestras vidas y hasta soportamos que los canallas se salten la cola y se vacunen antes de tiempo, amparados en su poder, para salvar sus miserables vidas.
Envueltos en su mediocridad y obsesionados por el poder, nuestros dirigentes hasta han olvidado que el fin principal de la política no es el crecimiento, ni el orden público, sino la felicidad de los ciudadanos.
Ellos, nuestros dirigentes sin amor, se comportaron de otro modo: se subieron los sueldos, aprovecharon la coyuntura para incrementar su poder, nos engañaron con frecuencia y no fueron capaces de renunciar a uno sólo de sus privilegios, ni siquiera para dar ejemplo ante el sufrimiento colectivo.
Se comportaron como ratas, como lo que son: especímenes sin amor.
El mundo tiene cada día más claro que hay que cambiar la política, introducir el amor en nuestras vidas y colocar al frente de la humanidad a personas decentes y ejemplares porque con este tipo de gobernantes, ostentosos, retorcidos, egoístas, oscuros, sin valores, sin principios y sin amor, vamos hacia el exterminio.
Francisco Rubiales