Hace unos cuantos años tuve ocasión de citar en una lección inaugural de mi Universidad a Joseph Ratzinger recordando aquello de Agustín de Hipona, que dice así:
“un Estado que se refiriera sólo a los propios intereses y no a la justicia en sí misma, a la verdadera justicia, no sería estructuralmente diverso de una bien organizada banda de salteadores”.
Hace unos días, en un discurso memorable ante la Cámara Alta, el Parlamento alemán (ver texto completo), he vuelto a encontrar lo mismo, dicho por Benedicto XVI de otro modo:
"Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de forajidos?", dijo en cierta ocasión San Agustín.
Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra el derecho; cómo se ha pisoteado el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y empujarlo hasta el borde del abismo. (...)
Ese discurso memorable y muy aplaudido termina con estas palabras:
(...) La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma – del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa. Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico.
Al joven rey Salomón, a la hora de asumir el poder, se le concedió lo que pedía. ¿Qué sucedería si nosotros, legisladores de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? En último término, pienso que, también hoy, no podríamos desear otra cosa que un corazón dócil: la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz. Gracias por su atención.
Si pueden, conviene leer completo este discurso. Ya se ve que no es torpe el paralelo entre gobiernos o estados y cuadrillas de bandidos bien organizadas. Y no sólo los gobiernos o los estados que a uno le vienen de primeras a la memoria.