Revista Libros
Me encanta la épica, uno de los géneros más populares y que de manera más inmediata satisface el hambre de historias. No es casualidad, en efecto, que buena parte de las tradiciones literarias se hayan inaugurado con el género épico: la Ilíada de Homero, el Mahabharataindio, el Cantar de Roldán francés, nuestro Cantar del Mío Cid... Es cierto que las grandes gestas heroicas han perdido su espacio en la literatura contemporánea pero perviven en la memoria de todos como parte de la cultura popular y, además, sus tropos característicos alimentan el fantástico de Tolkien, C. S. Lewis y, por qué no, J. K. Rowling. No se indignen los puristas. El olifante que Boromir hace sonar in extremis en La comunidad del anilloes tanto o más célebre que el del Cantar de Roldán. De hecho, en mis clases de literatura griega proyecto fragmentos de El señor de los anillos de Peter Jackson para que mis cada vez más abúlicos alumnos se pongan en situación. Es una versión edulcorada del grado de violencia que una puede encontrar en la Ilíada o el Mahabharata, es cierto, pero menos da una piedra.De un tiempo a esta parte, además, algunos autores se han colado por estrechísimos, casi invisibles, resquicios de las grandiosas historias para construir versiones más sentidas, no sé si más humanas, sí más contemporáneas, de grandes gestas. Lo hizo hace algunos años David Malouf con Príamo y Aquiles en Rescate. Lo hizo Irene Vallejo con Dido y Eneas en El silbido del arquero y, en cierta manera, lo ha hecho el genial dibujante Tom Gauld con su Goliat, que, ya es hora de decirlo, es el motivo que aquí me trae hoy.
Sé que en puridad el episodio de David y Goliat no es propiamente épica, sino un relato del Antiguo Testamento, pero estarán conmigo en que relata grandes gestas de varones y, además, con intervención de aparato divino. El caso es que con su trazo mínimo y sutil -los personajes más parecen esbozos- y su habitual talento para el humor, Tom Gauld nos regala una maravillosa reconstrucción -quizá debería utilizar aquí el término deconstrucción- del enfrentamiento entre David y el filisteo Goliat, donde el protagonista ya no es el improbable vencedor, sino el derrotado Goliat, un pobre administrativo, tranquilo y bonachón, víctima del absurdo burocrático y del egoísmo de un capitán deseoso de medrar. Suena estrambótico y no lo es, sino que la versión de Gauld resulta tierna, hermosa y también devastadora. Así que ustedes, anden atentos y, si consiguen encontrar el precioso volumen editado por la desaparecida Sins-Entido, lean, lean y vean, vean.