DAVID BROOKS (*)
OPINIÓN Los súper ricos de Estados Unidos, y sus contrapartes en otras regiones del mundo, han cometido lo que sólo se podría describir como un intento de golpe de Estado. No sólo controlan la economía, sobre todo mediante el sector financiero, sino buscan tomar el control de los procesos políticos. Igual que otros países que implementaron versiones de la receta neoliberal, Estados Unidos se caracteriza hoy por una desigualdad económica y/o concentración de riqueza sin precedente desde el periodo anterior de la gran depresión; es el país con mayor desigualdadeconó mica en el mundo avanzado. Aquí algunas cifras: 400 individuos en este país son dueños de más riqueza que la mitad más pobre de la población estadounidense, 150 millones de personas. La familia Walton, los herederos de Wal-Mart, con una fortuna de casi 90 mil millones de dólares, tienen más riqueza que el 40 por ciento de abajo de la población estadounidense. El 1 por ciento más rico controla 40 por ciento de la riqueza nacional. Mientras tanto, analistas esperan que el nivel de pobreza en EstadosUnidos llegue a su punto más alto en casi 50 años, reporta AP. Uno de cada seis (y casi uno de cada cuatro niños) estadounidenses vivieron en la pobreza el año pasado, y se pronostica que esto se elevará en los próximos tres años. Según una investigación de economistas de la Universidad de California, mientras los ingresos del 1 por ciento más rico en Estados Unidos se duplicaron entre 1980 y 2010 (los del 0.1 se triplicaron), los ingresos del 90 por ciento de abajo se desplomaron casi 5 por ciento. Igual que en los países en desarrollo, los ricos aquí insisten en que ellos son el motor de la economía; que sus intereses son los intereses nacionales, y que ellos son los que generan empleo, inversión, y oportunidad, así como los recursos para el desarrollo por medio de los impuestos que pagan. Pero igual que los ricos de los países que todos conocemos en el tercer mundo, los intereses de los ricos tienen poco que ver con los intereses nacionales. Y un nuevo informe exhaustivo lo comprueba. Los ricos no invierten sus fortunas en sus países ni pagan los impuestos que deben a su nación, sino hacen todo por ocultar sus riquezas y evadir sus responsabilidades fiscales. Entre 21 y 32 billones de dólares en riqueza financiera están escondidos en paraísos fiscales o en bancos en el extranjero (unas 80 jurisdicciones extranjeras), fondos tanto legales como de negocios ilícitos, según el nuevo informe de The Price of Offshore Revisited de la red de investigaciones Tax Justice Network. Ese monto equivale a más del PIB anual combinado de Estados Unidos y Japón. Este tesoro no forma parte del cálculo sobre desigualdad (ya de por sí extravagante: el 50 por ciento más pobre de la población del mundo tiene el 1 por ciento de la riqueza mundial, mientras el 10 por ciento más rico tiene el 84 por ciento de la riqueza del planeta) ni en la contabilidad de la deuda, o sea, que al incorporarlo todo es peor, según el informe elaborado por James Henry, execonomista en jefe de la consultora internacional McKinsey & Co y experto en asuntos fiscales. Al incluir este tesoro que se ha trasladado a paraísos fiscales o países con sistemas bancarios discretos (como las Islas Caimán o Suiza), la desigualdad es mucho mayor que la calculada hasta ahora. Según el informe, más de 30 por ciento de la riqueza financiera en el mundo ahora es controlada por 91 mil personas, o el 0.001 por ciento de la población mundial. Este club, con sus ayudantes en los principales bancos del mundo, es el que tiene el poder para hundir economías, para anunciar que países como Grecia, España, México y, sí, Estados Unidos, no tienen recursos para gasto social y tienen que despedir a millones y practicar políticas de austeridad, mientras esconden el tesoro que han extraído de sus pueblos fuera del alcance de sus países, fondos suficientes para generar empleo y desarrollo nacional en gran parte del planeta. En 139 países de ingreso medio y bajo estudio en esta investigación, las élites habían trasladado entre 7,3 y 9,3 billones de dólares de riqueza no reportada al extranjero entre los años 70 y 2010, mientras la deuda externa de estos países había llegado a 4,08 billones de dólares en 2010. El problema es que los bienes de estos países están en manos de un pequeño número de individuos ricos, mientras las deudas son cargadas por los ciudadanos comunes de estos países a través de sus gobiernos, afirma el informe. El impacto fiscal también es enorme: si esta riqueza escondida de por lo menos 21 billones de dólares ganara en intereses sólo un 3 por ciento, y ese monto pudiera haber sido gravado por gobiernos al 30 por ciento, eso generaría ingresos por impuestos de 189 mil millones de dólares anuales, más del doble de lo que los países de la OCDE gastan hoy día en toda su asistencia internacional al desarrollo. Y, por supuesto, este club de súper ricos goza de enorme poder político en sus países. Los estadounidenses de este exclusivo club mundial siempre han tenido una masiva influencia en el juego político-electoral de este país, pero ahora, con el fallo de la Suprema Corte hace un par de años en un caso conocido como Citizens United, los súper ricos tienen plena libertad de expresión por gastar fondos ilimitados en las elecciones. El senador federal independiente Bernie Sanders lo explicó así ante una audiencia en la Cámara Alta la semana pasada: “Lo que la Suprema Corte hizo en Citizens United, es decir, a esos multimillonarios: ‘ustedes son dueños y controlan la economía, son dueños de Wall Street, son dueños de las empresas de carbón, son dueños de las empresas petroleras. Ahora, por un muy pequeño porcentaje de su riqueza, les vamos a dar la oportunidad de ser dueños del gobierno de Estados Unidos’”. Al parecer, esa especie de golpe de Estado por una clase de súper ricos –todo en nombre de la democracia– se está intentando en varios rincones del mundo. (*) Diario La Jornada