Mi mente, o al menos la parte cuerda que queda tras el cansancio, sólo podía concentrarse en una cosa: el sueño; Un plácido y merecido sueño en el que discutir con Morfeo las grandes cuestiones de la vida. Eso y solo eso era lo que buscaba con ansia ya metido en la cama, de cualquier postura y con las sábanas hasta el cuello. La claridad en mis ideas brillaba por su ausencia. El orden en mi cabeza, tras el trabajo físico y psíquico de las quince horas anteriores, dejo paso a una serie de pensamientos inconexos de una naturaleza tan abstracta que mi subconsciente, sabio, ha preferido olvidar. De hecho estas palabras son el “anti desorden” que he podido sintetizar en la bendita locura de la realidad.