Gominolas suecas
“Prueba esta gominola de fresa ácida, seguro que nunca has probado nada igual”, me la meto en la boca y no es ácida, es salada. No sé si podré con ella. Respiro hondo para salivar mejor. Es la primera vez que mastico una chuchería sueca, y es muy distinta a nuestros escalofríos y pica-pica.
Te congestiona como si fuera un trocito de wasabi y cuando tragas saliva para aliviar el picor de nariz, su sabor salado es tan repugnantemente inesperado como esas veces en las que nadando en el mar, sin querer, tragas agua; y está caliente y salada. Y da mucho asco.
Con ganas de estrangular al atento dueño de Prövalo, un español que pasó su infancia en Estocolmo, decido comprar sólo gominolas dulces y chocolatinas. Le explico que soy más de moras, corazones de melocotón, regalices rojos o conguitos. Tras la aclaración me relajo y escucho atentamente. Rafael me está dando un máster sobre el mercado de las golosinas en Europa.
Escucho con fascinación: los suecos comen una media de 18 kilos de chucherías al año, mientras en España no llegamos a 2 kilos por cabeza. Además en Suecia existe un día sagrado para comprar gominolas o goodies: los sábados o “Lördagsgodis”.
Ese concepto de los años 60 ha caído en el olvido, no la palabra, pero el concepto, en realidad devoran gominolas casi todos los días del año, no sólo los niños, sobre todo los adultos. En ese momento entiendo lo fácil que es hacerse adicto y me avergüenza ser su target: una treinteañera hedonista sin demasiado presupuesto con ganas de desconectar de mil responsabilidades en busca de placeres que no castiguen demasiado la salud…
Y en ese panorama existencial han germinado las primeras tiendas de golosinas suecas en Madrid: Prövalo en la calle Atocha -a dos pasos de los cines Ideal y el Teatro Calderón Häagen Dazs- y Oomuombo en los feudos comerciales de las calles Fuencarral, Núñez de Balboa y Alcalá.
Oomuombo fue la primera en abrir sus puertas hace año y medio. Y por cierto, he escrito bien el nombre, no sobra la primera o, es así, y significa colmena en pigmeo, por lo visto a ellos les chifla tanto el dulce como a los suecos, aunque me pregunto de dónde habrá sacado eso su fundadora Caroline Svensson, una sueca afincada en España hace más de 30 años.
Lo que más me gusta es la experiencia de compra en ambas tiendas. Su aspecto es impoluto y ordenado, como los catálogos de Ikea. Prescinden de elementos decorativos y son funcionales. Dentro sólo hay estanterías blancas. Y cientos de gominolas. Es fácil olvidarse de cualquier preocupación rodeada de tanta belleza multicolor. Debe ser lo más semejante a entrar en un arco iris o darse un atracón de caramelos con Pipi Calzaslargas.
Cada tipo de gominola va acompañado de un icono con su porcentaje en gluten (o de su ausencia) para ponérselo fácil a los celiacos. Ese detalle, presentar la información importante con eficacia, me ha conquistado. Todas las chucherías se venden a granel por el mismo precio: 1’8 euros los 100 gramos.
En Suecia cuestan normalmente 0,80 euros los 100 gramos. Ahora bien, os advierto, sus bolsitas de papel son un peligro para quien está acostumbrado a comprar gominolas por unidades en el chino. Puedes gastarte 3 euros sin apenas darte cuenta, aunque ¡más cuesta el tabaco!
Ánimo a los fumadores con ganas de dejarlo. Nos vemos en la tienda comprando good sweets for big children...