Oía yo de crío esos palabros, de vez en cuando, cuando los adultos hablaban solemne sobre la espantosa frontera de la muerte. Los oía y no me hacían gracia, porque desconocía los tecnicismos correctos. Los oía, ecos de una magia remota, en la consulta del doctor Oria, en la calle Burgos, en espera de que me adosara su estetoscopio congelante y enseguida leyera aquellos libracos donde vendrían las "indiciones" para la "plumonía". O algo así.
Estudié Medicina para no hablar de esa manera y para entender que las enfermedades se tratan de 3 maneras. Manipulando el cuerpo, como hacen "cirujas" y asimilados, susurrándole monsergas (el psiquiatra), o bien metiéndole química, y a esa química le decimos medicamento. Pues bien, yo invertí mucha energía, de hecho casi toda mi energía mental, justo para enjaretar los medicamentos en el coco.
Atendí y comprendí a maestros como Jesús Flórez, que me hizo ver el por qué, y a Alberto Zubizarreta, que me indujo a pensar casi obsesivamente en los efectos adversos. En sus clases matutinas -créanme, un desafío extremo-, el profesor Armijo me inculcó el cómo. Apenas 3 años después, cuando en España empezábamos a usar un medicamento raro, vino un yanqui a ver si lo hacíamos bien. Y preguntó a mis jefes en qué clase de suero lo disolvíamos y ellos me miraron con cara de "¡Hala, chaval, rómpete la crisma!" y yo di suficientes pelos y señales de que no todas las neuronas viven en Wisconsin. Juro que no es soberbia: es pura gratitud a los que me enseñaron por qué y cuándo y cómo.
Ahora resulta que hay bronca con la "prescripción enfermera". Algunos enfermeros, por las cosas de la vida y por las cosas del querer, se habían habituado a firmar productos sanitarios de su ámbito específico de pericia y ahora reclaman que se barrene la legalidad para que su titulación les otorgue la facultad de prescribir medicamentos. Lean y repitan, por favor: medicamentos. Las progre-autonomías habían desbrozado la vereda para que el enfermero prescriba medicamentos, pero va el Gobierno y agarra y decreta en contrario. Y a su vez reaccionan ciertos Colegios de Enfermería, muy sueltos de lengua, declarando que exigir la supervisión directa y la firma personal del médico es "retrógrado y ultraderechista". Niego la mayor. Que el médico prescriba los medicamentos no es ranciedad ultramontana. Es lo propio.
El bienintencionado musita que solo serían analgésicos. (Va de suyo que no sabe gran cosa de sus incompatibilidades, de los daños vasculares por antiinflamatorios, ni de las particularidades de los mórficos.) Hay otros, más enérgicos, que se atreverían con antihipertensivos y anticoagulantes, ¡nada menos! Creen que la "receta enfermera" es un mecanismo suficiente, eficiente y ahorrativo. Lo creen: son gente de fe.
Llevo cerca de 30 años usando quimioterapia, al lado de enfermeras magníficas, capaces de afrontar no pocos problemas de esa medicación, desde luego más cabrona que la del ulceroso, pongamos por caso. Pues bien, durante el trabajo compartido, en un contexto cooperativo donde se verifica una supervisión cotidiana (que no fiscalización), afirmo rotundamente que he confiado y confío en ellas más que sus dirigentes sindicales. Ahora bien, ¿es razonable proporcionarles un "título" o una "capacitación" para manejar quimioterapia en otras consultas, quizás al margen de otros médicos? Calma.
Una grave deficiencia de mi organismo lo invalida para mantener una presión arterial aceptable y me obliga a visitar la farmacia con triste asiduidad. No hace mucho, a la cola de numerosos clientes, asisto a una escena chocante. Una señora le cuenta a la manceba que tiene una erupción y que en su centro de salud "pasan de ella". La señora se descubre tiernamente un hombro y la manceba, solícita y amabilísima, la observa y dictamina que es "una alergia" y le prescribe "un corticoide suavecito". Por detrás hace cola un matrimonio y la esposa le dice al marido, por lo bajini: "No se te olvide decirle que eres alérgico a la amoxicilina".
Yo, aguardando mi turno, procuro contener no sé si las lágrimas o la lipotimia. (Tantas horas rellenando la sesera de medicamentos y resulta que lo de Flórez y Armijo fue un despilfarro de tiempo.) En la espera, pienso en las atroces cifras de automedicación y gasto farmacéutico y abuso de antibióticos y reacciones adversas en nuestro "sistema" sanitario. Y la verdad es que no tengo mucho tiempo para pensar, porque la manceba solventa su agenda de consultas con encomiable diligencia. Y me voy extraordinariamente tranquilo: no tiene que ajustarme las pastillas, pues al parecer llevo la dosis adecuada.
En el lenguaje abstruso del Derecho, es "zurupeto" el que ejerce sin la titulación exigida. Pues bien, si se apodera de ti el afán de prescribir medicamentos, te resultará facilísmo eludir semejane epíteto-delito. Te vas a la Facultad de Medicina; a la pública, con tu notaza de Selectividad, o a la privada, ahuecando 18.000 euros por año. Te comes enteros 6 años (incluida la Microbiología) y después te comes otros 4 de médico residente, con sus decenas de guardias y cientos de seminarios, y al cabo de esos 10 años, ya como un "ultraderechista" con todo en regla, te inflas a firmar recetas.