David Fincher ha vuelto, o eso pone en los créditos, porque yo no lo he visto por ningún lado. ¿Dónde queda el genio del suspense, el maestro de las atmósferas que pueden cortarse con un cuchillo jamonero, o el arquitecto definitivo del espacio cinematográfico? Pues en el mismo sitio que el personaje que desaparece al principio de esta película: en paradero desconocido.
Sí, amigos. Ya se veía venir en el tráiler, pero un apellido que ha firmado recientemente auténticas joyas como The Social Network o Zodiac tiene el voto de confianza del cinéfilo de a pie. Y más cuando nos remontamos unos años y recordamos lo que disfrutamos con Seven o Fight Club.
Gone Girl tenía nuestro voto de confianza, y nuestra confianza ha sido traicionada.
Pero no quiero centrar mi crítica en el bueno de Fincher, no. El francotirador situado en la butaca 12 de la fila 14 debería de apuntar a otra cabeza, concretamente a la de la guionista que adaptó su propia novela en un ejercicio de onanismo innecesario.
El guión de Gone Girl es un verdadero castillo de naipes… desperdigado por el suelo. Se apoya en los pilares de varios puntos de giro (de esos que evidencian el subidón que tuvo el dramaturgo al escribirlos); a partir de estos tres twists, se construye una serie de “rellenos argumentales” que intentan dar consistencia a un conjunto que la verosimilitud no consigue alcanzar. La historia cae por su propio peso aunque el bueno de Affleck trate de navegar contra viento y marea con una más que soberbia interpretación que augura, con algunos matices, a un atormentado Bruce Wayne.
Por si no fuera poco la “gelatina dramatúrgica”: no hay un final que deje el poso de cierre el espectador. La película acaba, pero la historia queda descosida. Además, otra de las cosas que Fincher ha demostrado dominar a la perfección, el subtexto, aquí está servido de forma más basta que un plato de garbanzos con chorizo del cantimpalo en una venta de la Sierra de Cádiz.
En general, el visionado adquiere con el distanciamiento cierto tufo a tv-movie-modorra, eso sí, con un empaque técnico impecable. Tenía muchas ganas de escuchar la nueva colaboración entre Trent Reznor y Fincher y nada, otra decepción más. La música se limita a hilvanar de forma monótona y perezosa las secuencias sin ningún tipo de acentuación ni expresionismo.
¿Algo positivo? Además de la interpretación de Affleck, el rol femenino de la película que, a pesar de ser un calco del personaje de Brenda de Six Feet Under (y los que hayáis visto la serie me entenderéis), da pie a momentos muy dramaticómicos que han hecho reír a los espectadores más de una vez.
Para terminar, me gustaría volver al titular de esta crítica: Aunque la mona se vista de Fincher, mona se queda. Y es que este es el peligro de elegir un mal guión. Como se suele decir siempre: De un buen guión puede salir una buena o una mala película, pero de un mal guión nunca puede salir una buena película.