En estos tiempos todos estamos en un ambiente muy malo, pero los arquitectos especialmente.
En mis últimas entradas me he traicionado a mí mismo: He sido llorica y he ofrecido un espectáculo lamentable. Y eso es algo que nunca nadie se debe permitir. (Bueno, un ratito sí, y sólo ante gente muy querida, pero sólo eso). Nunca hemos sido llorones. Ya está bien.
Antes de retomar el ritmo hablando de arquitectura hago hoy un corte para limpiar los establos y dejar este blog reluciente, listo para nuevas entradas.
Así que, tras curarme el escozor refugiándome en una tableta de chocolate cuyas consecuencias no se puede permitir mi oronda silueta, busco un disco infalible e intemporal, una bomba del sentimiento y de la técnica. (Qué bárbaro es emocionarse con un sentimiento que no está fabricado por el sentimentalismo traicionero y manipulador, sino por el dominio de la técnica. Eso es un auténtico placer de dioses).
Tengo unos cuantos discos de jazz, que visito con concienzuda irregularidad, pero a menudo recalo en el mismo, que, como he dicho antes, es infalible. No es un jazz duro, intelectual, frío (que en otros momentos me interesa mucho), sino caliente y emocionante, que sale de las tripas de los músicos y que llega hasta las tripas del oyente. Es una debilidad mía, y vuelvo a él como a un viejo amigo siempre comprensivo y generoso.
Se trata del milagro que grabaron en septiembre de 1956 el genial pianista ciego (¡cuántos pianistas ciegos!) Art Tatum -para muchos el mejor pianista del jazz desde sus primeras grabaciones de los años treinta- y el no menos genial, poderoso, tremendo saxo tenor Ben Webster, para mí el número uno de todos los saxos tenores de la historia (y los hay mejores técnicamente, y los hay tremendamente poéticos, evocadores, expresivos, y tengo muchos discos de todos ellos, pero siempre acabo con Ben Webster y sus soplidos desbocados).
El disco se titula The Tatum Group Masterpieces: Art Tatum & Ben Webster, y no es que ellos formaran grupo o algo así, sino que es una grabación ocasional y circunstancial, pero muy oportuna. Ambos habían nacido en 1909. Tenían, pues, cuarenta y siete años, y estaban en plena madurez creadora y técnica, en el mayor dominio de su profesión, de su arte y de su oficio. Tatum murió menos de dos meses después de esta grabación.
(Acompañan a la pareja el contrabajo Red Callender y el batería Bill Douglass, muy buenos profesionales que saben que ellos no son las estrellas y que se limitan a ser competentemente discretos).
El disco, como digo, es una de las cumbres del jazz, y no tiene desperdicio. Os pongo su primera pista, que es la del descubrimiento de esta pareja insólita: Gone With the Wind.
Dura cuatro minutos con cuarenta segundos, y Ben Webster se hace esperar; pero, cuando al fin llega, aaahhh. Por favor, escuchadla sin pensar en nada. Sólo escuchadla, y luego os comento un par de cosas.
Lo primero que me sorprende es que son dos músicos muy diferentes. Art Tatum es un virtuoso del piano, y da muchas notas pequeñitas, mucho parloteo, mucho adorno, escalas para arriba, escalas para abajo... Lo que hace es una preciosidad. Parece un colibrí aleteando. Se acompaña él solo: Usa la perfecta mano izquierda para llevar el ritmo, el acorde, la base, que le permite a la izquierda colibrear, jugar, corretear de aquí para allá.Art Tatum es capaz de tocar la pieza él solo. ¿Para qué necesita a Webster? En el segundo 16 parece que le ha puesto en suerte para que empiece, pero no aparece. Vale; es normal que Tatum, como músico principal, presente el tema y hasta se haga un coro él solito. De acuerdo.Lo hace estupendamente bien, y lo deja todo listo para que el saxofonista entre en 0:48. No lo hace. Parece que ahora sí, en 1:21. Pues tampoco. Art Tatum sigue esperando a Webster. Parece suficientemente capaz de pasarse sin él, pero es que había quedado en venir y no viene. Y Tatum le llama. (¿Lo notáis?: "Venga, Ben; te toca"), y hasta, una vez expuesto el tema por enésima vez, le hace un caracoleo desde 1:40 hasta 1:56 para que entre cuando quiera. Pues no lo hace. Por lo que Tatum tiene que volver a enunciar el asunto para volver a invitarle a entrar en 2:27. Y por fin entra. ¡Y cómo entra!Se ha hecho de rogar más de la mitad de la pieza (dura 4:40 y los primeros 2:27 han pasado sin él).Cuando al fin suena tiene un timbre tremendo. Qué bestia.Yo me permito soplar un saxo tenor. Sí. Bueno. Pero sólo por poder dar las dos primeras notas de Webster (farááá) pasaría gustoso una temporada en la cárcel. Y por tocar las cuatro (faráááá, fadá) yo no sé lo que haría.
¿Habéis escuchado cómo tras la cuarta sigue soplando sin emitir? Un babeo, un sopleteo que le valdría un suspenso en cualquier curso de saxofón. Y sin embargo... Y sin embargo... Ese vibrato mudo final es su sello característico. Es emocionante.
Por favor, volved a poner la reproducción en 2:27 y volved a escuchar: Farááá-fadá(pfpfpfpfp). Yo con eso ya tengo para vivir unos cuantos días.
Si Art Tatum era un colibrí, este tío es un pajarraco de ochenta kilos. Gordo, fumador incansable... Sí: Es el del chiste del pájaro de ochenta kilos.
Fijáos cómo frasea, cómo articula. No tiene nada de la agilidad de Tatum, pero tiene otra agilidad diferente, muy sorprendente en su dureza pétrea. Y escuchad a Tatum por debajo, a lo suyo, culebreando y colibreando. ¿Están tocando la misma obra? Claro que sí. Cada uno a su manera, pero se complementan de una manera mágica.
No quiero seguir. Palabrería y más palabrería por mi parte. Por favor, disfrutad del duro sopleteo de Ben Webster y de los delicados arabescos de Tatum.
Quiso el dios del jazz que, a sólo dos meses de morir, Tatum se encontrara con Webster, y quiso que ese encuentro quedara grabado para nuestro eterno goce.
¿De qué chorradas, crisis y problemas me estaba preocupando yo estos días? Hay que ser tonto.