Revista Cultura y Ocio

Goodbye

Por Eduardomoga
Me despido. Esta tarde cojo el avión de vuelta a España y mañana, si nada se tuerce, ya estaré en Mérida. Dejo Inglaterra con una sensación agridulce. En estos dos años y medio de vida en Londres he aprendido mucho, he escrito mucho (demasiado, dicen algunos amigos), he disfrutado de una ciudad fascinante, y he conseguido mantenerme alejado, física y espiritualmente, de un entorno laboral y político que me aburría y agobiaba. Sin embargo, no he logrado arraigar en esta sociedad, por más que lo he intentado. Sí, es difícil arraigar con 50 años y sin un conocimiento previo del lugar, más allá de las consabidas visitas turísticas, pero tenía la esperanza de que la paciencia, la buena voluntad y el sacrificio abriesen puertas y rindiesen frialdades. No lo han hecho. Probablemente fui demasiado ingenuo. La sociedad británica está abierta a la presencia del extranjero (a menos que se sigan extendiendo las opiniones defendidas por el UKIP y el gobierno conservador siga adelante con su plan de aislamiento y saque al Reino Unido de la Unión Europea), pero poco a la influencia del extranjero y menos aún a la intimidad con el extranjero (aunque ¿cuál lo está?). La sociedad británica es ordenada, laboriosa, precavida, tradicional, mercantil, reglamentista e indiferente, y quienes, metecos en general y meridionales en particular, no hemos sido criados en ese haz de valores (porque aquí forman un conjunto inseparable), o no compartimos el individualismo solitario de la mayoría de la gente, encontramos difícil encajar en las exiguas celdillas en las que está compartimentada la vida cotidiana. Por otra parte, los ingleses, y sigo hablando en general, no destacan por su capacidad para expresar los sentimientos ni comunicarse con el prójimo, lo que tampoco ha favorecido la relación mutua. Sin embargo, creo haber intuido una ternura y una cordialidad a las que no he sido capaz de acceder. Es muy posible que, bajo la fachada de imperturbabilidad habitual del ciudadano inglés, bullan emociones escondidas que no me ha sido dado compartir. Los acostumbrados gentíos de Londres tampoco han propiciado la comunicación individual. Es la conocida paradoja de las masas: cuantas más personas hay, menos personal es todo. Esta capital es un museo del mundo, una fiesta de la arquitectura y un centro cultural planetario, pero también un lugar inabarcable y hostil, en el que las aglomeraciones de las que tanto me he quejado en este diario y los precios vuelven incómodo cualquier movimiento. Echaré en falta, no obstante, sus iglesias y su parques sobre todo, Battersea, uno de los más bellos y menos conocidos , sus museos y sus salas de arte, el té y el pastel de zanahoria. Una de las mayores satisfacciones que me ha reportado esta experiencia ha sido la creación y el mantenimiento de estas corónicas, satisfacciones que superan con mucho a los pesares, que se limitan, en esencia, a un puñado de anónimos desagradables cuyo inmediato destino ha sido la papelera, es decir, la nada. Han sido, finalmente, 561 entradas, más de 800 comentarios y, en este momento, casi 140 000 visitas. Cuando lo inauguré, a principios de septiembre de 2013, no podía imaginarme un resultado tan abrumador. Hoy lo contemplo entre alegre y asustado, pero, sobre todo, agradecido a quienes han tenido la curiosidad y la paciencia de seguir mis confusas y a veces malhumoradas narraciones. Este blog, como mi estancia en Inglaterra, concluye hoy, pero otro nace en el mismo momento. En realidad, no es que sean dos blogs diferentes, sino el mismo, aunque hablen de lugares distintos: Corónicas de Ingalaterra se transforma en Corónicas de Españia (eduardomoga1.blogspot.com), al que remito a quienes tengan interés en conocer mis nuevas peripecias. En Corónicas de Españia continuaré hablando de lo que me pase, pero ahora ya no en la tierra verde de Albión, sino en la ocre, verde y asendereada de mi país. Ojalá siga contando con la compañía de los amigos y los lectores. La voy a necesitar.

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