Revista Educación

Gordo por evolución

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Gordo por evolución

21 junio 2014 por Carlos Padilla

FatMan_Film poster
Envidio profundamente a la gente que come todo lo que quiere y no engorda. Yo almuerzo una hamburguesa y a las dos horas casi puedo sentir la manteca corriendo por mis venas y depositándose bajo mi piel. Los eternos delgados han sido diseñados genéticamente para existir en un contexto de abundancia, no como nosotros los gordos. ¿A dónde va la grasa en ellos? Si alimentaras a un flaco y a mí exactamente con la misma cantidad de comida al día y sin apenas actividad física, al cabo de un mes yo habría engordado unos cuantos kilos, pero él seguiría igual. Es injusto. Nuestro organismo está preparado para comer todo lo que puede, acumular las reservas y pasarse una semana entera a dos velas. Somos algo así como el escalón evolutivo más inmediato al mono, unos seres primitivos que aunque no tengan que comer siguen generando tejido adiposo de la nada, por si acaso.

Con dieciséis años ya me di cuenta de que si me dejaba ir, si abandonaba el ejercicio y se me iba la mano con la mortadela y el pan con mantequilla, la panza me empezaba a crecer a una velocidad más rápida que la de la media. Fue un amigo, Raúl, el que un día me hizo ver la cruda realidad. Se había percatado de que había subido de peso y decidió joderme un rato, para variar.

—Lo tuyo es genético. Mira a tus padres. Son gordos. No puedes hacer nada. Aunque solo comas lechuga vas a acabar fondón.

Menudo cabrón. Me fui a casa cabizbajo, meditando sobre el futuro que me esperaba. ¿Que quería comerme una pizza? Prepárate para subir un kilo. ¿Que me apetecía un bocadillo de papas fritas? Dos kilos más. Me venía a la mente la imagen de Demis Roussos, calvo, barbudo y con un batilongo blanco cubriéndole las carnes. Ese era el futuro que me esperaba.

Así que decidí actuar apuntándome en un gimnasio. Debajo de casa había abierto uno hacía poco y aunque el propietario no me inspiraba demasiada confianza (en dos años había había tenido en el mismo local un videoclub, una papelería y una consulta de acupuntura) lo elegí por cercanía. Así que el primer día aproveché para transmitirle mis inquietudes sobre mi peso, por si tenía alguna solución que darme.

—Yo en realidad no quiero muscularme. Solo quiero bajar unos kilitos y hacer mantenimiento. Es que aunque coma poco, sigo engordando. Tengo que hacer ejercicio.

Me echó un vistazo rápido y a continuación apoyó su brazo en mi hombro.

—Lo que te pasa es que tienes el metabolismo lento.

Metabolismo lento. El genio de los negocios resultó ser además un genio de la medicina. Él fue el primero que pronunció delante de mí esas dos palabras, un sintagma que me acompañaría el resto de mi vida. ¿Metabolismo? ¿Qué coño era eso? Le pregunté al monitor y no supo explicarme. Lo que sí tenía claro es que a partir de ese momento, además de gordo era lento. Por eso cada año, cuando se aproxima el verano y tengo que entrar de nuevo en el bañador, me grito cada tarde: ¡Corre, metabolismo! ¡Corre veloz! Y yo juraría que así hago más rápido la digestión. Aunque me haya comido un chuletón.


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